domingo, 27 de abril de 2014

CRÍTICA DE: "POMPEYA"


Pastiche multirreferencial
POMPEYA êê
DIRECTOR: PAUL W.S. ANDERSON.
INTÉRPRETES: KIT HARINGTON, EMILY BROWNING, JARED HARRIS, KIEFER SUTHERLAND, CARRIE-ANNE MOSS, JESSICA LUCAS.
GÉNERO: DRAMA HISTÓRICO / EE. UU. / 2014  DURACIÓN: 102 MINUTOS.   

     En esta moda de trasladar a la pantalla grande hechos históricos le toca el turno a la catástrofe acaecida en la Antigua Roma sobre la ciudad de Pompeya -lugar de vicio y corrupción- que fue enterrada por la violenta erupción del volcán Vesubio el 24 de agosto del año 79 d.c., falleciendo sus habitantes debido al flujo piroclástico. Claro que, a uno le invade una pereza infinita cuando se tiene que enfrentar al visionado de una película dirigida por Paul W.S. Anderson, que con una filmografía de una decena de títulos que incluye las tres entregas de Resident Evil, y otras “joyas” como Mortal Kombat, Soldier, Alien vs. Predator, Death Race: la Carrera de la Muerte y Los Tres Mosqueteros, está muy lejos de pasar a la historia en este difícil arte de hacer cine. Sólo me resulto pasable aquel film de ciencia-ficción titulado Horizonte Final (1997), que con cierta resonancia a Alien se veía castigado por una artificiosa resolución final.


      POMPEYA, que como citaba unas líneas más arriba nos  traslada al año 79 d. c., nos presenta al joven celta Milo (Kit Harington), un esclavo convertido en gladiador dispuesto a vengarse de las huestes de Julio César que mataron a su familia y que ve como a su amor, la joven Cassia (Emily Browning), la obligan a prometerse con un corrupto senador, Corvus (Kiefer Sutherland). Cuando el Vesubio entra en erupción  amenazando con destruirlo todo, Milo intentará salvar a su amada en medio de la catástrofe y la destrucción.
     

      Con un impostado tufillo a producto de serie B, POMPEYA se impone como un espectáculo visual pirotécnico en donde nada tiene interés hasta el final. Con su mezcla de cine de aventuras y catástrofes, péplum, epopeya histórica y drama romántico, Paul W.S. Anderson tira por elevación para buscar portentosas influencias que van desde el Conan de John Milius, el Titanic de James Cameron, el Ben-Hur de William Wyler y el Gladiator de Ridley Scott, cuatro películas que podíamos decir han orquestado el guión dando como resultado un pastiche multirreferencial que en determinado momento produce vergüenza ajena. Y no se trata solamente de eso, porque si cogiendo retales de de muchas y variadas películas se confecciona un tapiz lustroso (lo hace casi siempre Tarantino con enorme descaro pero también con envidiable pericia), podemos hasta perdonar el engaño, pero es que el artefacto que nos presenta el director británico no ofrece nada que no hayamos visto antes mil veces pero peor realizado, y sólo es un pasatiempo convencional, desaliñado y simplón saturado de efectos CGI y actuaciones poco convincentes.


      POMPEYA es una película afectada, excesivamente superficial y artificiosa que peca de reiterativa y rocambolesca. Insisto, los actores están desaprovechados a pesar de que Kit Harington (el John Nieve de la serie “Juego de Tronos”) hace lo que puede, no digamos Kiefer Sutherland que en algunos momentos, que suponemos decisivos, roza el ridículo, aun así, me arrancó una gran carcajada que el joven Milo enamorará a la bella Cassia (que a mí no me lo parece en absoluto) quebrándole el cuello a un caballo. Como película épica, de esas en donde la lucha por la libertad se acaba convirtiendo en una lucha por la supervivencia, la función carece de la emoción y espectacularidad de otras películas memorables del género. Los problemas de un guión deslavazado lo impiden, actuando de rémora para la evolución psicológica de los personajes. El invento sólo puede ser mínimamente disfrutable en algunos aspectos técnicos (el diseño de producción, la iluminación y el proteico montaje que nos regala algunas escenas de lucha y acción aseadas), sobresaliendo el clímax brutal de la erupción del volcán como el momento más atractivo de la película, y que queda registrado como un documento dramático aislado que se podría visionar ahorrándose el resto de la película. 

jueves, 24 de abril de 2014

"SHAME", LA ESCLAVITUD DEL SEXO


      Tras su magnífico debut con Hunger (2008), una emotiva crónica sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en 1981 con motivo de la huelga de hambre que llevaron a cabo algunos miembros del IRA liderados por Bobby Sands, el director británico Steve McQueen nos presentó SHAME (2011), en donde cuenta de nuevo con su actor fetiche Michael Fassbender para dar vida a Brandon Sullivan, un joven y apuesto treintañero neoyorquino con problemas para controlar y disfrutar de su agitada vida sexual. Obsesionado con el sexo, se pasa el día hojeando revistas pornográficas, contratando prostitutas y manteniendo relaciones esporádicas con solteronas de Manhattan. Un día se presenta su hermana, Sissy (Carey Mulligan) en su casa sin previo aviso, con la intención de quedarse unos días.


     Con la llegada de su hermana la vida de Brandon toma otro cariz, ya que si el espectador se siente al principio fascinado e incluso tentado por la envidia hacia ese playboy de presencia física imponente, que se folla a quien le da la gana, que goza de un trabajo exitoso y un apartamento de lujo, poco a poco irá descubriendo que tras esa tentadora fachada sólo existe un profundo vacío existencial, y que el sexo actúa como un punto de fuga  para huir de la asfixiante soledad de una vida desierta de sentimientos y emociones.


      Y si Michael Fassbender da oxígeno de manera pluscuamperfecta a ese ser solitario y alienado, que se deja llevar por instintos primarios y deseos compulsivos, una magnífica Carey Mulligan aparecerá como el elemento distorsionador de su conciencia para obligarle a reflexionar y replantarse su vida, hasta el punto de hacerle sentir la vergüenza que alude el título. Ella, su hermana, con evidente falta de cariño, que no tiene claro su destino, inestable y sensible, va a generar en Brandon un dilema moral sobre su forma de manejarse, de ahí que cuando se siente atraído por una chica, en una relación que le va a exigir una mayor implicación, toda su aparente seguridad se derrumba en abisal y descorazonadora frustración. No estamos ante una fábula moral, Steve McQueen nos acerca a esta cruda y demoledora historia de manera valiente y sin concesiones, narrada con largos planos y una fisicidad nada epidérmica. Me costó reconocerlo tras el primer visionado; en la relación de los hermanos se adivina un pasado tenebroso, pero está claro que la inalcanzable ensoñación, la mujer ideal que persigue Brandon, está representada por su hermana, algo que tal vez sólo  es posible captar en algunas sinuosas miradas. Shame actúa como un espejo de nuestra sociedad hedonista, del placer instantáneo, y acongoja esa visión de un Nueva York desangelado donde cada día naufragan miles de corazones solitarios.

domingo, 20 de abril de 2014

SOBRE A SERBIAN FILM: MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES DEL HORROR



      Es algo que me ha pasado algunas veces: cuando vi A SERBIAN FILM (2010) por primera vez tras su exhibición en el Festival de Sitges, me pareció un film de terror bastante mediocre y estéticamente cuestionable. Me olvidé de la cinta hasta que tuve que escribir un artículo en defensa del amigo Ángel Sala, director del festival y a quien unos indignos fundamentalistas habían denunciado por la proyección del film. El artículo en cuestión, titulado “En defensa de Ángel Sala: ¡A la basura con la censura!”, fue publicado en diversos medios y se encuentra disponible en este blog. He vuelto a ver el film dirigido por Srdjan Spasojevic en Blu-ray y mis impresiones ahora han sido distintas.


      El tema de la película gira en torno a una estrella del porno ya retirada, Milo, que vive con su mujer y su hijo y está pasando por serios apuros económicos. A través de una antigua compañera de rodaje, la pornostar Leyla, se le presenta la oportunidad de trabajar con un misterioso tipo llamado Vukmir en su nueva película porno de corte experimental. Milo, dada su acuciante situación, acaba aceptando sin saber bien lo que va a rodar y acaba sumergiéndose en una espiral de violencia, cintas snuff, pedofilia y drogas que le acercan al abismo de la locura y el terror.


       Mis lectores me dirán: pero tío, si tienes un post en tu blog que pone a esta cinta a caer de un burro ¿por qué has cambiado de opinión? Puedo explicarlo: en este país en el que los hipócritas surgen como las setas, parece tener mucho prestigio el concepto de “idea fija”, bien, pues he de afirmar que a mí ese concepto me resbala, mis pensamientos evolucionan y estoy dispuesto a cambiar de opinión siempre que alguien o yo mismo me convenza de lo contrario. Aclarado esto, el nuevo visionado de A Serbian Film me ha provocado una inquietud alarmante, debido más a su ilimitada depravación moral que a los signos claramente reconocibles de un cine gore o de terror que, sinceramente poco me sorprende.


       En esta ocasión, en soledad, con una perfecta visión y edición de sonido, me he propuesto realizar un ejercicio más maduro, absorbente y realista trasladando mi imaginación al país donde se desarrolla la acción, Serbia, que su director estoy seguro que odia, y me he propuesto aceptar la película no como una mera y salvaje provocación, sino como una cruel parábola de la situación política y social guiado por su propio título, que se me aparece como un letrero luminoso que esconde por sí solo las claves de la vergüenza de una sociedad civil que vivió en sus carnes una de las guerras más cruentas y bestiales del pasado siglo, “hijos de la guerra de los Balcanes” que, desde la más penosa indigencia, tuvieron que levantar un país bajo la ignominia de lo acontecido y todavía se hace difícil calcular a cuanta gente dejo tarada aquel infame conflicto bélico. Fueron dos las escenas que en su época causaron un gran escándalo: la violación de un bebé recién nacido y otra sexo con un niño de cinco años ¡Todo es ficción!, y como dijo Immanuel Kant: “El arte debe mostrar cualquier asunto y promover cualquier sentimiento, siempre independiente de su moral y el horror que pueda despertar


      Si una película provoca la náusea y el hastío también puede ser buena, y en el vacío de moralidad en que estamos instalados, no sólo deben importar los valores cinematográficos, puede que del mismo modo podamos atender a la indescriptible y enfermiza crueldad de su denuncia, que actúa como un espejo deformante en donde se ven reflejadas las más bajas pasiones, los más tremendos tabúes y las más innombrables miserias humanas. Pero es que a un nivel técnico y artístico la película no es nada despreciable, si partimos de un guión francamente mejorable: los actores cumplen sin demasiadas alharacas con su cometido, la planificación de las escenas más aberrantes y escabrosas y la ejecución de los momentos oníricos y los flash backs están bien resueltas y nos indican que hay un director con buen pulso, y sobre todo, una ambientación sórdida, insana, asfixiante y decadente que sirve de marco perfecto para desatar la locura, las perversiones más nauseabundas y el más crudo y lacerante horror. A Serbian Film es un film tan valiente como desnudo de hipocresía. Sabiendo los millones de buscadores que ha tenido en Google la palabra “Snuff”, que levante la mano quien no haya tenido alguna vez un pensamiento aberrante ¿tú? No te creo.

sábado, 19 de abril de 2014

LA PELÍCULA RESCATADA: “DRIVER” (WALTER HILL, 1978)



      Siendo apenas un adolescente asistí al estreno en un cine barcelonés ya desaparecido de DRIVER (The Driver, Walter Hill, 1978), y lo que más me sorprendió fue su mala acogida crítica, que no se correspondía en absoluto con mis impresiones tras ver la película, algo curioso e incomprensible que me hizo pensar que a partir de entonces la crítica (al menos la oficialista) y yo caminaríamos siempre por caminos muy diferentes. Este espléndido thriller narra la feroz persecución de un detective de la policía interpretado por Bruce Dern, para dar caza a un experimentado conductor conocido por Cowboy (Ryan O`Neal), un tipo que trabaja por libre y que sirve de apoyo para la huida de los diferentes atracadores que le contratan. Su habilidad al volante hace que se escape una y otra vez de la justicia, que le considera muy peligroso.


      Driver, escrita por el propio director, es el segundo trabajo de Walter Hill tras la no menos magnifica El Luchador (1978), y personalmente, lo que me parece más extraño es que el hombre que había firmado un puñado de obras de culto como las citadas y The Warrior: Los amos de la noche (1979), Forajidos de leyenda (1980), La Presa (1981), Calles de fuego (1984), haya podido caer en la vulgaridad y el vacío más desalentador filmando tonterías como Supernova (2000), Invicto (2002) y Una bala en la cabeza (2012).


       No importa, amigo lector, las razones por las que esta pequeña joya pasara desapercibida en la época de su estreno, Driver es un excelente thriller que con resonancias al polar francés (sobre todo al cine de Jean-Pierre Melville) ha influido decisivamente en la obra magna de Nicolas Winding Refn Drive (2011), otro film que me encanta pero que siendo sincero le debe mucho a este ejercicio estilístico en el con muy poco su director consigue mucho (para compararlas sólo hay que fijarse en el inicio de una y otra).


       En el film, un lujo para los aficionados a las persecuciones de coches y en donde Hill demuestra su maestría para la planificación y el ritmo, no sabemos nada de los personajes, ni siquiera sus nombres, quedamos hipnotizados con el ascetismo y soledad del protagonista –un comedido Ryan O`Neal-, muy parco en palabras y gélido en las relaciones con las mujeres, que sólo habla a través de sus acciones y al que siempre le vemos durmiendo en hoteles baratos, acosado por la policía y dando señales de vida cuando muestra su destreza al volante. Su reverso es ese policía soberbio y egocéntrico que encarna Bruce Dern, otro solitario e incomprendido obsesionado con pillarlo. El poco protagonismo femenino se lo lleva la francesa Isabel Adjani, una mujer de belleza misteriosa que sirve de coartada al conductor en uno de los atracos. Como en los westerns de Hill, Driver es una historia de perdedores, un film noir de ajustadísimo metraje, conciso, esteticista, atmosférico y sin florituras, que perfila con cuatro pinceladas prodigiosas la dimensión fatalista de los personajes. 

miércoles, 16 de abril de 2014

"IRREVERSIBLE": LA SECUENCIA MÁS PERTURBADORA DE LA HISTORIA DEL CINE


       
      IRREVERSIBLE (Gaspar Noé, 2002), fue la película escándalo de la 55º edición del Festival de Cannes que pasará a la historia por una impactante y perturbadora escena de violación que dura 10 minutos. El film está narrado en sentido inverso con una utilización virtuosa de flash back que nos introduce en una angustiosa pesadilla: la delirante y desesperada búsqueda por los antros más infectos y gores de la noche parisina que emprenden dos amigos Marcus y Pierre (Vincent Cassel y Albert Dupontel), para encontrar al responsable de la violación y asesinato de la novia del primero, la escultural y preciosa Alex (Mónica Belucci), a quien la ruleta de la vida le ha deparado el peor de los destinos: morir en un sombrío subterráneo peatonal tras ser víctima de una violación y una paliza brutal. Así, el film se nos muestra como introspección realista sobre la temible capacidad destructora-depredadora del hombre y la venganza como mecanismo que impone su propia lógica.


     

 La secuencia de la violación es absolutamente devastadora e hiperrealista, tan demoledora, tan estremecedora que, incapaces de soportarla, los espectadores huían en masa de los cines dejando las salas casi vacías. Utilizando el mantra “El tiempo todo lo destruye”, el director franco-argentino Gaspar Noé deja la cámara estática en el subterráneo durante diez lacerantes, eternos, insufribles minutos, que dan comienzo cuando la joven Alex es agredida a punta de navaja, sufriendo en sus carnes la violación más cruel jamás filmada. No contento con eso, el salvaje violador (de aspecto verdaderamente siniestro y amenazador), golpea con tanta saña el rostro de la desdichada mujer que lo convierte en un pegote sanguinolento y tumefacto. 
                            
Lo advierto de antemano, además de por su narrativa nada convencional (contada al revés y movimientos en espiral de cámara que pueden resultar desconcertantes), este es un film con un par de escenas espeluznantes, por lo que se necesita una preparación previa para su visionado. Pues la cosa no acaba ahí, la venganza del novio y del amigo nos sitúa en el sórdido club gay “Rectum”, donde el personaje que interpreta Dupontel, sin piedad,  machaca la cabeza a un tipo con un extintor. Me encanta esta película aunque, insisto, no es recomendable para estómagos delicados. Quedan avisados.

 En los extras del DVD nos enseñan cómo se generó el pene del violador (fotograma 2), cómo se hizo la escena en que Dupontel revienta la cabeza al tipo en el club o cómo la cámara penetra por la luna de un coche sin romperla, chorraditas que pueden resultar muy interesante para los amantes de los efectos especiales.

sábado, 12 de abril de 2014

¡GLORIA AL CINE!


     El cine ha tenido mucho que ver tanto en mi formación intelectual como en mi educación sentimental, no resulta arriesgado decir que una parte muy importante de lo que sé y amo  se la debo al cine. Aunque no hace falta que lo subraye, me encanta el cine, un invento que nació a finales del siglo XIX como un espectáculo para la diversión, pero que pronto se convirtió en un potente y revolucionario lenguaje, en una poderosa expresión artística e incluso propagandística. Pero este artículo no pretende ser una lección histórica sobre el Séptimo Arte, sino transmitir estímulos, sensaciones, esas que se apoderan de uno cuando compra una entrada en la taquilla, se sienta en la cómoda butaca y espera que sus sentidos queden expuestos a un universo apasionante que siempre va a necesitar la implicación y a veces de la interacción del espectador, que al igual que cuando visitamos un museo, no se debe quedar en el simple visionado de la obra exhibida.


      Ahora, más que nunca, las salas están cerca del espectador, y si en su momento de mayor auge la televisión no pudo  acabar con el cine, tampoco las modernos artilugios tecnológicos acabarán con el más genuino y electrizante de los espectáculos, y me horroriza pensar en sobrevivir en un mundo donde no pueda comprar un disco en una tienda, un libro en una librería de barrio, tener que leerlo en un aparato y ver las películas en una tele, un móvil o en un ordenador. Además, la televisión vive desde hace décadas un matrimonio de conveniencia con el cine, que siempre ocupa un lugar estelar en las parrillas de todas las cadenas. Por supuesto, el gran desafío del cine es volver al producto de alta calidad (2013 ha sido un año muy bueno), a la excelencia, que puede convivir perfectamente con el cine comercial –que no tiene por qué estar falto de ella-, y así, existe un cine de autor o independiente que siempre nos ofrece algunas pepitas que extraer entre toneladas de barro. Animemos entonces, a pesar de la crisis- el cine es también una fastuosa industria- a los productores a asumir riesgos en proyectos que les van a reportar menos beneficios pero que a lo mejor les procuren algunas satisfacciones pasando a la posteridad: muchas películas que fueron incomprendidas en la época de sus estreno son hoy consideradas obras de culto, siendo elogiadas y proyectadas una y otra vez en cine-clubs y filmotecas.


      Todas las personas inteligentes aman el cine, el cine es cultura, calidad de vida. Yo, por ejemplo, no soy un tipo serio, pero el cine es uno de los espectáculos más solemnes a los que una persona íntegra y lúcida puede acceder, ya lo dijo Truffaut “Quien ama el cine ama la vida”. A muy temprana edad convertí la asistencia al cine en algo parecido a un ritual, tanto es así que jamás se me ha ocurrido utilizar las salas de exhibición –con su perfecto microclima- para echar un sueñecito o para, premeditadamente llevar a cabo lúbricos escarceos sexuales. Si como consecuencia de mi desaforada sensibilidad hacia el sexo opuesto esto último surgía, no me quedaba más remedio que volver, en condiciones menos abrasivas, a ver la película ¡Ay de aquellas sesiones continuas!


     El medio más influyente y dinámico de narración colectiva nos pide, además, que seamos críticos, no se trata de criticar por criticar para no perder el hábito, pero resulta interesante y saludable que nuestras opiniones, si están bien fundamentadas, prevalezcan más allá de cualquier otra consideración, ya que en términos orwellianos las posturas de acrítica obediencia y aceptación me llevan a pensar en amargas distopías, en la inseguridad, la sumisión y otras cosas que me asustan, y es que cuando a un autor se le obliga a transitar por caminos ya prescritos, la cultura agoniza. Aceptar lo diferente es, por supuesto, un síntoma de racionalidad y madurez, las opiniones no tienen por qué converger, la controversia es en sí necesaria, pero debemos mantener nuestra mirada limpia, demostrar una actitud abierta y un carácter democrático. Eso sí, todos estaremos de acuerdo en que la mejor forma de aprender cine es ver mucho cine.

POR QUÉ HAY QUE IR AL CINE

-Porque las sensaciones y la magia que te provoca ver una película en una sala son inimitables y difíciles de reproducir en tu casa a no ser que seas muy rico y poseas una sala propia bien acondicionada. Nunca, los proyectores, los ordenadores ni las televisiones por muy grandes y excelentes sus capacidades resolutivas, provocarán las mismas percepciones sensoriales y evocaciones que sentirás sentado en una butaca en la oscuridad de una sala, esa fantástica emoción cuando surgen los títulos de crédito y comienza la función.


-Por el calor del público y las tertulias que se producen cuando, una vez terminada la sesión, comentas con los amigos o familiares tus impresiones sobre la película, charlas que crean vida social, te invitan a salir de casa y en donde siempre salen a relucir las particulares filias y fobias, las adhesiones y diferencias irreconciliables, y que dejan escapar el crítico o el cinéfilo que todos llevamos dentro. Abandonar por unas horas la vida de viciado eremita y brindarse una jornada sin ordenadores, videoconsolas y televisiones. Comprobar que también hay vida fuera y contagiarnos de su pulsión.

-Porque es cultura, arte que penetra por los sentidos, al fin y al cabo una película es un relato fílmico que esconde detrás el esfuerzo, entusiasmo y talento de mucha gente y que se basa en un texto (el guión o libreto) al que darán vida directores, actores y técnicos que lucharán con todo toda su alma para que todo salga bien.



-Por el esfuerzo que están haciendo los empresarios, esos exhibidores que sensibilizados con la crisis y a pesar del infame 21 % de IVA que aplica vergonzosamente el gobierno, están bajando el precio de las entradas. Y aunque siempre fue más asequible que el teatro y los conciertos, hoy el cine en nuestra zona está más barato que nunca, algo que se está notando en la buena afluencia de público, una perfecta simbiosis donde todo el mundo gana y que nos hace gritar con energía ¡GLORIA AL CINE!

domingo, 6 de abril de 2014

CRÍTICA DE: "NOÉ"

De la épica y la estética
NOÉ êêê
DIRECTOR: DARREN ARONOFSKI.
INTÉRPRETES: RUSSELL CROWE, JENNIFER CONNELLY, RAY WINSTONE, ENMA WATSON, ANTHONY HOPKINS, LOGAN LERMAN.
GÉNERO: AVENTURAS / EE. UU. / 2014  DURACIÓN: 138 MINUTOS.   

     Este cronista tiene un lejano recuerdo de una película dirigida en 1928 por Michael Curtiz titulada El arca de Noé, una superproducción a lo Cecil B. De Mille que narraba de forma paralela dos historias; la fábula bíblica sobre Noé  y el diluvio, y por otra lado, una visión trágica de la Primera Guerra Mundial. Era muy pequeño, pero desde entonces, salvo algunas películas de animación y un telefilm bastante mediocre protagonizado por John Voight, siempre he estado esperando el momento que algún osado director, siempre con el paraguas protector de una potente productora, acometiera este mágico y conmovedor relato bíblico haciendo uso de toda la modernidad tecnológica a su alcance.


      Gracias al éxito de Cisne negro, película que recaudó 330 millones de dólares, el neoyorquino Darren Aronofski logró de la Paramount luz verde para un proyecto que ha tenido un coste de producción muy elevado y grandes problemas de criterio entre productora y director para dar por finalizada la película. A mí, que de este realizador tildado por algunos de visionario, me gustaron mucho Réquiem por un sueño (2000) y El Luchador (2008), no me gustaron tanto Pi, fe en el caos (1998) y Cisne negro (2010) y absolutamente nada La fuente de la vida (2006), esta audacia de Aronofski me cae simpática, me gusta el riesgo que asume y su empeño por ofrecernos su visión de una historia que le conmovió cuando era niño.


      La trama, basada en los textos del libro del Génesis, es conocida por todos, incluidos ateos y agnósticos, y así, en un mundo asolado por los pecados humanos, Noé (Russell Crowe), un hombre pacífico que sólo desea vivir tranquilo con su familia, recibe una misión divina: construir un arca para salvar a su familia y a toda la creación del inminente diluvio universal. Todo comienza cuando, cada noche, Noé tiene el mismo sueño: las visiones de una muerte provocada por el agua y seguidas de una nueva vida en la Tierra. La tarea no será fácil, pues Noé, además de enfrentarse a sus propios dilemas morales, deberá luchar contra los problemas que la empresa divina provocará en el seno de su familia y sobre todo tendrá que enfrentarse a las sospechas y desconfianzas de Tubal-Caín (Ray Winstone), líder de una tribu vecina, que pondrá límites a las fuerzas del insospechado héroe.


      No sé si los católicos, judíos y musulmanes quedarán muy satisfechos con esta película o si ésta contradice o no las enseñanzas bíblicas porque las opiniones de los fundamentalistas me importan un carajo, yo sólo atiendo a los valores cinematográficos de la cinta, y la equidistancia, la indiferencia y la pereza se apoderan de mí si tengo que opinar sobre otros temas. Aclarado esto, encaro NOÉ como lo haría con cualquier otro blockbuster, una odisea muy estimable en un plano visual y poco emocionante en sus divagaciones narrativas. He de reconocer que no me molestan las licencias que Aronofski y su guionista Ari Handel se toman a la hora de ofrecernos su particular visión de la épica epopeya (todo ese rollo malsano del descendiente de Caín con quien Dios no se comunica y sus bestiales tribus, la historia de la chica a la que salva la vida Noé y su familia, el cabreo de Ham porque su padre no querido salvar a su amiga, las cómicas apariciones de Matusalén), ya que pienso que una película cabe todo, y me molestan las férreas restricciones que los puristas quieren imponer sobre las adaptaciones de cualquier texto esté o no basado en hechos reales, aunque eso suponga una nueva reescritura de la historia. Aronofski demuestra tenerlos bien puestos porque aún jugando con un presupuesto muy elevado demuestra que no se casa con nadie.


       Al fin y al cabo NOÉ no atiende sólo al marco épico y dramático de la fábula bíblica, también, no podía ser de otro modo, al espectáculo y la fantasía de tono místico, en la que además podemos adivinar un sentido tributo a la madre naturaleza, pero que trata de profundizar, a ratos de manera aparatosa y a ratos de forma sobrecogedora, en el peso moral de un hombre bueno condenado a ser testigo de una catástrofe que no puede evitar siendo su fe constantemente puesta a prueba.
       

        Y lo cierto es que como espectáculo la propuesta de Aronofski resulta verdaderamente fastuosa, una obra que enlaza por su temática, ética y estética con el cine postapocalíptico y el de catástrofes. La película, con unas lánguidas Jennifer Connely y Emma Watson, gana muchos enteros con la presencia de Russell Crowe, un tipo poco a poco trastornado por sus profundos y terribles dilemas morales, inquebrantable, obediente siervo de los designios del creador y que Crowe hace creíble en sus embestidas bélicas y en sus recogimiento espiritual. Hay sentido del ritmo cuando comienza el temible diluvio y las hordas de Tubal-Caín se enfrentan a Noé, protegido por unos gigantes y rocosos ángeles caídos llamados Los Vigilantes. Una batalla bajo la lluvia y una misión mesiánica, que durante la larga travesía en el arca nos hará temer por las obsesiones de un Noé cada vez más perturbado, que convencido de que Dios quiere exterminar al hombre de la faz de la tierra, también ellos deben perecer, incluidos los retoños que guarda en su vientre la joven Ila, hijos de su hijo Shem.          



        La torturada psique de Noé le hará encarar su triste destino en la tierra prometida alcoholizado y en soledad, perdido en el laberinto de sus conflictos espirituales, apartado de su familia en inconsciente de que sólo el amor ilumina el camino de la inmortalidad.

viernes, 4 de abril de 2014

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "DE ENTRE LOS MUERTOS" (VÉRTIGO)


VÉRTIGO
Suspense Psicológico - USA, 1958 - 128 Minutos.
DIRECTOR: ALFRED HITCHCOCK.
INTÉRPRETES: JAMES STEWART, KIM NOVAK, BARBARA GEL GEDDES, TOM HELMORE.

    Alfred Hitchcock (Londres, 1899 - California, 1980) conocido como el “mago del suspense” se licenció en ingeniería y bellas artes, trabajó como dibujante publicitario hasta que un buen día descubrió su vocación por el cine. En 1920 dibuja inter-títulos para la productora Players Lasky, seguidamente pasa a ser decorador, guionista y en 1925 debuta en la dirección con El jardín de la alegría. Tras rodar algunas películas mudas en donde daba ya muestras de su personalísimo estilo, adquiere un merecido prestigio en el Reino Unido con El hombre que sabía demasiado, 39 escalones, Agente secreto, Sabotaje, Alarma en el expreso. Todas ellas realizadas en los años 30, porque en 1940, fichado para Hollywood por David O. Selznick dirige Rebeca, adaptando la novela de Daphne de Maurier que es todo un exitazo. Hitchcock es uno de los grandes directores de la historia del cine, unánimemente venerado ha influido en muchos de los cineastas contemporáneos -Truffaut, De Palma, Hanson-. De su extensísima filmografía compuesta por cerca de sesenta títulos destacamos los siguientes: Extraños en un tren (1951), Yo confieso (1952), Crimen perfecto (1954), La ventana indiscreta (1954), Pero...¿Quién mató a Harry? (1955), Con la muerte en los talones (1959), Psicosis (1960), Los pájaros (1963). Alejadas de la calidad de las anteriormente citadas se encuentran las irregulares: Marnie la ladrona (1964), Cortina rasgada (1966), Topaz (1969), Frenesí (1972) y La trama (1976) film que cierra su carrera cinematográfica.
 
     Sinopsis: Scottie Ferguson (James Stewart) un abogado convertido en detective, deja su trabajo en la policía de San Francisco el día que descubre su acrofobia (pánico a las alturas). Un día, Gabin Elster (Tom Helmore) un magnate amigo suyo desde los tiempos de la escuela, le pide que vigile a su mujer, Madeleine (Kim Novak) de la que sospecha que sufre un cierto tipo de neurosis y que desea suicidarse, le cuenta además que Madeleine cree estar poseída por el espíritu de su bisabuela que se quitó la vida. Scottie la sigue a todas partes observando su extraño comportamiento. Los temores de su amigo se confirman cuando tiene que salvarla de morir ahogada en la bahía. Poco después la lleva a su apartamento, pero cuando ella despierta no recuerda nada. Lo que no podrá evitar Scottie Ferguson, debido al vértigo que padece, es que Madeleine se suicide arrojándose desde el campanario de la iglesia de una misión española. Scottie cae en una profunda depresión nerviosa, y cuando sale del hospital, turbado aún por el trágico suceso, cree ver el rostro de Madeleine en otras mujeres. Así, paseando por una calle se encuentra con una vendedora, Judy Barton (Kim Novak de nuevo) que es la viva imagen resucitada de Madeleine. El ex-detective intentará por todos los medios que se parezca a su amor perdido, sin embargo, no todo será tan fácil.


    El maestro Hitchcock toma como base la novela D’entre les morts, escrita por los especialistas Pierre Boileau y Thomas Narcejac especialmente para él, autores también adaptados en 1954 con Les diaboliques por Henri-Georges Clouzot. Si bien a el director británico la novela no le pareció nada del otro mundo, decidió utilizar el soporte básico de la trama y elevar su atmósfera de historia atormentada y sinuoso erotismo. Así, de una novela mediocre -que eso sí, contaba con las características obsesiones que hicieron famosos a los escritores franceses-, Hitchcock extrae una de sus más grandes obras maestras. Aunque el relato desarrollaba la acción en París, el realizador la traslada a San Francisco, en un afán por retratar una ciudad que, por aquella época, fue testigo de la generación beat, y donde los tranvías, sus empinadas y ondulantes calles, la niebla de primeras horas de la mañana, la arquitectura victoriana y su gran número de cafés, hacían de ella un marco incomparable para desarrollar un desgarrado argumento de intriga psicológica. 

      Con un guión que comienza Alec Coppel, pero que a requerimiento del director de Psicosis, finaliza Samuel Taylor, que lo rehace en un intento por darle un matiz más acusado al tema psicológico, Hitchcock, contando de nuevo con su actor favorito, James Stewart, realiza algo prodigioso y a contracorriente de las tradicionales películas de misterio, como es revelar el enigma poco más que a mitad del metraje, lo que no impide que su interés siga in crescendo debido fundamentalmente a tres razones; la primera, la sensual química y el tremendo feeling de su pareja protagonista, Stewart-Novak; en segundo lugar, porque a medida que el film avanza todo el atractivo se va centrando en el complejo laberinto cerebral de Scottie, un secreto más inextricable e interesante que la verdadera identidad de Judy; y en último lugar, la novedosa fórmula -hábil empleo del zoom, imágenes en espiral- que usó el genial director para poner en imágenes los agobiantes efectos del vértigo que padece el protagonista.
 
      Vértigo es una obra maestra del Séptimo Arte, con escenas, planos e interpretaciones inolvidables. El personaje de James Stewart se aleja cada vez más de esa vida estable y sosegada que representa su novia formal, Midge, para adentrarse en un mundo inquietante de sensaciones desconocidas, atraído por la hermosa y carnal Madeleine, cuya imagen despierta en él una morbosidad oculta, impulsos con una carga de obscenidad largamente reprimida y que tiene su momento álgido con el famoso y alucinante beso giratorio. Un plano también maravilloso es ese de Kim Novak -que por cierto fue la sustituta de una Vera Miles embarazada- bajo el Golden Gate y un cielo cubierto de nubes que esconden la puerta de su inevitable camino. La impresionante fotografía de Robert Burks y una fantástica partitura musical a cargo de Bernard Herrmann, elevan el alarmante tono del film más complejo y estimulante de su autor. Rodada en el otoño de 1957, cuando se estrenó obtuvo de la crítica especializada -salvo honrosas excepciones- opiniones poco entusiastas, el tiempo, como casi siempre, ha hecho justicia, y hoy día es una de las películas más míticas de la historia.