Para alguien tan fetichista, iconoclasta y mitómano como
este cronista, los fotocromos, programas y carteles de cine siempre han sido
preciados objetos de deseo, fetiches de incalculable valor simbólico,
sentimental, artístico y de gran calado cultural. Lo que me propongo con esta sección –que aparecerá en nuestro blog de forma
alternativa- es realizar un recuento nada exhaustivo de todos aquellos pósters
de películas que por su poderoso magnetismo han logrado cautivarme hasta el
punto de remover Roma con Santiago para conseguir que formen parte de mi
exclusiva colección. Se da el caso -nada peculiar- de que algunos de esos
carteles pertenecen a películas que me han interesado poco o nada, pero que por
su genial composición, diseño, originalidad o exotismo han captado mi atención
a pesar de que las películas que publicitan cayeron pronto en el olvido. Es el
caso del cartel que nos ocupa, ideado para servir de imán al film del mexicano
Arturo Ripstein La virgen de la lujuria (2002).
Una película que nos enfrenta a la
decadencia artística del veterano Ripstein, gran cineasta que tantas veces ha
conseguido conmoverme con títulos como El
lugar sin límites, La mujer del puerto, Principio y fin o Profundo carmesí, y que dueño de un universo tan personal como
sórdido, no acertó con esta adaptación de un relato de Max Aub ubicado en el
México de la década de los 40 y centrado en el mundo de los exiliados españoles
desesperados por la victoria franquista. Un film protagonizado por Luis Felipe
Tovar dando vida a un camarero reservado y solitario cuyo tesoro más precioso
es su colección de fotos pornográficas. Su vida cambia cuando conoce a
Lola (Ariadna Gil), una prostituta de carácter autodestructivo e imprevisible con
la que inicia una relación sadomasoquista que deja al camarero absolutamente
colgado por la puta. Tanto que por merecer su amor será capaz de cualquier
cosa, incluso de matar a Franco. Lo mejor de esta fallida, larguísima e
inconexa película es sin duda el papel protagónico de Ariadna Gil, la actriz
barcelonesa de 43 años asume
de forma convincente el microcosmos asfixiante, mustio y desastrado tan
característico de su autor. Un título bonito y un cartel magnífico que ilustra ese
marco de decadencia y desprende el aroma morboso de tan sugestiva sordidez.
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