jueves, 2 de octubre de 2025

CRÍTICA: "EL CIELO DE LOS ANIMALES" (Santi Amodeo, 2025)

Una sugerente rareza

 “EL CIELO DE LOS ANIMALES”  êêê

DIRECTOR: Santi Amodeo.

INTÉRPRETES: Raúl Arévalo, Paula Díaz. Manolo Solo, Jesús Carroza, África de la Cruz

GÉNERO: Drama. Fantástico / DURACIÓN: 81 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2025


 Tras Las gentiles (2021), Santi Amodeo regresa al largometraje con El cielo de los animales, una obra que confirma su interés por el riesgo narrativo y por las historias que rozan lo fantástico e incluso lo surrealista desde lo íntimo. Inspirada en relatos cortos de David James Poissant, la película se articula en tres episodio -o cuatro, porque el cuarto es una prolongación del tercero- que giran en torno a la pérdida, el miedo y las debilidades emocionales. No estamos ante un relato lineal, sino ante un mosaico de experiencias y situaciones humanas atravesadas por el destino y la incertidumbre.


   Lo primero que sorprende es su textura visual: rodada en súper 16mm, la película respira una estética granulada, casi táctil, que potencia la sensación de recuerdo, de memoria inestable. La cámara observa a los personajes con ternura, pero con cierta distancia; en cada plano hay un eco de distancia, como si lo que vemos ya estuviera destinado a desaparecer.


    El elenco principal lo conforma Raúl Arévalo, Paula Díaz, Manolo Solo, Jesús Carroza y África de la Cruz encarnando a personajes vulnerables, rotos en mayor o menor medida. Amodeo se interesa menos por la resolución de los conflictos que por el modo en que cargan con ellos: un encuentro casual, miradas que se cruzan, silencios que hablan, cuerpos que buscan recomponerse. En particular, el segmento de Amanda, una atleta con un brazo amputado, condensa con delicadeza la mezcla de dolor y dignidad que recorre todo el film.


  Narrativamente, la función resulta irregular, como suele ocurrir con las películas episódicas: algún relato conmueve de inmediato, otros se sienten más etéreos. Pero en conjunto, lo que queda es la coherencia de un tono, una meditación poética sobre cómo la vida nos arrastra y lo que perdemos por el camino. El cielo de los animales no pretende ofrecer respuestas; se contenta con que sintamos la belleza en lo liviano y perecedero, en el quebranto y lo que inevitablemente se escapa. 


martes, 30 de septiembre de 2025

“DESAPARECIDA” (George Sluizer, 1988), LA PELÍCULA QUE ATERRÓ A STANLEY KUBRICK


SPOORLOOS” (George Sluizer, 1988)

   Desaparecida, dirigida por el francés, aunque nacionalizado holandés, George Sluizer se eleva como una de las obras más perturbadoras del cine europeo de finales del siglo XX. Basada en la novela corta The Golden Egg de Tim Krabbé, el film explora los límites de la obsesión, la banalidad del mal y la ineludible angustia existencial a través del relato aparentemente sencillo de una desaparición, pero formalmente impecable en su sutileza y en el rigor de un horror creíble: Rex y Saskia (Gene Bervoets y Johanna ter Steege) son una pareja de holandeses de vacaciones en Francia. En una gasolinera, Saskia desaparece sin dejar rastro.

  Según diversos testimonios, lo que aterró a Stanley Kubrick fue la forma en que Desaparecida retrata un terror despojado de artificios y ornamentos, un mal sin espectacularidad, íntimamente ligado a la cotidianidad. La desaparición de Saskia no se presenta como un acto sórdido o estilizado; por el contrario, Sluizer opta por una puesta en escena sobria, casi clínica, que subraya la normalidad de lo monstruoso. Raymond (Bernard-Pierre Donnadieu), el villano, es un ciudadano común, un padre de familia meticuloso, cuya monstruosidad radica precisamente en su trivialidad.

  La película articula un contraste inquietante entre la obsesión del protagonista masculino, Rex, el novio de Saskia, y la meticulosa planificación del secuestrador. Rex representa el duelo infinito sin hallazgo del cuerpo de su novia y la necesidad compulsiva de una verdad total por muy espeluznante que sea, mientras que Raymond, el secuestrador, encarna la lógica fría del experimento moral, en la que la crueldad no surge de la ira ni del sadismo, sino de la curiosidad científica y la autoafirmación del poder. El espectador, atrapado entre ambas subjetividades, asiste a un desenlace que rebela no sólo el destino de Saskia, también la radical impotencia de los seres humanos frente a la sorpresa y la opacidad del mal.

   Formalmente, Sluizer rompe con las convenciones del thriller: la narrativa avanza de manera lineal, sin golpes de efecto y rehúye del suspense forzado. La tensión emerge de la inexorabilidad del destino y del carácter reversible de las decisiones. El horror no proviene de lo que se ve, sino más bien de la certeza de lo que sabremos más tarde. En este sentido, Desaparecida se alinea con una tradición existencialista cercana a Michael Haneke y Chantal Ackerman, donde el interrogante central es ¿cómo vivir sin saber qué pudo ocurrir? La secuencia final -una conclusión devastadora- encarna la perfecta materialización del concepto de lo siniestro freudiano: lo familiar que de repente se vuelve irreductiblemente extraño. La claustrofobia de la revelación convierte al espectador en cómplice involuntario, incapaz de escapar del mismo destino de Rex.

   Finalmente, Desaparecida no es un thriller en el sentido comercial o purista del género y apunta hacia reflexiones filosóficas de carácter universal. El que Kubrick reconociera haber quedado profundamente aterrado por la película se entiende mejor a la luz de esta concepción del horror como algo ontológico más que narrativo. Un mal que no necesita de enredos o argucias, porque habita ya en la misma estructura de lo cotidiano.

sábado, 27 de septiembre de 2025

LAS MEJORES PELÍCULAS DE CULTO: “DE REPENTE, LA OSCURIDAD” (Robert Fuest, 1970)

 

AND SOON THE DARKNESS” (1970)      

    El director británico Robert Fuest rodó dos películas en 1970 antes de hacerse célebre por su estilo barroco con El abominable Dr. Phibes (1971). La primera fue una aceptable adaptación de la popular novela de Emily Brontë Cumbres borrascosas; y la segunda, De repente, la oscuridad, un ejemplo fascinante de cómo el cine británico de los años 70 supo hacer del minimalismo un terreno fértil para el suspense huyendo del efectismo y abrazando un realismo austero.

    De repente, la oscuridad parte de una premisa sencilla: dos jóvenes inglesas, Cathy y Jane (Pamela Franklin y Michele Dotrice) pasan sus vacaciones recorriendo en bicicleta la campiña francesa, hasta que Cathy desaparece misteriosamente cuando hacen una parada para descansar en un pequeño bosque y, tras un enfado entre ellas, Jane deja a Cathy sola tomando el sol en un claro del bosque. A partir de este enigmático suceso, todo lo cotidiano se convierte en un laberinto de sospechas, impotencia y una sensación de amenaza permanente.

    Lo más sugerente de la cinta reside en cómo Fuest transforma lo ordinario en alarmante. Los campos desnudos, las carreteras solitarias, personajes pintorescos y un itinerario de pequeños pueblos que habitualmente se asocian con el sosiego, elementos que adquieren aquí un carácter opresivo, casi claustrofóbico cortesía del director de fotografía Ian Wilson. Así, el paisaje conforma un espacio inquietante cargado de presagios. En el relato no encontramos grandes persecuciones ni las escenas están acompañadas de música estridente: la tensión se construye con pausas, con planos prolongados y primeros planos de miradas expresivas, dotando a la atmósfera de un aire de peligro latente que hace vulnerable a las protagonistas en un entorno hostil.

     Ese pulso contenido, tan propio del cine psicológico europeo, explica en parte por qué De repente, la oscuridad se ha convertido con el tiempo en una película de culto.  Su rareza radica en la negativa a ofrecer un espectáculo convencional: es un relato que exige paciencia, que atrapa lentamente, hasta que la aparente calma se rompe y nos revela la violencia latente. Al igual que los mejores ejercicios de terror atmosférico, no nos ofrece sobresaltos gratuitos, sino una sensación de desasosiego y sugestión hasta el giro final.

      Hoy, más de medio siglo después, el film conserva intacta su capacidad de perturbar. Fuest demuestra que el horror no siempre anida en lo sobrenatural, también en la desconfianza, la incomunicación y la indefensión humana ante lo desconocido. Mientras en aquella época otros thrillers europeos buscaban estilización y exceso, De repente, la oscuridad encuentra su singularidad en la contención, convirtiéndose en un raro diamante dentro del thriller británico de los setenta, una lección de minimalismo tenso que se ha ganado, con justicia, un lugar prominente entre los tesoros secretos del thriller europeo.