sábado, 12 de abril de 2014

¡GLORIA AL CINE!


     El cine ha tenido mucho que ver tanto en mi formación intelectual como en mi educación sentimental, no resulta arriesgado decir que una parte muy importante de lo que sé y amo  se la debo al cine. Aunque no hace falta que lo subraye, me encanta el cine, un invento que nació a finales del siglo XIX como un espectáculo para la diversión, pero que pronto se convirtió en un potente y revolucionario lenguaje, en una poderosa expresión artística e incluso propagandística. Pero este artículo no pretende ser una lección histórica sobre el Séptimo Arte, sino transmitir estímulos, sensaciones, esas que se apoderan de uno cuando compra una entrada en la taquilla, se sienta en la cómoda butaca y espera que sus sentidos queden expuestos a un universo apasionante que siempre va a necesitar la implicación y a veces de la interacción del espectador, que al igual que cuando visitamos un museo, no se debe quedar en el simple visionado de la obra exhibida.


      Ahora, más que nunca, las salas están cerca del espectador, y si en su momento de mayor auge la televisión no pudo  acabar con el cine, tampoco las modernos artilugios tecnológicos acabarán con el más genuino y electrizante de los espectáculos, y me horroriza pensar en sobrevivir en un mundo donde no pueda comprar un disco en una tienda, un libro en una librería de barrio, tener que leerlo en un aparato y ver las películas en una tele, un móvil o en un ordenador. Además, la televisión vive desde hace décadas un matrimonio de conveniencia con el cine, que siempre ocupa un lugar estelar en las parrillas de todas las cadenas. Por supuesto, el gran desafío del cine es volver al producto de alta calidad (2013 ha sido un año muy bueno), a la excelencia, que puede convivir perfectamente con el cine comercial –que no tiene por qué estar falto de ella-, y así, existe un cine de autor o independiente que siempre nos ofrece algunas pepitas que extraer entre toneladas de barro. Animemos entonces, a pesar de la crisis- el cine es también una fastuosa industria- a los productores a asumir riesgos en proyectos que les van a reportar menos beneficios pero que a lo mejor les procuren algunas satisfacciones pasando a la posteridad: muchas películas que fueron incomprendidas en la época de sus estreno son hoy consideradas obras de culto, siendo elogiadas y proyectadas una y otra vez en cine-clubs y filmotecas.


      Todas las personas inteligentes aman el cine, el cine es cultura, calidad de vida. Yo, por ejemplo, no soy un tipo serio, pero el cine es uno de los espectáculos más solemnes a los que una persona íntegra y lúcida puede acceder, ya lo dijo Truffaut “Quien ama el cine ama la vida”. A muy temprana edad convertí la asistencia al cine en algo parecido a un ritual, tanto es así que jamás se me ha ocurrido utilizar las salas de exhibición –con su perfecto microclima- para echar un sueñecito o para, premeditadamente llevar a cabo lúbricos escarceos sexuales. Si como consecuencia de mi desaforada sensibilidad hacia el sexo opuesto esto último surgía, no me quedaba más remedio que volver, en condiciones menos abrasivas, a ver la película ¡Ay de aquellas sesiones continuas!


     El medio más influyente y dinámico de narración colectiva nos pide, además, que seamos críticos, no se trata de criticar por criticar para no perder el hábito, pero resulta interesante y saludable que nuestras opiniones, si están bien fundamentadas, prevalezcan más allá de cualquier otra consideración, ya que en términos orwellianos las posturas de acrítica obediencia y aceptación me llevan a pensar en amargas distopías, en la inseguridad, la sumisión y otras cosas que me asustan, y es que cuando a un autor se le obliga a transitar por caminos ya prescritos, la cultura agoniza. Aceptar lo diferente es, por supuesto, un síntoma de racionalidad y madurez, las opiniones no tienen por qué converger, la controversia es en sí necesaria, pero debemos mantener nuestra mirada limpia, demostrar una actitud abierta y un carácter democrático. Eso sí, todos estaremos de acuerdo en que la mejor forma de aprender cine es ver mucho cine.

POR QUÉ HAY QUE IR AL CINE

-Porque las sensaciones y la magia que te provoca ver una película en una sala son inimitables y difíciles de reproducir en tu casa a no ser que seas muy rico y poseas una sala propia bien acondicionada. Nunca, los proyectores, los ordenadores ni las televisiones por muy grandes y excelentes sus capacidades resolutivas, provocarán las mismas percepciones sensoriales y evocaciones que sentirás sentado en una butaca en la oscuridad de una sala, esa fantástica emoción cuando surgen los títulos de crédito y comienza la función.


-Por el calor del público y las tertulias que se producen cuando, una vez terminada la sesión, comentas con los amigos o familiares tus impresiones sobre la película, charlas que crean vida social, te invitan a salir de casa y en donde siempre salen a relucir las particulares filias y fobias, las adhesiones y diferencias irreconciliables, y que dejan escapar el crítico o el cinéfilo que todos llevamos dentro. Abandonar por unas horas la vida de viciado eremita y brindarse una jornada sin ordenadores, videoconsolas y televisiones. Comprobar que también hay vida fuera y contagiarnos de su pulsión.

-Porque es cultura, arte que penetra por los sentidos, al fin y al cabo una película es un relato fílmico que esconde detrás el esfuerzo, entusiasmo y talento de mucha gente y que se basa en un texto (el guión o libreto) al que darán vida directores, actores y técnicos que lucharán con todo toda su alma para que todo salga bien.



-Por el esfuerzo que están haciendo los empresarios, esos exhibidores que sensibilizados con la crisis y a pesar del infame 21 % de IVA que aplica vergonzosamente el gobierno, están bajando el precio de las entradas. Y aunque siempre fue más asequible que el teatro y los conciertos, hoy el cine en nuestra zona está más barato que nunca, algo que se está notando en la buena afluencia de público, una perfecta simbiosis donde todo el mundo gana y que nos hace gritar con energía ¡GLORIA AL CINE!

5 comentarios:

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  2. ¿Dónde vives, que el cine es más barato y va más gente? En mi pueblo (una ciudad de 40.000 habitantes entre Barcelona y Lleida) han cerrado el único cine que había por falta de público y sólo nos quedan las sesiones quincenales de cine-club (que llevamos con unos amigos en un teatro municipal, intentando aunar calidad y una programación no estrictamente comercial pero que venga a suplir la falta de otra sala para el gran público). En fin, me ha gustado mucho tu post. Un abrazo.

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    1. Supongo que la ciudad a la que refieres es Igualada, población de la comarca del Anoia que personalmente conozco, pues como te dije en cierta ocasión pasé muchos años viviendo en Barcelona (donde todavía viven mis hermanas), conozco casi todas sus localidades de la provincia y viví la época de esplendor de todos los cines de la capital. Pues verás, mi pueblo, Don Benito (Badajoz), en el corazón de la comarca de las Vegas Altas, tiene los mismos habitantes que el tuyo, como curiosidad te diré que la diferencia está en la superficie territorial de ambos, el tuyo tiene poco más de 8 km2 y el mío es uno de los más grandes de España, con 565 km2, casi cinco veces más que Barcelona capital. Una de las razones de dejar aquello fue esa, se me hacía difícil ya respirar. Pues en estas enormes comarcas de las Vegas Altas y la Serena (Badajoz es la provincia más grande de España) el único crítico de cine soy yo, que publica sus opiniones en la prensa y medios locales, de ahí que no pueda disfrutar de mucho tiempo para dedicar al blog. Aquí el cine de estreno vale 5 euros los viernes, sábados y domingos; 3 euros los demás días y... 5`50 las películas en 3D. Más barato imposible, por lo que la afluencia de público es considerable.

      No hará falta que te diga, Ricard, que los catalanes son mis hermanos, y ningún tipo de impostura política podrá cambiar eso.

      Un abrazo y suerte

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  3. Pues nada, ya nos hemos ubicado geográficamente. He estado en Extremadura un par de veces, pero nunca en Don Benito. Si alguna vez paso por allí te aviso, y si se come la mitad de bien que en Badajoz, espero que me invites a unas tapas. Por supuesto, si pasas por Igualada estás igualmente invitado a lo que quieras. Y por política no discutiremos, seguro. Un abrazo.

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  4. Pues claro, si vienes por aquí, no dejes de avisarme, probarás el cochinillo en uno de nuestros famosos asadores. Ten en cuenta, amigo Ricard, que nosotros no sólo inventamos y exportamos el botellón, ésta es también la cuna del jamón ibérico. Del mismo modo, si me acerco un día por allí, te daré un toque, Cataluña además de una buena cocina, goza de una repostería que es una de las más exquisitas tentaciones.

    Un abrazo.

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