Thriller turbio con tintes sociales
MÁTALOS SUAVEMENTE
DIRECTOR:
ANDREW DOMINIK.
INTÉRPRETES:
BRAD PITT, BEN MENDELSOHN, SCOOT MACNAIRY, RICHARD JENKINS, JAMES GANDOLFINI,
RAY LIOTTA.
GÉNERO:
THRILLER / EE. UU. / 2012 DURACIÓN: 104 MINUTOS.
El thriller es
un género que, salvo en la genial Drive y algún que otro título
francés, está siendo muy maltratado en los últimos años víctima de la penosa
decadencia de un Hollywood que sin imaginación, sin ideas, prefiere apostar por
artefactos inanes destinados a un público con un bajo perfil cultural. Mi
confianza en Andrew Dominik (que ya
nos sorprendió en su ópera prima con la espléndida Chopper (2000), biopic
sobre un violento asesino que lanzó a la fama a Eric Bana, y confirmó su
talento con El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007),
un excelente western crepuscular que supuso su primera colaboración con Brad
Pitt), no se ha visto traicionada con esta aportación al cine de mafiosos que
lleva el sugerente título de MÁTALOS SUAVEMENTE, film que aunque
desarrolla un argumento poco original está rodado con talento y una estilizada
poesía de la violencia de gran impacto visual.
El director neozelandés guioniza la
novela “Cogan´s Trade” que George V.
Higgins publicó en 1974 trasladando la acción a los días anteriores a la
elección de Barack Obama para narrarnos una historia que comienza con el asalto
de dos ladrones cochambrosos e inexpertos, Frankie
y Russell (Scoot McNairy y Ben
Mendelsohn) a una timba de póker controlada por la mafia, consiguiendo hacerse
con un botín suculento y con la seguridad de que las culpas recaerán en Markie
Trattman (Ray Liotta), que ya lo
había hecho anteriormente. Los capos de la mafia, humillados, contratan los
servicios de Jackie Cogan (Brad Pitt), un investigador
privado reconvertido en asesino a sueldo, para que resuelva el caso y castigue
a los culpables. Cogan, el personaje más reflexivo y lúcido de la función, se pone
a trabajar como acostumbra, topándose con una serie de personajes que
dificultarán su misión y a los que tiene que apretar las tuercas antes de
darles matarile.
Comentaba que el
robo a unos mafiosos y la posterior venganza de estos se nos presenta a priori
como una premisa nada original, no importa porque a Dominik lo que le interesa
subrayar es la idea conceptual de que en América todo, incluido el crimen, es
un negocio. Axioma por el que se rige la filosofía vital de Jackie Cogan, un soberbio y templado Brad
Pitt metido en la piel de in sicario al que disgusta que sus víctimas griten,
lloren e imploren, pues lo que le agrada es matar suavemente, a distancia, con
destreza, sin que nada le salpique: el es un liquidador profesional en un mundo
de aficionados.
Entendida como una
crítica al hipercapitalismo salvaje, MÁTALOS
SUAVEMENTE remarca su discurso desde
los secos cortes en los créditos iniciales que nos introducen en la hueca batalla
política por la presidencia de la nación entre McCain y Obama, para armar
inquietantes paralelismos protocolarios entre la política y el crimen, y la
mafia, una dinastía asentada en un sistema de rangos diplomáticos tiene que
restituir sus maltrechos bienes cobrando letales intereses. De eso se ocupa
Cogan, arropado por una atmósfera oscura, sórdida y perversa, iniciando un
recorrido asfixiante por tugurios y barrios destartalados en donde la crisis
económica ha diseminado las esporas del infortunio y la destrucción.
Estamos ante un
virtuoso y reposado ejercicio de estilo, cine noir potente con diálogos extensos rotos por explosiones de
violencia en las cuales el ralentí alcanza su máxima expresión y unas
interpretaciones sin fisuras. Estaremos de acuerdo en que el mensaje sobre el
estado crítico de la economía resulta demasiado enfático y reiterativo como
telón de fondo de la turbia historia narrada, como excesivas son las retahílas
verborréicas que se producen durante los encuentros entre el alcohólico y
hastiado killer al que da oxígeno
James Gandolfini y Brad Pitt, pero agradecemos la forma en que los silencios
anudan la tensión (la entrada y salida de los dos desmañados ladrones del antro
en que se desarrolla la timba de póker) o el impacto desolador de momentos que
parecen intrascendentes (Pitt cruzando una calle mientras a su espalada un tipo
que discute con otro le dispara varios tiros sin que Pitt se digne ni siquiera a
volver la cabeza), es la cotidianidad de una jungla de asfalto que actúa como un
espacio tétrico y totalizador que acoge todas las miserias.
El título, sacado de la mítica canción
setentera de Roberta Flack “Killing me softly
whit his song”, trata de definir el carácter escrupuloso, distante y aseado
del protagonista (aunque si lo de Pitt es matar suavemente tal vez prefiera que
me despellejen y sumerjan en una bañera con vinagre: otro ejemplo más de cómo
los métodos traicionan a las apariencias), en contraposición con los grasientos
harapos que lucen los atolondrados ladrones (unos pluscuamperfectos Mendelsohn
y McNairy), como reflejo de su penuria y su ineludible perdición. Una
iluminación gélida ambienta la tragedia sobre unos escenarios claustrofóbicos y
desasosegantes, y en su oscuridad Andrew Dominik indaga en la reflexión crucial
de la soledad inabarcable del hombre, ante una sociedad que ha laminado todos
los referentes morales en pos de la supervivencia.
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