sábado, 27 de noviembre de 2021

CRÍTICA: "SPENCER" (Pablo Larraín, 2021)

 

La triste vida de “la princesa del pueblo”

“SPENCER” êêê

DIRECTOR: Pablo Larraín.

INTÉRPRETES: Kristen Stewart, Jack Farthing, Timothy Spall, Sally Hawkins, Sean Harris, Richard Sammel, Amy Manson.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 116 minutos / PAÍS: Reino Unido / AÑO: 2021.

    El director chileno Pablo Larraín cuenta con una filmografía interesante de la que podemos destacar su ópera prima Fuga (2006), Tony Manero (2008), Post Mortem (2010), No (2012) y Neruda (2016), pero su mejor película hasta la fecha es El club (2015), sobre la reunión de cuatro sacerdotes en una casa de una localidad costera que, bajo el auspicio de una monja, tienen como objetivo purgar sus pecados y hacer penitencia. No me convenció tanto Jackie (2016) biopic sobre Jacqueline Kennedy que protagonizado por Natalie Portman cuenta con un guión bastante mejorable. Más sugerente me pareció Ema (2019), la odisea de una joven bailarina que se ve obligada a entregar en adopción a su hijo.

    Larraín, con debilidad por el biopic, nos presenta ahora Spencer para fijar su mirada en Lady Di (Kristen Stewart), y narrar así la historia de un fin de semana crucial a principios de los años 90, cuando la princesa Diana Frances Spencer decidió que su matrimonio con el príncipe Carlos estaba en plena decadencia y necesitaba desviarse de un camino que le había puesto en primera fila para algún día ser la reina. El drama tiene lugar durante tres días, en una de las últimas vacaciones de Navidad en la casa Windsor en su finca de Sandringham en Norfolk. 

     Comenzaré por aclarar que el personaje protagonista de la película nunca me ha interesado mucho, una cuestión que me ha apartado siempre de su mitificación. Parece que no le ocurre lo mismo a Larraín, dispuesto a elucubrar sobre las aspiraciones de libertad y rebeldía de una chica normal que detestada los protocolos que impone la institución monárquica y que, pese a su inmovilismo y absurdas tradiciones, se debe al pertinente rigor y la falsa apariencia. Spencer cuenta con una sentida interpretación de Kristen Stewart que imita a la perfección la mirada melancólica y la languidez esencial de Diana de Gales, también, por supuesto, su angustia existencial, que encuentra su momento de mayor zozobra durante unas vacaciones de Navidad junto a la familia real en su finca de Norfolk. Con la preciosista iluminación de Claire Mathon y una excelente partitura de Jonny Greenwood que pone el frenesí a algunas escenas y anticipa el drama, la función se centra en la asfixia emocional del personaje derivando en una inquietante historia sobre la pobre niña rica cuya privilegiada posición social no le libra de caer en un vacío vital rebosante de tristeza, soledad e íntima desesperación porque carece de lo más importante: el afecto, los sentimientos sinceros, que sólo encuentra en el refugio de sus dos hijos.

    Spencer cuenta con una impecable puesta en escena, una minuciosa labor de vestuario y peluquería, y una rica construcción de escenarios, todo un lujo estético para el sentido visual. Es cierto que algunos personajes se nos presentan muy desdibujados, pero la atracción la encontramos en la composición de Kristen Stewart dando vida de forma emocional, realista y cercana a esa prisionera encerrada en una cárcel de oro, un universo de suntuosos palacios, fortuna y riquezas que no puede ocultar las miserias interiores.

     Icono de la cultura popular, Lady Di, conocida como “la princesa del pueblo”, se eleva como un mito incandescente en el imaginario colectivo consecuencia de su triste y trágico final. Pablo Larraín denota una verdadera pasión por el personaje y coloca a la familia real como el desencadenante de la tormenta perfecta que destruyó el alegre pálpito de la princesa, si bien el extravagante paralelismo que trata de explotar entre Diana y Ana Bolena nos parece fantasmagórico, aunque coherente con el fantasioso hilo narrativo y unas situaciones que entran en el terreno de las divagaciones. Por otra parte, resulta pertinente el tono claustrofóbico y el ambiente viciado que envuelve el itinerario de un alma en pena por los parajes del psicodrama y la paranoia, su inabarcable soledad, la presión insufrible que soportó Diana de Gales hasta abrazar la más absoluta oscuridad, devorada por sus propios demonios y el parasitismo abyecto de seres tan engalanados como inútiles.


domingo, 21 de noviembre de 2021

CRÍTICA: "ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO" (Edgar Wright, 2021)

 

Inquietante paseo por el Swinging London

“ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO” êê

DIRECTOR: Edgar Wright.

INTÉRPRETES: Thomasin Mckenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith, Terence Stamp, Diana Rigg, Rita Tushingham, Synnove Karls.

GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 118 minutos / PAÍS: Reino Unido / AÑO: 2021.

     El guionista y director Edgar Wright debutó en el año 2004 con la descacharrante sátira Zombies Party, película de culto instantáneo protagonizada por Simon Pegg dando vida a un crápula que no da un golpe al agua pero que tras un apocalipsis zombi hará lo posible por salvar a su novia y a su madre. Tras lo que supuso esa brisa fresca realizó la hilarante comedia Arma Fatal (2007), segunda entrega de la conocida como Trilogía del Cornetto que con los mismos protagonistas (Pegg y Nick Frost) es otra muestra del virtuosismo del director para las escenas de humor y el reflejo de los tópicos más absurdos de su país. En el año 2010 Wright presenta la comedia teen Scott Pilgrim contra el mundo, en la que un joven (Michael Cera) se enamora locamente de una chica a la que tiene que conquistar cumpliendo el reto de enfrentarse a sus siete exparejas que además tienen superpoderes. La Trilogía del Cornetto la cierra el cineasta con Bienvenidos al fin del mundo (2013), la más floja de las tres entregas que narra la reunión de cinco amigos veinte años después para completar una maratón alcohólica. En el año 2017 nos presenta la que es para este cronista su mejor película hasta la fecha, Baby Driver, un magnífico film sobre un joven conductor especializado en fugas que tras enamorarse desea dejar atrás la vida criminal. 

   Última noche en el Soho es un thriller psicológico que sigue a Eloise (Thomasin McKenzie), una joven apasionada de la moda que tras haber recibido una beca para estudiar diseño de moda se traslada a Londres. Apasionada de la moda y la música de los ‘60, tras alquilar una habitación en el Soho a una anciana, Ms. Collins (Diana Rigg) entra misteriosamente en esa década. Allí se encuentra con su ídolo, Sandie (Anya Tylor- Joy), una atractiva aspirante a cantante que comienza un idilio con un representante de artistas, Jack (Matt Smith). Pero el Londres de los sesenta no es lo que parece y las ilusiones comenzarán a desmoronarse con sombrías consecuencias.

    El pastiche de géneros (drama, musical, thriller, fantástico, giallo…) que ha metido en la coctelera Edgar Wright tiene un sabor raro y resulta poco digestivo. Así nos encontramos con un irregular ejercicio de estilo en el que falta el elemento esencial que ha caracterizado toda su filmografía: el humor. Última noche en el Soho carece absolutamente de esa chispa convirtiéndose en la película más severa del director, también en la más insustancial. A través de Eloise, una estudiante de diseño de moda y apasionada de la música y el ambiente cultural de los años 60 que, con una beca en el bolsillo, se muda a Londres para estudiar, la función nos hace viajar a aquellos años y regresar al presente de un modo reiterado. Sucede cuando Eloise alquila una habitación a una anciana en el Soho. Una vez instalada, la protagonista comienza a sufrir una misteriosa transformación, tiene inquietantes visiones y se sumerge en extraños sueños que la trasladan al Swinging London en plena efervescencia sesentera. Cruzando el espejo, Eloise se ve conectada con una aspirante a cantante llamada Sandie. Pero sus fantasías se convertirán en pesadillas tan reales como delirantes.

   Contando con el concurso de una pareja de intérpretes muy populares en los sesenta como guiño al imaginario idólatra de esa década (Terence Stamp y Diana Rigg), sabemos que, como Tarantino, Wright es un director melómano y cinéfilo, aquí el abusivo ensamblaje de los hits musicales de la década de los 60 percuten de forma machacona en la deslumbrante estética y atmósfera sesentera para poner el colorido a una historia de escaso interés narrativo y puerilmente discursiva sobre el ancestral abuso que han sufrido las mujeres.

        Eloise, La estudiante huérfana que vive con su abuela se traslada a Londres y sus ensoñaciones encuentran su espectacular reflejo en Sandie, otra joven que se trasladó a Londres en los años sesenta persiguiendo su sueño de ser cantante. A partir de entonces, Eloise se mueve por dos universos (los ’60 y el presente) encontrándose inmersa en una espiral demencial que el director británico introduce con sinuosas transiciones sin que el eje narrativo de los viajes temporales resulte artificioso. Wright tira al vertedero de la nostalgia el viejo axioma “cualquier tiempo pasado fue mejor” y se abona al zeitgeist para despellejar la dulce melancolía de unas generaciones que tienden a mitificar la década prodigiosa, que también escondía una cara tenebrosa (la explotación de la mujer) que ha tomado forma afilada en el espíritu de los nuevos tiempos. Finalmente, Sandie, como hizo Charles Manson con el largo verano del amor, asalta la pasión y él éxtasis del Swinging London y Carnaby Street con un cuchillo, porque como dice Eloise, Londres también era un lugar peligroso. Pues ni la música, ni la moda, ni el cine, ni un peinado o un vestido bonito refleja toda la realidad, la visión caleidoscópica de una época.

domingo, 14 de noviembre de 2021

CRÍTICA: "WAY DOWN" (Jaume Balagueró, 2021)

 Asalto al Banco de España

“WAY DOWN” êê

DIRECTOR: Jaume Balagueró.

INTÉRPRETES: Freddie Highmore, Liam Cunningham, Astrid Bergès-Frisbay, Luis Tosar, Sam Riley, José Coronado, Emilio Gutiérrez Caba, Axel Stein.

GÉNERO: Thriler / DURACIÓN: 118 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2021.

    Una vez vista Way Down, el primer pensamiento que asalta a este cronista es que el cine de acción y atracos no es precisamente un género que se ajuste al universo creativo y el estilo del director nacido en Lleida Jaume Balagueró. Un cineasta que ha ofrecido lo mejor de sí mismo en los tortuosos parajes del fantaterror con títulos como [ºRec] (2007) y Mientras duermes (2011).

 

     Con un libreto en el que han participado cinco guionistas (demasiados para un guión poco original), la irregular Way Down parte de la leyenda de que el Banco de España es inexpugnable. Una idea que no parece importar a Thom Jhonson (Freddie Highmore), un brillante y joven ingeniero reclutado para buscar la forma de acceder a su interior. El objetivo es un pequeño tesoro que va a estar depositado en el banco solamente diez días. Diez días para descubrir el secreto de la caja, para preparar el plan y el asalto, para organizar una fuga irrepetible cuando la esperada final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica reúna a cientos de miles de aficionados a las puertas del Banco de España. Diez días para alcanzar la gloria… o para acabar con los huesos en prisión.

      Pasando por alto su sesgo oportunista a rebufo de la estela dejada por el éxito televisivo de La casa de papel y las evidentes reminiscencias a la saga Ocean`s Eleven, que nos hace sospechar que Way Down es una película de encargo, nada de lo que sucede en la función puede resultar insólito para el espectador más cinéfilo. Para el aficionado español el reclamo está en algunos de los intérpretes incluidos en el reparto (Luis Tosar, José Coronado, Emilio Gutiérrez Caba), pero sus roles son muy secundarios. Al espectador se le exigirá dejar suspendida la credibilidad porque el cúmulo de obstáculos que tendrán que sortear el grupo de aventureros se nos antojan inverosímiles y con el tremendo lastre de no generar apenas tensión. Way Down, que tiene como telón de fondo la final del Mundial de Fútbol de 2010 en la que España se proclamó campeona, es una película irregular plagada de tropos y clichés que dibuja una radiografía folclórica y en cierto modo caricaturesca de la España de fútbol, cervezas y tapas, un relato prematuramente previsible y con una narrativa convencional que no ayuda a dotar de un mayor atractivo a los personajes.               

     Sin sorpresas reseñables en los giros argumentales y algunas escenas de acción en el interior del banco filmadas con oficio, ésta enésima propuesta del atraco perfecto para hacerse con un tesoro escondido en el corazón del Banco de España que robó el mítico corsario Francis Drake, es a la vez un regreso a los lugares comunes del género y un retrato movido de un país de pandereta abrazado a la ilusión y el pueril orgullo de ganar un campeonato mundial de fútbol (¡Goooool de Iniesta!), pero más allá de la puesta en escena y los valores de producción, todo lo que Balagueró nos cuenta en Way Down ya nos lo han contado antes mucho mejor, pues en la tradición de las heist movies utiliza todos los recursos incluidos en el manual, que evidentemente están bien ensamblados y lucen bien debido a la pericia de Balagueró con el lenguaje cinematográfico. Lo mejor de la función lo encontramos en la química que desprende la pareja protagonista formada por Freddie Highmore (el ingeniero con cara de despistado) y Astrid Bergès-Frisbay (la chica lista que tiene el control y nunca lo pierde), todo lo demás son ecos e ingredientes genuinos de una fórmula que permanece invariable.

sábado, 6 de noviembre de 2021

CRÍTICA: "EL SUSTITUTO" (Óscar Aibar, 2021)

 

Viejos nazis en la Costa Blanca

“EL SUSTITUTO” êêê

DIRECTOR: Óscar Aibar.

INTÉRPRETES: Ricardo Gómez, Vicky Luengo, Pere Ponce, Pol López, Joaquín Climent, Nuria Herrero, Bruna Cusí, Susi Sánchez.

GÉNERO: Thriler / DURACIÓN: 117 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2021.

      Óscar Aibar es un director por el que tengo debilidad a pesar de que no siempre sus películas me convencen. Enamorado del cine de Berlanga, los cómics, la música, el cine y las pulsiones de las décadas de los años 70 y 80 del pasado siglo, le gusta mostrar los ritos, miserias e ilusiones de aquellas generaciones a la que debemos el cambio de piel de este país. El director nacido en Barcelona debutó en la pantalla grande con Atolladero (1997), un irregular western futurista. Platillos volantes (2003) basada en un trágico hecho real sobre dos alucinados tipos que se suicidaron (se postraron en las vías del tren para ser decapitados) porque sintieron la llamada imperiosa de los alienígenas (algo que ocurrió muy cerca de mi domicilio en aquella época), es para este cronista su mejor película junto a El gran Vázquez (2010) un hilarante biopic sobre el mítico dibujante de tebeos Manuel Vázquez Gallego.

    Inspirada muy libremente (diría que fantasiosamente) en el hecho real de los nazis que encontraron cobijo en España tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y la posterior huida de muchos de aquellos mandos nazis de Alemania con la ayuda de organizaciones secretas y el beneplácito de las autoridades en España, El sustituto nos sitúa en el año 1982 en la Costa Blanca, concretamente en la localidad alicantina de Denia. Allí llega un joven policía, Andrés Expósito (Ricardo Gómez) curtido en los barrios más duros de Madrid con la esperanza de curar a su hija y, de paso, ganar algo de tranquilidad. Una vez instalado, se ve envuelto en la investigación del extraño asesinato del inspector al que ha de sustituir. Las pesquisas le llevan hasta un hotel playero donde una comunidad de ancianos nazis reclamados por muchos países por crímenes contra la humanidad, viven un tranquilo y dorado retiro.

     Con una imponente recreación de aquella añorada España de los años 80, Óscar Aibar nos presenta una sugerente película de ficción inspirada en unos acontecimientos reales conocidos por todas las personas a las que nos interesa la historia, pero que, localizados en otros ámbitos y con otras miradas, ya han sido tratados en múltiples películas como como Maraton Man, Los niños del Brasil, Odessa y La caja de música, por citar algunas de las más conocidas. Hay que reconocer que la nueva criatura de Aibar está bien filmada, cuenta con una acertada estructura narrativa, un competente diseño de producción y una excelente labor de vestuario. Convence también el dibujo de los principales personajes aún en su escueta presentación, sobresaliendo el inspector Andrés, un huérfano de la guerra civil al que da vida Ricardo Gómez, y su compañero apodado Colombo, encarnado por Pere Ponce, un veterano policía que padece un cáncer terminal que lleva años acumulando información y espiando a la comunidad de ancianos nazis asentados en Denia.

     Lo que más chirría y me molesta y de la función son los pueriles subrayados del guión, que dotan a la función de un irritante sesgo ideológico izquierdista, pues parece que los socialistas inventaron la democracia. Un maniqueísmo que hace que, como espectador, no me resulte digerible la escena del homenaje a Hitler, una pomposa fiesta a la que acuden en armonía muchos residentes del pueblo, además de otras secuencias tan inverosímiles como la del tiroteo entre Andrés y los israelitas enviados para atentar contra los nazis. Por no hablar de la escasa preocupación del policía durante décadas por su hija a la que tanto quería, o la grotesca e insidiosa aparición de Fraga en una vieja fotografía. Abusos de un guión tendencioso que resta credibilidad al relato.

      Construida a base de largos flash backs cuando, desde el presente, una periodista, Raquel (Bruna Cusí) se traslada a Denia para entrevistar a una médica jubilada, Eva (Susi Sánchez) que en los años que sucedieron los hechos mantuvo un affaire sentimental con el policía Andrés Expósito, y que de joven está interpretada por Vicky Luengo. La entrevista surge a raíz de un artículo publicado en 1982. Eva es el hilo narrativo que nos introduce en la historia de la poderosa y feliz colonia alemana de Denia que esconde siniestros secretos. La presencia en la cinta de Andrés Expósito (apellido que se ponía a los huérfanos de la guerra civil) en la pantalla es apabullante, dejando menos perfilados los retratos de otros personajes como la esposa de Andrés, que acabará abandonándole y llevándose a su hija sin que a partir de entonces sepa nada de ellas, algo no muy creíble en la época siendo su marido policía. Tampoco parece importar demasiado las figuras de los gerifaltes nazis, dueños de pujantes inmobiliarias, ni del malvado fascista local interpretado de manera solvente por Pol López, que resuelve con varios trazos gruesos y el manido cliché. Cierto es que las escenas de acción están rodadas con buen pulso, que la narración resulta dinámica, que al relato le sienta bien el tono melancólico para generar una deprimente atmósfera sobre un tiempo de incertidumbres, en donde un país dejaba atrás cuatro décadas de penumbras para abrazar un porvenir de libertad y modernidad, no exento de desengaños colectivos y derrotas personales.