sábado, 27 de julio de 2024

CRÍTICA: "BIKERIDERS. LA LEY DEL ASFALTO" (Jeff Nichols, 2023)

 

Nostalgia de un tiempo irrepetible

“BIKERIDERS. LA LEY DEL ASFALTO”  êêê

DIRECTORA: Jeff Nichols.

INTÉRPRETES: Austin Butler, Tom Hardy, Jodie Comer, Michael Shannon, Mike Feist.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 116 / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2023

    Si este cronista tuviera que elegir una sola película sobre el universo de los moteros esa sería Easy Riders (Dennis Hopper, 1969). La destacaría no sólo por su calidad cinematográfica, también por la importancia que tuvo en la transición del viejo al nuevo Hollywood. No obstante, fue Salvaje (Lászlo Benedek, 1953), con el protagonismo de Marlon Brando y Lee Marvin, la película seminal sobre este subgénero que más influencia ejerció en los 50 y 60 en el culto, la rebeldía y la estética de multitud de bandas de moteros como Hell Angels y Outlaws, por citar dos de los clubes más famosos. Estos dos films junto a The Loveless (Kathryn Bigelow, Monty Montgomery, 1982), ópera prima de la oscarizada directora, son mis tres películas favoritas sobre la subcultura motera.

     Precisamente, en las correrías del club Outlaws, cuyo nombre aquí se ha cambiado, se inspira la nueva película de Jeff Nichols que nos hace viajar en el tiempo para situarnos en el medio oeste durante la década de los 60. Estamos ante la crónica de un club de motoristas llamado “Vandals”, que en el transcurso de una década, pasa de ser un lugar de reuniones para forasteros y locales, a convertirse en una banda más siniestra que amenaza el modo de vida especial del grupo original.

     Bikeriders. La ley del asfalto está inspirada en el libro que el fotoperiodista Danny Lyon publicó en blanco y negro en 1968, a partir del cual Nichols construye un relato que es ante todo un nostálgico y hermoso ejercicio de estilo que rinde tributo a los ídolos rebeldes de los 50 como Marlon Brando y James Dean, desde la apasionada visión de un fan de aquella mitología rebosante de iconos. El hilo narrativo de la historia, con el propio Lyon como entrevistador, corre a cargo de Kathy (Jodie Comer), que a través de sus recuerdos cuenta cómo un día entró en un tugurio atestado de moteros, a los que detestaba, pero que finalmente acaba cayendo en los brazos de Benny (Austin Butler), un guaperas musculoso, silencioso y fanático de las motos que pertenece al club “Vandals”, liderado por el introspectivo Johnny (Tom Hardy). Sobre este triángulo pivota el eje narrativo de una narración con innumerables flash backs que muestran las situaciones hilarantes y dramáticas vividas por los diferentes personajes que componen el club, grandes bebedores de cerveza con exceso de testosterona, que montan pic nics, salen en manada a lomos de sus Harley Davidson, se emborrachan y se pelean.

    Es cierto que la arquitectura narrativa es similar a la magistral película de Scorsese Uno de los nuestros, pero en la menestra resultante encontramos ingredientes de los biker films de los 50 y 60 así como de otras celebradas películas como Rebeldes y La ley de la calle de Coppola. Si hay algo que define a Bike riders. La ley del asfalto es el tono melancólico y la añoranza de un tiempo irrepetible en el que los (anti)héroes eran soñadores desplazados del sistema con sentido de pertenencia y que, en esencia, aún conservaban la inocencia y un cierto halo de romanticismo para seguir creyendo en la libertad.

      Pero como confiesa Peter Fonda a Dennis Hopper en la mítica Easy Riders, “la cagamos”. Así llega un momento en que la inocencia y los inalterables códigos de respeto y amistad se quiebran, el club crece exponencialmente sin ningún filtro, y con ello los problemas, los conflictos internos y el empuje de una nueva generación de bikers sin escrúpulos, más violentos y ambiciosos. Delincuentes que se abren camino surcando todas las vías rudimentarias del crimen. En el gradual desarrollo de la trama, se pasa de un análisis sociológico de una tribu urbana motera desde su rutina y esplendor (el auge), hasta la transformación en una organización criminal controlada por una nueva generación más salvaje (la caída). La bella iluminación de Adam Stone, director de fotografía de cámara de Nichols, recrea con pulcritud un paisaje reconocible y unos decorados que han permanecido inmanentes en la memoria cinéfila. Aun así, el director, dotando a la acción de un elegante clasicismo y al que le interesa más la forma que el fondo, no logra conectar emocionalmente a los espectadores con ninguna de las interacciones de los personajes ni en su cercanía física, ni mucho menos espiritual.

jueves, 11 de julio de 2024

JEANNE DIELMAN, 23, QUAI DU COMMERCE, 1080 BRUXELLES

 

¿Es ésta la mejor película de todos los tiempos?

“JEANNE DIELMAN, 23, QUAI DU COMMERCE, 1080 BRUXELLES”

DIRECTORA: Chantal Akerman.

INTÉRPRETES: Delphine Seyrig, Sylvain Dielman.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 193 minutos / PAÍS: Bélgica / AÑO: 1975

    Sitúo en el contexto a mis lectores: el British Film Institute publica una revista mensual con el título Sight & Sound. Cada diez años, desde 1952, esta revista realiza una encuesta entre críticos de cine, cineastas y académicos en la que se eligen las diez mejores películas de todos los tiempos. Por supuesto, el mayor interés radica en la que ocupa la primera posición. En el año 1952 ese privilegiado lugar lo ocupó la obra maestra del neorrealismo italiano Ladrón de bicicletas (1948). Sin embargo, durante las siguientes cinco décadas se mantuvo inalterable en lo más alto de la lista Ciudadano Kane, la magistral ópera prima que Orson Welles firmó en 1941… hasta que en 2012 fue descabalgada de esa posición por Vértigo (1958) una las películas más celebradas de Alfred Hitchcock.

     Lo curioso es que en las anteriores siete ediciones apenas ha existido polémica ni discusiones reseñables porque, más allá de las opiniones y gustos personales, todo el mundo estaba de acuerdo en subrayar la calidad de las películas anteriormente citadas. Ese aparente consenso salta en mil pedazos en la última edición de 2022 cuando 1639 críticos, cineastas y programadores eligen como la mejor película de todos los tiempos el film de la directora belga Chantal Akerman titulado Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles.

     Una película desconocida por el gran público e incluso por una parte importante de cinéfilos y gente del mundillo del cine. Digámoslo ya, Jeanne Dielman es la primera película dirigida por una mujer en ocupar tan relevante categoría y se ha visto favorecida por el espíritu de los nuevos tiempos, la ampliación del número de participantes en la encuesta y por el crecimiento exponencial en las últimas décadas de la cantidad de mujeres influyentes en todos los ámbitos de los medios audiovisuales o que se situaron detrás de una cámara. No obstante, en su estreno, la película fue saludada positivamente por muchos críticos como Louis Marcorelles que la calificó como “la primera obra maestra del cine feminista.”

    La trama gira en torno a la crónica de tres días seguidos en vida de una mujer viuda llamada Jeanne Dielman (Delphine Seyrig), que sigue un orden inmutable: mientras su hijo adolescente está en la escuela, ella se ocupa de las labores domésticas por la mañana y ejerce, previa cita en su domicilio, la prostitución por la tarde para poder mantenerse ella y su vástago. Así, la vemos desayunar, limpiar los zapatos de su hijo, hacerle el desayuno, lavar los platos, hacer la cama, limpiar el baño, asearse, encender y apagar luces, hacer la compra, pelar patatas… no tiene vida social y apenas se comunica con su hijo. Una rutina mostrada con largos planos poniendo énfasis en todo lo que en otras producciones resultaría accesorio e irrelevante. Pero eso era lo que pretendía Akerman, mostrar el peso plomizo de las horas, que el espectador se sienta subyugado al ver como una mujer se organiza la vida para no tener tiempo libre, para no agobiarse por un lacerante vacío existencial y una soledad elegida pero inabarcable.   

 


      Con una duración de más de 3 horas, una austera economía y un aspecto formal intachable, Jeanne Dielman no es, a mi juicio, ni la mejor ni la peor película de todos los tiempos, aunque estaremos de acuerdo en que es un film crudo e hiperrealista sobre la extenuante materialidad del tiempo de la mujer en el hogar que deriva en una innegable servidumbre. Rodada con planos fijos casi sin movimientos de cámara, vemos a una magnífica Delphine Seyrig metida en la piel de un personaje alienado y lleno de matices, y aunque reiteradamente realiza las mismas tareas, observamos que cada día está más perturbada, convirtiéndose con el paso de los días en una olla a presión que, como era previsible, finalmente estalla. Su existencia monótona y deprimente termina pasándole una severa factura psicológica, mostrando al espectador cómo y de dónde surgen los orígenes de la opresión y represión de la mujer.