lunes, 31 de diciembre de 2018

CRÍTICA: "ROMA" (Alfonso Cuarón, 2018)


La herida del tiempo
“ROMA” êêêê
(Alfonso Cuarón, 2018)
  

   El director mexicano Alfonso Cuarón es de lo mejor que le ha pasado al cine en las últimas dos décadas. Películas como Y tu mamá también ((2001) y sobre todo Hijo de los hombres (2006) y Gravity (2013) han dejado una huella indeleble en mi saturada memoria cinéfila. Ahora, bajo la producción de Netflix (por lo que sólo se ha podido ver en festivales y en alguna sala como la barcelonesa Phenomena) nos presenta Roma, un film de tono autobiográfico que sigue a una sirvienta llamada Cleo (una espléndida Yalitza Aparicio) que trabaja en una casa de clase media-alta situada en la colonia Roma de Ciudad de México. Surgida como una carta de amor a las mujeres que le criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para realizar un fresco realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la convulsa década de los años 70.

    
    Roma nos relata un año en la vida de su acomodada familia en Ciudad de México en los agitados años 70, de ahí que sea su película más personal e intimista. El eje de la trama gira en torno a Cleo, la criada, una mujer indígena de pocas palabras, sacrificada, laboriosa, tierna y al fin humillada por un amante narcisista y sin escrúpulos. Ella representa la estabilidad en una familia que se desmorona y se impone como el ángel de la guardia del propio director, de sus hermanos, su madre y su abuela. Con actores neoprofesionales, un ritmo preciso, exquisitos travellings, una lograda textura en blanco y negro ausencia de música (salvo la que se oye en la radio o interpretada por alguna orquesta) Cuarón escribe, fotografía y dirige una historia simple y a la vez compleja, de luces y sombras, como la vida misma. Y lo hace sin histrionismo ni pretenciosidad, con clasicismo, sobriedad, cercanía y una fisicidad estremecedora, emocional, como el amor que derrocha Cleo por esa familia por la que se siente querida y que servirá de refugio y desahogo para su dolor, su drama más íntimo.

    
    Roma, que sirve de homenaje a aquella sirvienta rebosante de ternura llamada Cleo, es al mismo tiempo un ejercicio sentimental de regresión a la infancia del director y una historia universal sobre los avatares de la existencia, de una vida que alterna las alegrías y los sufrimientos, la sensibilidad y la crueldad, la entrega generosa y el egoísmo, la soledad y la comunión, el abandono, la violencia y la esperanza. El pálpito de una existencia que pasa de la gozosa armonía a la incertidumbre más oscura y desesperante.

   
   Con momentos emocionales, degarradores, que arrancarán más de una lágrima (el tétrico parto de Cleo y el rescate de los niños en la playa) y una notable influencia del neorrealismo italiano, Roma abre una herida en la conciencia y en la memoria para hacer un recorrido por aquella crispada década de los 70 en Ciudad de México, cuando los paramilitares campaban a sus anchas apoyados por el ejército y ejecutando matanzas como la que tuvo lugar en una plaza de la ciudad contra una manifestación de estudiantes en 1971. Y asistimos a la feria de las vanidades de la pequeña burguesía, a la amargura del embarazo de la criada y del amor cuando se extingue, a los conflictos cotidianos de una familia numerosa pudiente y a su decadencia, pero ignoramos cuánto pesan en la balanza de Zeus nuestras almas, el amor y el dolor. La herida del tiempo, sí, y la fiebre que provoca mirar por el retrovisor con una mirada tan cálida, lacerante y compasiva. Una película hermosa.



sábado, 22 de diciembre de 2018

CRÍTICA: "COLD WAR" (Pawel Pawlikowski, 2018)


La obra maestra de 2018
“COLD WAR” êêêêê
(Pawel Pawlikowski, 2018)
     
   
    El director polaco Pawel Pawlikowski lo ha vuelto a hacer. Tras la magistral Ida (2013), un film que no sólo nos hizo recuperar las sensaciones de un cine perdido proyectando un volcán de emociones, también sirvió como sutil y dolorosa visión de los desolados parajes del alma, la imposibilidad del olvido y el error de transitar por el presente sin tener en cuenta el pasado, nos presenta una nueva obra maestra con la Guerra fría como telón de fondo. Cold War es una apasionada historia de amor entre un director musical, Wiktor (Tomasz Kot) y una aspirante a cantante, Zula (Joanna Kulig), son de diferente origen y temperamentos absolutamente incompatibles, pero el destino les condena a estar juntos.


    La acción nos sitúa en el marco hermético, desolador y asfixiante de la Polonia de 1949 (el relato se extingue en 1964 transitando también los escenarios de París y Berlín), cuyo control político, económico y social estaba bajo la mano de hierro de la Unión Soviética, un escenario en donde difícilmente pude aflorar algo que no esté contaminado por la angustia y la tristeza. Pero es allí donde comienzan una tortuosa historia de amor Wiktor (un músico a quien el gobierno le encarga que el folclore regional se convierta en un instrumento propagandístico más del régimen a mayor gloria de uno de los más feroces y sádicos asesinos de la historia, Stalin), y Zula a la que persigue un pasado tormentoso en el que estuvo a punto de matar a su padre para que cesaran sus abusos. Pero es un amor destinado a la perdición, un fatalismo que nace de las circunstancias represivas reinante en los países del Telón de Acero, pero también de la imposibilidad de conjugar dos vidas errantes que iluminan el amor, el deseo y el fracaso de una vida juntos.

   
   Cold War es una historia triste en una época triste en lo político y lo íntimo, plomiza, rebosante de burócratas, espías y asesinos. Lo reafirma la bellísima textura en blanco y negro que ancla la mirada en un paisaje gélido, afectado por las ruinas y las miserias de la reciente guerra. El dolor de una herida abierta en millones de almas devastadas. Wiktor se exilia en París, Zula seguirá formando parte de los coros y danzas lanzando odas al nuevo orden impuesto por Moscú. Y la cámara sigue de manera obsesiva su pasión y devaneos, en la distancia, en sus encuentros, en sus penurias y desvelos. En Cold War todo está impregnado de una cáustica melancolía, de una guerra fría en los vastos páramos de los corazones, del contigo ni sin ti tienen mis males remedio, del desgarro emocional de dos seres que inician, en una atmósfera de humo, alcohol, música y desesperanza, una aventura de destino incierto. Porque lo peor del amor, dijo Stendhal, es su incertidumbre. Con un control excelente del tiempo y la elipsis, estamos ante una historia de amor tan épica como trágica, dos amantes que se vacían y lo dan todo el uno por el otro hasta cruzar la oscuridad, en uno de los desenlaces más bellos y lacerantes que jamás se han visto en una pantalla. Obra maestra redonda, total y absoluta.

sábado, 15 de diciembre de 2018

"CADÁVER" (Diederik Van Rooijen, 2018)


La posesión de Hannah Grace
CADÁVERêê
(Diederik Van Rooijen, 2018)
     

   Ópera prima del holandés Diederik Van Rooijen que ambientada en la fría ciudad de Boston nos narra cómo a una joven poseída se le practica un caótico exorcismo en el que pierde la vida. Unos meses después, Megan Reed (Shay Mitchell) una ex policía que ha comenzado a trabajar en el turno de noche de la morgue, recibe un cadáver desfigurado. Trabajando sola, encerrada en el sótano del depósito de cadáveres, Megan comienza a experimentar espeluznantes visiones, lo que le hace sospechar que el cuerpo que ha recibido está poseído por una despiadada fuerza demoníaca.


 Con cierto tufillo a elegante telefilm, Cadáver no aporta mucho al género y se impone como una mixtura entre El cadáver de Anna Fritz (Héctor Hernández, 2015) y El vigilante nocturno (Ole Bornedal, 1994), además de contar con un contundente prólogo que nos remite al clásico de William Friedkin El Exorcista, pero que poco a poco deja fluir un relato que fusiona subgéneros como el cine de zombis y el slasher. Rebosante de tópicos y clichés (indestructibles presencias demoníacas, sombras que cruzan vertiginosamente, límites que no se deben traspasar, efectos de luces y sonido), que no resultan demasiado chirriantes por la contención de una dirección sobria, lo que unido a la sugerente ambientación y una iluminación de tonos azules, confieren a la función una fría y atractiva envoltura visual.


Tal vez sean las constantes dramáticas personales de la protagonista (una bellísima Shay Mitchell) lo mejor de la cinta, una joven que a raíz de un trágico suceso en el que murió un compañero, tuvo que abandonar la policía y cayó en el negro agujero de la depresión, que derivó en una ruptura sentimental y el abismo de las adicciones. El trabajo nocturno y solitario en la morgue puede que le ayude a serenar su ánimo y encontrar un nuevo punto de partida. Pero será después de enfrentarse al peor de los horrores. Un film que se ve con la misma facilidad que se olvida.


"ROBIN HOOD" (Otto Bathurst, 2018)


Burda revisión de la leyenda
 ROBIN HOOD  ê
(Otto Bathurst, 2018)
    
   
   Sin lugar a dudas, estamos ante la peor adaptación cinematográfica del héroe del folclore inglés cuyas aventuras noveló Walter Scott y que con su certero arco defendía a los pobres y oprimidos. Un fuera de la ley que se escondía en los bosques de Sherwood y Barnsdale, cerca de la ciudad de Nottingham. Otto Bathurst, curtido en potentes series como Black Mirror, nos presenta una zarrapastrosa versión en la que Robin of Loxley (Taron Egerton), un cruzado ejercitado en mil batallas, y su comandante morisco Little Jhon (Jamie Foxx) se rebelan contra la corona de Inglaterra rebosante de corrupción.

    
   Como apuntaba, petarda nueva adaptación a la pantalla grande  de las aventuras del héroe/forajido que robaba a los ricos para entregarles las viandas a los pobres. Y uno no puede tomarse en serio a un Robin jovenzuelo al que vemos investido como cabecilla de una banda de revolucionarios anticapitalistas que con visos de contemporaneidad, aunque la acción esté ambientada en la Edad Media, intenta hacer paralelismos entre el discurso del Sheriff de Nothingam y los movimientos de extrema derecha que actualmente afloran por todo el mundo. Pero no importaría esta gilipollez si no fuera porque esa denuncia (contra la xenofobia, la corrupción política y la rapiña económica) queda diluida por las interpretaciones de un pésimo reparto (sólo se salva Ben Mendelsohn) , un guión absurdo, una banda sonora horrorosa y una dirección alocada  más propia del campo del videoclip. Eso sí, ahora Little Jon es negro y Lady Marian una empoderada action-woman. ¡Cágate lorito!


viernes, 7 de diciembre de 2018

“VIUDAS” (Steve McQueen, 2018)


Un legado criminal
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(Steve McQueen, 2018)
     
  
   Steve McQueen ha rodado hasta la fecha cuatro largometrajes, debutando en el año 2010 con Hunger, film protagonizado por Michael Fassbender sobre la huelga de hambre que llevaron a cabo miembros del IRA en 1981 en la prisión británica de Maze. No obstante, para el arriba firmante su mejor película es Shame (2011), en donde el mismo actor daba vida a un tipo de físico imponente que se folla a quien le da la gana, tiene un trabajo de éxito y un apartamento de lujo, que poco a poco irá descubriendo que tras su tentadora fachada sólo existe un profundo vacío existencial, y que el sexo actúa como un punto de fuga para escapar de la asfixiante soledad de una vida desierta verdaderas emociones y sentimientos. Bajó muchísimo el nivel con en su tercera película, 12 años de esclavitud (2013), con la que ganó tres Oscar incluido el de Mejor película, pero que no pasa de ser un relato panfletario acomodado a la era Obama.


   En su último film, McQueen adapta a la pantalla grande la miniserie británica de 1983 Windows, que aquí  está ambientada la ciudad de Chicago de nuestros días. Viudas narra la historia de cuatro mujeres que no tienen nada en común salvo una deuda heredada de las actividades criminales de sus difuntos maridos que han muerto en un atraco. Verónica (Viola Davis), Alice (Elizabeth Debicki), Linda (Michelle Rodríguez) y Belle (Cynthia Erivo) deciden tomar las riendas de su destino y conspiran para forjarse un futuro con sus propias reglas.


   Sin alcanzar el listón dejado con Shame, Viudas es un buen thriller sobre el que albergaba algunos recelos por el carácter de denuncia maniquea (la integración racial, el feminismo) que tanto parecen preocupar últimamente al director británico. Sin embargo, McQueen consigue que la trama funcione en diferentes estratos: thriller de atracos, película de crítica social, política y religiosa, de acción, de venganza… todo perfumado con un aroma feminista. Estamos ante una película muy cuidada y con grandes interpretaciones que parte de una premisa tramposa (atención al personaje de Liam Neeson y su relación interracial con Viola Davis), pero que acierta a configurar la psicología de los personajes, que abren un pronunciado arco dramático a través de sus propias vicisitudes y estados de ánimo. Con las minorías bien representadas (Viola Davis, la afroamericana, y Michelle Rodríguez, la hispana), las viudas tienen que acabar el golpe que sus maridos, abatidos por la policía, dejaron a medias, pero esto sólo una premisa simplista para poner el foco en la corrupción política, las tensiones raciales y los conflictos derivados de las situaciones socioeconómicas, pues la función no trata sólo de un atraco perfecto, también de ganar la partida al fatal destino. Buena película.

“DURANTE LA TORMENTA” (Oriol Paulo, 2018)


Demasiadas vueltas de tuerca
 DURANTE LA TORMENTA  êê
(Oriol Paulo, 2018)
    
   
   Disfruté con el visionado de las anteriores películas de Oriol Paulo, El cuerpo (2012) y Contratiempo (2016), un director que le gusta mucho jugar con el espectador diseñando para sus thrillers una serie de trampas y vueltas de tuerca. Durante la tormenta es para este cronista su peor película hasta la fecha, precisamente por lo cansino y reiterativo de esos trucos. El argumento gira en torno a una misteriosa interferencia provocada por una tormenta en dos épocas distintas que hace que Vera (Adriana Ugarte) una madre felizmente casada, salve la vida de un niño que vivió en su casa veinticinco años antes. Pero las consecuencias de su buena acción provocarán una reacción en cadena que hace que despierte en una nueva realidad en donde su hija nunca ha nacido.

  
   Con un guión flojísimo con más agujeros que un queso emmental se desarrolla  una historia laberíntica que discurre paralelamente en dos franjas temporales distintas separadas por 25 años. El espacio es el mismo y la casa aún guarda el viejo televisor a través del cual se produce la interferencia durante una noche de tormenta. Pero a raíz de ese suceso en el que salva la vida de un niño, Vera ya no será la misma, pues su existencia dará un giro radical hasta el punto de quedar atrapada en una espiral pesadillesca en la que nadie la reconoce y empieza a dudar de todo. Estamos ante un relato que a modo de espejo deformante, obliga a la protagonista a luchar de forma angustiosa por descubrir qué está pasando y saber qué fue de su pequeña hija, y es su ansiedad emocional lo único salvable de una función con excesivos giros y subtramas inanes que actúan como relleno de las múltiples e imposibles filigranas.  

"SUPERLÓPEZ" (Javier Ruiz Caldera, 2018)


El Superman tan ibérico
SUPERLÓPEZêê
(Javier Ruiz Caldera, 2018)
     

   Javier Ruiz Caldera, firmante de otra adaptación de un personaje del tebeo español a la pantalla grande, Anacleto: Agente secreto (2015), que recuerdo olvidé tan pronto como salí de la sala, y de la comedia juvenil Promoción fantasma (2012), película generacional nada convincente y rebosante de ñoñerías, se atreve ahora con la adaptación cinematográfica del superhéroe patrio del cómic creado por Jan, que no es otra cosa que una parodia de Superman: Llegado a la Tierra desde el planeta Chitón, la vida de Juan López (Dani Rovira) no ha sido fácil, pues su superpoderes hace que se distinga de todos: puede volar, leer la mente, tiene supervisión, evitar que un vagón de metro descarrile y volver luego a la oficina como si tal cosa. Juan no necesita nada más que su cruasán matinal para ser feliz. Sin embargo, algo está a punto de cambiar cuando en su vida aparece Luisa (Alexandra Jiménez), un antiguo amor del instituto que causará estragos. Ya no es momento de pasar desapercibido, a pesar de que ello puede llamar la atención de Skorba y su sibilina hija Ágatha (Maribel Verdú), y poner en peligro la supervivencia de su planeta de origen.

   


  Superlópez nunca alcanzó la popularidad de otros personajes del cómic español, pero siempre encontró hueco entre una legión de seguidores que veían reflejadas en sus aventuras muchas de las miserias que asolan a nuestro país. Superlópez es tal vez el superhéroe que mejor representa nuestra innata mediocridad, y es por eso que esta hiriente y a la vez luminosa parodia, que se desarrolla con un aceptable trabajo a nivel técnico y artístico, resulta tan eficaz en su cosmogonía costumbrista y social, aunque menos certera a nivel humorístico. Las esperpénticas aventuras de este Superman de extrarradio que ya tenía bigote cuando sólo era un bebé, sirven al menos para que los espectadores se sacudan la caspa de los hombros al ver lo que sucede en la pantalla. Pero no nos engañemos, el cutrerío que envuelve las relaciones de Juan López con las personas de su entorno nos devuelve una estampa reconocible. Incluso cuando hay que hacer frente a las fuerzas del mal, nuestro vuelo es muy raso.

"EL CASCANUECES Y LOS CUATRO REINOS" (Lasse Hallström, Joe Johnston, 2018)


Faltaba la versión Disney
 EL CASCANUECES Y LOS CUATRO REINOS  ê
(Lasse Hallström, Joe Johnston, 2018)
    
  
   El cuento de E.T.A Hoffmann ha tenido múltiples adaptaciones desde la ya lejana película de animación soviética de 1973 El Cascanueces (Boris Stepantsev), algunas de ellas realizadas para la televisión y otras con personajes reales como la dirigida por Andrei Konchalovski en el año 2010. Para el arriba firmante, ese primer film fue el mejor seguido de la canadiense El Príncipe Cascanueces (Paul Schiblig, 1990). Poca cosa representa esta nueva adaptación codirigida (en partes) por el sueco Lasse Hallström y Joe Johnston. Veamos: Todo lo que quiere Clara (Mackenzie Foy) es la llave que abre una caja que contiene un regalo muy valioso de su fallecida madre. En la fiesta anual de los Drosselmeyer encuentra una pista que le lleva a la llave, pero esta desaparece en un mundo paralelo. Allí conocerá a Phillip (Jayden Fowora-Knight), a una banda de ratones y a los Tres Reinos: la Tierra de la Nieve, la Tierra de las Flores y la Tierra de los Dulces. Clara y Phillip tendrán que enfrentarse al Cuarto Reino, donde reside la cruel Madre Ginger (Helen Mirren) para recuperar la llave y devolver la armonía al mundo.

   
   Flojísima versión Disney del clásico y entrañable cuento que seguramente reventará la taquilla con un público infantil que si ya tienen un poco de criterio abandonarán la sala decepcionados por la birriosa calidad del invento. Y es que el guión no pasa de ser un mediocre pastiche que nunca se acopla a la elegante coreografía y los majestuosos efectos visuales que, con un tono colorista, dan forma a un fantástico decorado que acoge a personajes insustanciales, sin profundidad psicológica. Un desequilibrio evidente que hace que la presencia de nombres tan destacados como los de Helen Mirren, Keira Knightley y Morgan Freeman sólo figuren para dar caché a la función. Hablamos de más de 130 millones de dólares invertidos y dos directores (Hallström tuvo que dejar su sitio a Johnston porque lo que entregó no convenció a los productores) para tratar de construir el oscuro barroquismo salido del imaginario de Hoffmann, pero que con ambientación navideña no funciona como fábula metafórica sobre el tiempo y sus recónditos mecanismos y deriva en simples batallas épicas y paseos por reinos de fantasía. Para colmo, y como guiño a los popes de la integración racial, el Príncipe Azul es negro. Como diría Trapero, pues molt bé.