domingo, 23 de septiembre de 2012

CRÍTICA: MÁTALOS SUAVEMENTE

Thriller turbio con tintes sociales

MÁTALOS SUAVEMENTE
DIRECTOR: ANDREW DOMINIK.
INTÉRPRETES: BRAD PITT, BEN MENDELSOHN, SCOOT MACNAIRY, RICHARD JENKINS, JAMES GANDOLFINI, RAY LIOTTA.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 2012  DURACIÓN: 104 MINUTOS.   
          
      El thriller es un género que, salvo en la genial Drive y algún que otro título francés, está siendo muy maltratado en los últimos años víctima de la penosa decadencia de un Hollywood que sin imaginación, sin ideas, prefiere apostar por artefactos inanes destinados a un público con un bajo perfil cultural. Mi confianza en Andrew Dominik (que ya nos sorprendió en su ópera prima con la espléndida Chopper (2000), biopic sobre un violento asesino que lanzó a la fama a Eric Bana, y confirmó su talento con El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), un excelente western crepuscular que supuso su primera colaboración con Brad Pitt), no se ha visto traicionada con esta aportación al cine de mafiosos que lleva el sugerente título de MÁTALOS SUAVEMENTE, film que aunque desarrolla un argumento poco original está rodado con talento y una estilizada poesía de la violencia de gran impacto visual.

      El director neozelandés guioniza la novela “Cogan´s Trade” que George V. Higgins publicó en 1974 trasladando la acción a los días anteriores a la elección de Barack Obama para narrarnos una historia que comienza con el asalto de dos ladrones cochambrosos e inexpertos, Frankie y Russell (Scoot McNairy y Ben Mendelsohn) a una timba de póker controlada por la mafia, consiguiendo hacerse con un botín suculento y con la seguridad de que las culpas recaerán  en Markie Trattman (Ray Liotta), que ya lo había hecho anteriormente. Los capos de la mafia, humillados, contratan los servicios de Jackie Cogan (Brad Pitt), un investigador privado reconvertido en asesino a sueldo, para que resuelva el caso y castigue a los culpables. Cogan, el personaje más reflexivo y lúcido de la función, se pone a trabajar como acostumbra, topándose con una serie de personajes que dificultarán su misión y a los que tiene que apretar las tuercas antes de darles matarile.   

      Comentaba que el robo a unos mafiosos y la posterior venganza de estos se nos presenta a priori como una premisa nada original, no importa porque a Dominik lo que le interesa subrayar es la idea conceptual de que en América todo, incluido el crimen, es un negocio. Axioma por el que se rige la filosofía vital  de Jackie Cogan, un soberbio y templado Brad Pitt metido en la piel de in sicario al que disgusta que sus víctimas griten, lloren e imploren, pues lo que le agrada es matar suavemente, a distancia, con destreza, sin que nada le salpique: el es un liquidador profesional en un mundo de aficionados. 

     Entendida como una crítica al hipercapitalismo salvaje, MÁTALOS SUAVEMENTE remarca su discurso desde los secos cortes en los créditos iniciales que nos introducen en la hueca batalla política por la presidencia de la nación entre McCain y Obama, para armar inquietantes paralelismos protocolarios entre la política y el crimen, y la mafia, una dinastía asentada en un sistema de rangos diplomáticos tiene que restituir sus maltrechos bienes cobrando letales intereses. De eso se ocupa Cogan, arropado por una atmósfera oscura, sórdida y perversa, iniciando un recorrido asfixiante por tugurios y barrios destartalados en donde la crisis económica ha diseminado las esporas del infortunio y la destrucción.
 
      Estamos ante un virtuoso y reposado ejercicio de estilo, cine noir potente con diálogos extensos rotos por explosiones de violencia en las cuales el ralentí alcanza su máxima expresión y unas interpretaciones sin fisuras. Estaremos de acuerdo en que el mensaje sobre el estado crítico de la economía resulta demasiado enfático y reiterativo como telón de fondo de la turbia historia narrada, como excesivas son las retahílas verborréicas que se producen durante los encuentros entre el alcohólico y hastiado killer al que da oxígeno James Gandolfini y Brad Pitt, pero agradecemos la forma en que los silencios anudan la tensión (la entrada y salida de los dos desmañados ladrones del antro en que se desarrolla la timba de póker) o el impacto desolador de momentos que parecen intrascendentes (Pitt cruzando una calle mientras a su espalada un tipo que discute con otro le dispara varios tiros sin que Pitt se digne ni siquiera a volver la cabeza), es la cotidianidad de una jungla de asfalto que actúa como un espacio tétrico y totalizador que acoge todas las miserias. 

        El título, sacado de la mítica canción setentera de Roberta Flack “Killing me softly whit his song”, trata de definir el carácter escrupuloso, distante y aseado del protagonista (aunque si lo de Pitt es matar suavemente tal vez prefiera que me despellejen y sumerjan en una bañera con vinagre: otro ejemplo más de cómo los métodos traicionan a las apariencias), en contraposición con los grasientos harapos que lucen los atolondrados ladrones (unos pluscuamperfectos Mendelsohn y McNairy), como reflejo de su penuria y su ineludible perdición. Una iluminación gélida ambienta la tragedia sobre unos escenarios claustrofóbicos y desasosegantes, y en su oscuridad Andrew Dominik indaga en la reflexión crucial de la soledad inabarcable del hombre, ante una sociedad que ha laminado todos los referentes morales en pos de la supervivencia.

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