martes, 28 de julio de 2020

CRÍTICA: “TAKE ME SOMEWHERE NICE” (Ena Sendijarevic, 2019)


El viaje interior
“TAKE ME SOMEWHERE NICE” êêê
DIRECTOR: Ena Sendijarevic.
INTÉRPRETE: Sara Luna Zoric, Lazar Dragojevic, Ernad Prnjavorac, Sanja Vuric, Jasna Djurisic, Mario Knezovic.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 91 minutos / PAÍS: Países Bajos-Bosnia / AÑO: 2019.


   Debut cinematográfico de la directora Ena Sendijarevic que obtuvo con esta película el Premio Especial del Jurado en el Festival de Rotterdam y el Premio a la Mejor Película en el Festival de Sarajevo. Take Me Somewhere Nice sigue a Alma (Sara Luna Zoric) una adolescente nacida y criada en Holanda después de que sus padres huyeran de la Guerra de los Balcanes. Tras la contienda, su padre sintió nostalgia y regresó a Bosnia, dejando abandonada a su familia en Holanda. Alma es una chica decidida, con carácter, que se embarca en un viaje solitario por Bosnia para conocer y despedirse de su padre, ingresado en un hospital con un cáncer terminal. En Bosnia sólo conoce a su primo Emir (Ernad Prnjavorac) y mantendrá una relación con el amigo de éste, Denis (Lazar Dragojevic). Juntos se aventurarán en un viaje hasta el hospital donde está ingresado el padre de Alma.


   Con un guión irregular de la propia directora, Take Me Somewhere Nice nos sumerge en la rebeldía de una juventud confundida y sin horizontes al mismo tiempo que nos hace transitar par la deprimente realidad de la actual Europa. Las sensaciones y contradicciones de una joven que descubre el sexo y tal vez lo efímero del amor tomando como escenario Bosnia, que como todos los países balcánicos tiene su propio ritmo, remarcando las diferencias entre la Europa occidental y la del este, que jamás debe impedir la coexistencia.


    Pero la ópera prima de Ena Sendijarevic es ante todo (siguiendo así el canon de toda road movie) el atractivo retrato de una joven que derrocha sensualidad en un viaje de descubrimiento interior. Dando oxígeno a la protagonista está una magnífica Sara Luna Zoric, ella es la luz de ese trío que se cruzarán con personajes pintorescos y vivirán situaciones tan surrealistas como la de la policía y el ataúd, o alguna explosión de violencia como la que se produce en la playa con la excusa de las tumbonas. Con colores jabonosos, la excelente fotografía de Emo Weemhoff atrapa el misterio inconsciente de la juventud de los protagonistas mientras ilumina un trayecto rebosante de lugares decadentes. Take Me Somewhere Nice se impone como una fábula sobre la incertidumbre de la existencia en los oscuros tiempos que nos ha tocado vivir.


viernes, 24 de julio de 2020

CRÍTICA: "BECKY" (Jonathan Milott y Cary Murnion, 2020)


La ira de Becky
“BECKY” êêê
DIRECTORES: Jonathan Milott y Cary Murnion.
INTÉRPRETE: Lulu Wilson, Kevin James, Joel McHale, Amanda Brugel, Robert Maillet, Ryan McDonald.
GÉNERO: Terror / DURACIÓN: 100 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2020.

  
   Jonathan Milott y Cary Murnion debutaron en el año 2014 dirigiendo la simpática comedia de terror Dulces criaturas, film que versa sobre un misterioso virus que se extiende por un colegio y transforma a los alumnos preadolescentes en una cuadrilla salvaje de zombis. Tres años mas tarde, presentaron en el Festival de Sitges Bushwick (2017) irregular cinta que está protagonizada por el actor y exluchador profesional de artes marciales mixtas Dave Bautista y que narra la odisea de una chica que al salir del metro de Buswick se encuentra con un grupo de hombres armados que no dudan en disparar a matar.

  
    Becky (Lulu Wilson) es una adolescente que pasa el fin de semana en una cabaña en el bosque junto a su padre viudo y la que pretende ser su madrastra y su hermanastro. Pero todo toma un giro inesperado cuando un grupo de convictos que se han fugado durante un traslado aparecen de repente invadiendo su hogar y sus vidas.

  
    Partiendo de la base de que la premisa no tiene nada de original y que el subgénero “home invasion” está ya muy trillado, Becky se impone como un film aseado en el que asistimos a la explosión de ira de una adolescente que ha tenido que pasar por acontecimientos tan dramáticos como la muerte por enfermedad de su madre además de haber sufrido el acoso escolar en el colegio por parte de sus compañeros. La repentina aparición de un grupo de convictos supremacistas de la Hermandad Aria que buscan una llave escondida en la casa (lo que se llama un aunténtico MacGuffin), será el detonante para liberar toda la ira, el dolor, la tensión y la frustración acumulada.

   
    Becky es un relato sobre un alma herida en donde se despliega una violencia visceral y los aspersores de hemoglobina salpican la pantalla con momentos gores que pueden resultar muy desagradables para los estómagos delicados. Podemos aceptar que algunas escenas están filmadas de forma efectista pero el buen pulso de Milott y Murnion hace que la tensión atrape al espectador durante todo el metraje. Con una rápida y eficaz presentación de unos personajes apenas dibujados, un comienzo en donde brilla el montaje paralelo y momentos que trazan el arco dramático (la trágica muerte del padre) y otros diseñados con una sencilla y calculada planificación (el diálogo a través del walkie-talkie entre Becky y el líder de los villanos), que inciden en el mensaje de hasta dónde puede llegar una persona que está dolida y se siente traicionada, amenazada y herida.  

domingo, 12 de julio de 2020

CRÍTICA: "ACOLYTES" (Jon Hewitt, 2008)


En lugar de Australia…
“ACOLYTES” êêê
DIRECTOR: Jon Hewitt.
INTÉRPRETE: Joel Edgerton, Michael Dorman, Sebastian Gregory, Hanna Mangan Lawrence, Joshua Payne.
GÉNERO: Terror / DURACIÓN: 81 minutos / PAÍS: Australia / AÑO: 2008.

   Ópera prima del director australiano Jon Hewitt que sólo ha realizado dos largometrajes más hasta la fecha, el thriller Una noche de venganza (2011) sobre dos mujeres cuyos destinos se cruzan en la oscura zona del sexo de la ciudad durante una noche que cambiará el resto de sus vidas; y la película de acción Turkey Shoot (2014) que no he visto al permanecer inédito su estreno en España en cualquier formato.


     Acolytes sitúa la acción en un solitario suburbio residencial y comienza con la desaparición de una chica llamada Tanya (Holly Baldwin). La tranquilidad del lugar es muy engañosa, además de la joven desaparecida, dos adolescentes, Mark y James (Sebastian Gregory y Joshua Payne) planean el asesinato del matón del barrio que les hace la vida imposible. Sin embargo, mientras buscan la forma de acabar con su maltratador, encuentran el cadáver de una turista canadiense asesinada en el bosque, y así, los dos chicos y la novia de Mark, Chasely (Hanna Megan Lawrence) se verán involucrados en una terrorífica situación que no habían previsto.

   
   Antes de bifurcarse por siniestros senderos, Acolytes comienza relatando la tediosa vida de tres adolescentes en una anodina zona residencial de algún lugar perdido de Australia, el aburrimiento que preside sus vidas se verá alterado por ciertos acontecimientos y una atmósfera enrarecida que se va tornando más peligrosa a medida que avanzan sus pesquisas tratando de seguir el rastro del autor del asesinato de una turista y al mismo tiempo ideando cómo deshacerse del macarra que abusó de ellos cuando eran niños. Acolytes, que obtuvo los premios a la Mejor Película, Fotografía y Actor (Joel Edgerton) en el Festival de Melbourne, se impone como un film multirreferencial y estiloso que sirve a Jon Hewitt para armar un perverso universo con una intrincada arquitectura narrativa y un atractivo look visual. Algo a lo que contribuye el paisaje sombrío y desértico tanto urbano como campestre, pues oscilando entre el siempre amenazante bosque y el barrio residencial se crea una perfecta ambientación para una exhibición de atrocidades. Hewitt logra mantener la tensión saltando de diferentes escenarios para desarrollar la acción que alterna con sórdidos flash backs sobre el brutal suceso que traumatizó a los dos amigos cuando eran niños y por el que ansían vengarse.


   Al espectador se le hace difícil empatizar con ningún personaje, pues al descerebrado trío de adolescentes protagonistas se le une un depredador psicópata sexual y un asesino en serie convencional al que da vida de forma eficaz Joel Edgerton. Es cierto que no parece probable que en una localidad con tan poca densidad de población puedan existir tantos criminales perturbados, pero recordemos que Australia es un inmenso continente rebosante de misterios y leyendas. 


   Con vistosos recursos técnicos, Hewitt  mantiene un potente equilibrio entre las formas clásicas y la innovación, sin abusa de los efectos de sonido y da valor a  una luminosa fotografía de David Franzke en la que domina el blanco y los tonos azulados para fusionar el elemento bucólico con la desolación del entorno, y unos cielos rebosantes de nubes que amenazan tormenta. El largo clímax final confiere luz a los retruécanos de un misterio que comienza con una chica magullada que es perseguida por el interior del bosque. Como siempre, la verdad es dolorosa y nadie es inocente.


sábado, 4 de julio de 2020

LAS MEJORES PELÍCULAS DE CULTO: “MEGAN IS MISSING”


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DIRECTOR: Michael Goi.
INTÉRPRETE: Rachel Quinn, Amber Perkins, Jael Elizabeth Steinmeyer, Kara Wang, Brittany Hingle, Carolina Sabate, John Frazier.
GÉNERO: Terror / DURACIÓN: 86 minutos / PAÍS: EE. UU. / AÑO: 2011.


   Michael Goi, un director procedente de la televisión dirigiendo episodios de series como Pequeñas mentiras (2010), un medio al que regresó tras firmar la ópera prima que ocupa esta reseña, para posteriormente realizar en 2019 su segundo y fallido largometraje La posesión de Mary. Megan is Missing es una de esas películas de culto que cuenta con tantos defensores como detractores, tal vez por eso y sobre todo, por cómo funcionó el boca-oreja en las recomendaciones de los aficionados y la difusión de críticos no oficialistas y blogueros, se ha ganado con el tiempo un sitio en el altar de intocables para una legión de fieles devotos.


La película, narrada en formato found footage (metraje encontrado) nos advierte que la historia está basada en hechos reales (que a veces sólo es un anzuelo comercial) y sigue a Megan Stewart (Rachel Quinn) la clásica adolescente muy popular en el instituto que paga un alto precio por ser la más admirada. Tiene problemas en casa, pero los chicos acuden a ella como moscones tratándola como un objeto sexual y hacen todo lo posible por conseguir su presencia en las fiestas. Es todo lo opuesto a Amy (Amber Perkins) su mejor amiga, a quien cuida y protege. Ella es todo lo contrario, y por ello no goza de la simpatía del resto. Su mundo cambiará cuando Megan desaparezca tras haber quedado con un desconocido llamado Josh a través de internet.


Con un libreto escrito por el propio Michael Goi que lejos de moralinas lanza una severa advertencia sobre los peligros que pueden entrañar ciertas relaciones efímeras con desconocidos en internet (casi siempre con perfiles falsos) que ocultan sus verdaderas y crueles intenciones. La película comienza con una rápida presentación de los personajes a los que casi siempre vemos a través de una recopilación  de videollamadas y grabaciones en diferentes formatos y cortes con fundidos en negro que, de forma aleatoria, nunca dan pistas sobre lo que sucederá en la siguiente escena. Si bien, el recurso de falso documental está divido en tres tramos perfectamente diferenciados: una introducción con la relación de las dos amigas Megan y Amy y de estas con sus familias y el resto de colegas del instituto, un tramo intermedio con la desaparición de Megan y las pesquisas para encontrarla y un último tramo con los 22 terroríficos minutos tan comentados. 

   Con magníficos recursos fílmicos, además de la denuncia sobre los peligros de la red con multitud de depredadores al acecho, Megan is Missing también se impone como una crítica demoledora contra el periodismo sensacionalista que capta audiencia hurgando en la carroña y con recreaciones absolutamente groseras.


Tras la superficial mirada inicial sobre la rutina de unos adolescentes, el espectador se sumerge en la desaparición de Amy a través de los medios amarillistas, de su madre y amigos y sobre todo de Amy, que cuenta su relación con ella a través de un vídeodiario y visita los lugares dónde solían ir juntas. Es a partir de aquí cuando Goi se saca de la chistera su truco más impactante: dos fotografías aparecidas en la red en la que se puede ver a Megan en una especie de potro de torturas, sin efectos de sonido ni efectismos. Un perturbador punto de inflexión que dota de sentido a otros repulsivos momentos: la narración de una felación que Megan practico a un instructor cuando contaba con 10 años, la orgiástica fiesta regada con alcohol y drogas donde Amy es golpeada… Y es que, después de mostrarnos la vacía existencia de una juventud abonada al hedonismo y el exceso, asistimos a un bestial giro no por esperado menos impactante en su crudo realismo atmosférico. Un último tercio ambientado en unas lúgubres mazmorras que sirven de escenario para los manejos del sádico Josh, creando una angustia en el espectador que le mantiene en alerta, cada vez más incómodo observando la presumible tragedia con un poso amargo, pesimista y, finalmente, víctima de la impotencia y la devastación.