jueves, 24 de febrero de 2022

CRÍTICA: "TED K" (Tony Stone, 2021)

 

Unabomber, bombas contra la tecnología

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DIRECTOR: Tony Stone.

INTÉRPRETES: Sharlto Copley, Drew Powell, Amber Rose Mason, Travis W. Bruyer, Megan Folson, Bob Jennings.

GÉNERO: Biopic, terrorismo / DURACIÓN: 120 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2021

     Segunda película de ficción de Tony Stone que nos acerca en forma de biopic a la extraña y enigmática figura de Ted Kaczynski, el matemático terrorista que entre 1978 y 1995 envió 16 cartas bomba a diferentes objetivos entre los que se encontraban universidades y aerolíneas, acabando con la vida de 3 personas e hiriendo a otras 23. Conocido como “Unabomber”, los atentados estaban motivados por su crítica y denuncia a la evolución de la sociedad contemporánea, poniendo especial énfasis en las consecuencias, para él nefastas, que trajo consigo el desarrollo tecnológico de la sociedad posterior a la Revolución Industrial y su futuro.

     Tras haber trabajado con 25 años como profesor ayudante en la Universidad de California durante dos años, dimitió y en 1971 se mudó a una pequeña cabaña sin luz ni agua corriente en las boscosas tierras de Lincoln (Montana), donde aprendió técnicas de supervivencia y a ser autosuficiente. Durante seis años, las investigaciones del FBI se demostraron infructuosas, y en 1996, gracias a que el hermano de Ted, David, reconoció el estilo de escritura y la filosofía de Ted en el manifiesto que escribió y fue publicado por unos periódicos, pudieron detenerlo en su cabaña. Actualmente, con 79 años, cumple condena en la prisión de ADX Florence (Colorado) tras ser sentenciado a ocho cadenas perpetuas consecutivas.

     Stone acomete esta exploración al mundo interior del ecoterrorista Ted Kaczynski, al que da vida Sharlto Copley, basándose en las propias palabras de Unabomber plasmadas en su manifiesto. Lo hace alejándose de las técnicas narrativas tradicionales de las biografías cinematográficas, rodadas de forma más clásica y lineal. El resultado no es errático, pero nos muestra una narración un tanto desorganizada con momentos cercanos al arte conceptual. TED K  nos presenta a un hombre aislado en el nevado paisaje de las Montañas Rocosas, que llegó a ser el enemigo público más buscado la historia de los Estados Unidos, Stone utiliza la voz en off para hacernos llegar sus propias reflexiones anti sociedad de consumo y anti tecnología, dándonos a conocer su tormento e impotencia cuando el hermoso paraje donde habita es invadido por motos, máquinas de la industria maderera, pesticidas, helicópteros que buscan petróleo y aviones que con su estruendo rompen el silencio de la madre naturaleza.

    Ted Kaczynski, el matemático, el filósofo, el anacoreta, el profeta de espíritu neoludita no encuentra la paz, una entelequia en un mundo cada vez más consumista y en donde no queda ni un solo lugar virgen. Stone realiza un acercamiento al mito, al hombre de principios profanados, no le juzga e intenta dar cierto sentido a sus horribles acciones y a su inabarcable dolor. El esplendor de los ciervos, búhos, conejos y pumas sintiéndose amenazados en su espacio natural, y la escalada incontrolable de destrucción de una belleza sublime. Shralto Copley da oxígeno de forma convincente a un hombre desesperado y preocupado porque las máquinas tomen las decisiones que corresponden a las personas. Un fiero debate interior, el peligro de la tecnología, que le hace bascular entre la genialidad, la verdad de la denuncia motivada y la locura, derivando finalmente en una peligrosa paranoia. Interesante película.  


martes, 22 de febrero de 2022

CRÍTICA: "LICORICE PIZZA" (Paul Thomas Anderson, 2021)

 

La infancia sigue siendo la patria

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DIRECTOR: Paul Thomas Anderson.

INTÉRPRETES: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, Ben Safdie, Nate Mann, Joseph Cross, Skyler Gisondo.

GÉNERO: Comedia romántica / DURACIÓN: 133 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2021

     Paul Thomas Anderson me dejó de interesar tras dirigir la excelente Pozos de ambición (2007). Su filmografía posterior me resultó bastante decepcionante a pesar de que esperaba como agua de mayo el estreno de cada película suya. Tras su muy aseado debut con Sydney (1996) un elegante thriller con un gran reparto y el mundo de los casinos como trasfondo. A partir de entonces, el director angelino puso el listón muy alto con películas como Boogie Nights (1997) refrescante relato sobre el mundillo del porno que sigue a un director con ínfulas de artista y aun joven muy dotado para el cine de adultos. En 1999 estrena una de sus más aclamadas películas, Magnolia, una película sobre historias cruzadas que guardan una extraña conexión entre sí. Progresivamente el director fue perdiendo su excelsa inspiración y, ni The Master (2012), ni Puro vicio (2014), ni El hilo invisible (2017) estuvieron a la altura de sus primeras y celebradas obras ni han dejado poso alguno en mi saturada memoria cinéfila.

     Vuelve a encontrar el tono con su última criatura, Licorice Pizza, que nos sitúa en el Valle de San Fernando en 1973. Alana (Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman) conforman una extraña pareja que se conocen en el instituto de San Fernando Valley, el sueña con conquistar el corazón de ella, que es diez años mayor que él. Todo cambiará cuando Gary comience a tener cierta fama como actor. Su vida parece fácil, pero tendrá que centrarse en equilibrar su popularidad con la vida normal de un adolescente.

     Parece que sí, amigos lectores, la nostalgia se ha apoderado de la pantalla grande, una melancolía que suele aparecer cuando nos vamos haciendo mayores. Así nos encontramos con títulos como Érase una vez en… Hollywood, y más recientemente Belfast, West Side Story, Fue la mano de Dios, además de secuelas de títulos clásicos como Matrix, Cazafantasmas y Scream. Paul Thomas Anderson nos presenta su mejor película en años narrando el romance y los desencuentros de un adolescente de 15 años y una joven de 25 en el Valle de San Fernando de Los Ángeles durante los años 70. Una relación emocional y nada sexual pero con altibajos debido siempre a las ambiciones materiales del emprendedor chico actor y a las diferentes aspiraciones de ella, pero la atracción que mutuamente sienten acaba siempre uniéndolos de nuevo.

     Por supuesto, el interés de Licorice Pizza recae en la soberbia química de la pareja, en la chispa y veracidad que desprende su relación gracias a las magníficas interpretaciones de Alana Haim (guitarrista de la banda Haim) y Cooper Hoffman (hijo del malogrado Philip Seymour Hoffman), que sirven de cauce al director para realizar un ejercicio de regresión a su infancia, viajando al lugar por donde corría cuando era un tierno infante en los años 70, el distrito de Studio City del Valle de San Fernando, un escenario éste que ya ha utilizado para algunas de sus mejores películas como Boogie Nights o Magnolia. Licorice Pizza no es una película de gran intensidad narrativa, pero se ve con simpatía debido al colorido y vitalidad que proyecta, al reflejo dinámico y chispeante de un tiempo y un microcosmos que ya sólo existe en la memoria de los que estuvieron allí y se impregnaron de sus esencias.

    Nos cuentan que el guión firmado por el propio director se basa en las vivencias del productor Gary Goetzman, que comenzó siendo un niño actor para después ser un emprendedor en negocios como la venta de camas de agua y salones recreativos con máquinas de pinball. En cualquier caso, y como apuntaba, no es lo más notable de una película tan alegre y luminosa como el soleado paisaje californiano, y que nos regala escenas hilarantes como la cena con la familia judía de Alana. Porque lo más destacable es, de principio a fin, la especial conexión que mantienen Alana y Gary en un entorno idealizado, vivo y cambiante que actúa como punto de encuentro y despedida de la infancia perdida del director. La relación entre ellos resultada tan accidentada como la vida misma, alternando momentos de placer con frustraciones, aunque no puede existir nada más placentero que la feliz reconciliación. No me resultan nada sugerentes las escenas en las que aparecen Sean Penn encarnando a un veterano William Holden haciendo virguerías con la moto, ni la brusca irrupción de Bradley Cooper dando oxígeno al productor Jon Peters que fue novio de Barbra Streisand. También es cierto que aún con la torpeza con la que están construidas esas secuencias, Licorice Pizza es una película recomendable por su tono mágico y su jovialidad, una celebración a la mística de los recuerdos o la imperiosa necesidad de la memoria para combatir la inanidad y mediocridad que hoy día nos asiste.

domingo, 13 de febrero de 2022

CRÍTICA "KIMI" (Steven Soderbergh, 2022)

 

El lado oscuro de la tecnología

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DIRECTOR: Steven Sorderbergh.

INTÉRPRETES: Zoë Kravitz, Erika Christensen, Emily Koruda, Jaime Camil, India de Betancourt, Devin Ratray, Jacob Vargas, Byron Bowers.

GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 89 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2022.

     Tengo un gran respeto por Steven Sorderbergh, siempre en la búsqueda de nuevas formas audiovisuales y con demostrada habilidad para manipular las imágenes y el sonido. Dicho esto, son pocas las películas del director que me hayan dejado un gran poso. Para quien esto firma su mejor película hasta la fecha es Traffic (2000), un magnífico relato sobre el tráfico de drogas en la frontera mexicana. Cierto que me resultó muy refrescante su ópera prima Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), una historia de relaciones personales y sexuales de cuatro treintañeros. También logró sacar las mejores dotes interpretativas de Julia Roberts en Erin Brockovich (2000) e incluso firmó un aseado remake del clásico La cuadrilla de los once con la famosa Ocean´s Eleven (2001), y tampoco olvidemos que con la visionaria e hiperrealista Contagio (2011) puso al mundo en alerta sobre el peligro de los virus letales.

     Soderbergh, en los últimos años, está dedicado a sacar adelante proyectos pequeños y prácticamente todos los años nos encontramos con el estreno de alguna de sus criaturas. El pasado año nos entregó Sin movimientos bruscos, un neo noir ambientado en los años 50 sobre unos delincuentes de poca monta que son contratados para cometer un robo. KIMI, realizada para HBO Max, se centra en Ángela (Zoë Kravitz), una chica agorafóbica que trabaja como analista de una corporación tecnológica escuchando las órdenes de un asistente de voz que responde por el nombre de KIMI. Su función es comprobar los errores para solucionarlos, pero un día al escuchar una grabación cree encontrar las pruebas de que se ha cometido una agresión contra una mujer.

     La agorafobia de Ángela se ha agudizado con la pandemia del Covid, además, las trabas burocráticas que tienen que ver con la privacidad le prohíben conseguir el historial del usuario provocando tensiones con la empresa que la ha contratado. Llegados a este punto, todo cinéfilo reconocerá la influencia en la trama de la obra maestra Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966), filme en el que también se inspiraron otras magníficas películas como La conversación e Impacto. Así pues, la trama no resulta muy original, aunque resulta interesante el modo en que introduce la tecnología en nuestras vidas, y cómo las poderosas corporaciones tecnológicas se cuelan en la vida privada de los usuarios.

     Con un libreto de David Koepp, la función toma como eje el código ético de Ángela, que se implica poniendo en riesgo su vida para que la compañía en la que trabaja ponga su descubrimiento en manos del FBI e investigue lo que parece un crimen. Ante los obstáculos que se encuentra, decide salir de su apartamento a pesar de la agorafobia que padece y de encontrarse en plena pandemia. Sorderbergh resuelve con dinamismo las escenas del apartamento hasta que Ángela descubre el inquietante audio y reúne la fortaleza para salir a la calle. El director plantea así una no muy contundente denuncia sobre cómo las corporaciones tech invaden nuestra intimidad y más que ayudar potencian nuestros miedos y limitan nuestras libertades.

    En KIMI escuchamos los ecos de La ventana indiscreta e incluso de Vértigo como homenaje lúdico cinéfilo, y nos encontramos con momentos hilarantes como esa primera escena en donde vemos a un ejecutivo de una corporación tecnológica ofreciendo una entrevista desde su casa impecablemente vestido con chaqueta, camisa, corbata… y un pantalón del pijama que los espectadores, por supuesto, no ven. KIMI posee dosis medidas de tensión, suspense y paranoia, aunque lo mejor de la propuesta lo encontramos en el primer tramo con Ángela en el apartamento, en la sensación de aislamiento de la realidad y permanente conexión virtual de muchos jóvenes millennials que en los últimos tiempos se ha visto amplificada por la pandemia. La acción se torna trepidante una vez que Ángela consigue salir del apartamento y pisa la calle, con la cámara siguiendo sus pasos de forma obsesiva en un itinerario accidentado en el que se ve instigada por unos esbirros de la compañía, secuencia que nos recuerda a las películas conspiranoicas de los 70. KIMI pide al espectador que deje suspendida la credibilidad, así lo hacemos cuando los sicarios de la corporación entran en la casa de Ángela a la que intenta ayudar su vecino de enfrente y convertida ya en una implacable heroína. Un final forzado y excesivo en consonancia con lo que sólo es un eficaz y desmedido entretenimiento.   

sábado, 5 de febrero de 2022

CRÍTICA: "CLEAN" (Paul Solet, 2020)

 

El precio de la redención

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DIRECTOR: Paul Solet.

INTÉRPRETES: Adrien Brody, Glenn Fleshler, Chandler DuPont, Richie Merritt, Michelle Wilson, John Bianco, Dinora Walcott.

GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 94 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2020

     No es la primera vez que colaboran el director Paul Solet y el actor Adrien Brody, Ya lo hicieron en 2917 en el tercer largometraje del director titulado Bullet Head: trampa mortal, film sobre un atraco que sale mal y los atracadores se ven cercados en un almacén. En el reparto de esta película también estaban Antonio Banderas y John Malcovich. Entre este film y el que nos ocupa, sólo ha dirigido el visceral documental Tread (2019), que narra un hecho real sobre un soldador hastiado con inquietantes intenciones que convierte un bulldozer en una máquina indestructible de 30 toneladas de cemento y acero.

     Clean es una película de 2020 que hasta el pasado 28 de enero no fue estrenada en los cines estadounidenses y en plataformas, aunque fue exhibida en el Festival de Tribeca del pasado año. La historia no es original, de hecho podría entenderse como una versión hip hop actualizada de Taxi Driver: un hombre que trabaja de basurero y que responde por el nombre de Clean (Adrien Brody) al que le atormenta su pasado de asesino a sueldo y busca ayudar a la comunidad y tener una vida  tranquila que le sirva para redimirse de sus imperdonables acciones. Sin embargo, pronto se verá forzado a sumergirse de nuevo en la violencia de la que intenta huir.

      Con un libreto escrito por el propio director y Brody y tomando como escenario la decadente y herrumbrosa ciudad de Utica (Estado de Nueva York), la historia del asesino a sueldo que, asqueado de su vida, intenta redimirse pero se ve obligado a volver a la acción para salvar a una joven vecina sobre la que tiene un sentimiento paternalista, no es, precisamente, el colmo de la singularidad. No es extraño que muchos críticos y espectadores piensen que la implicación de Adrien Brody en el proyecto como protagonista, guionista, productor, compositor de la partitura y colaborador de la banda sonora, sólo puede dar como resultado un vehículo para el lucimiento del actor aquí convertido en hombre orquesta, un producto autoindulgente sin mucho recorrido.

    Y en parte tendrán razón, su presencia en la función se impone como arrolladora, pero recordemos que el eje narrativo es el itinerario dramático de un hombre con un pasado que desea olvidar y que nos será revelado a pausadamente a través de innecesarios flash backs hasta la explosión de ira y violencia final. Es en esos primeros 50 minutos de metraje en donde veremos forjarse el desarrollo del personaje esquivando con cierta habilidad algunos tropos del subgénero de vigilantes o justicieros, debido a la implícita denuncia social de una América dolorosamente degenerada que Clean trata inútilmente de rehabilitar pintando casas vacías y ruinosas del centro de la ciudad, sabiéndose culpable en parte de su agonía y deterioro.

 

     Lo que eleva a Clean por encima del lodo de la mediocridad es su incisivo reflejo de un estado de ánimo, el desaliento y la derrota, con el atormentado personaje al que da oxígeno Adrien Brody proyectando su desesperación y su angustia existencial, disgustado por toda la podredumbre y fealdad que lo rodea, un vertedero en el que brilla como una flor en un estercolero Dianda, su joven vecina que vive con su atribulada abuela, y a la que salva de una violación grupal utilizando su arma favorita, una enorme llave de fontanero. El problema es que entre los desalmados a los que golpea y destroza la cara se encuentra el hijo del gángster local, iniciándose así una espiral de violencia descarnada como esas que atraviesan sus noches de insomnio. Paul Solet profundiza enigmáticamente en las emociones del personaje protagonista, sobre todo cuando los fantasmas del pasado asaltan su torturada mente. También en su tristeza al comprobar que todo es pobreza, ruina y que sólo triunfan las organizaciones criminales que controlan las calles. Equivocadamente Clean puede ser calificada como un riff de películas como John Wick y Taken, pero su empeño en demostrar el desamparo, el perturbador presente y desalentador futuro la confieren un fulgor especial.