lunes, 23 de abril de 2018

CRÍTICA: "UN LUGAR TRANQUILO" (John Krasinski, 2009)


Fastuoso ejercicio de estilo
UN LUGAR TRANQUILOêêêê
(John Krasinski, 2018)

    
    Será bueno recordar que el debut del actor John Krasinski como director tuvo lugar en el año 2009 con la comedia Entrevistas breves con hombres repulsivos, film presentado en el Festival de Sundance que no se llegó a estrenar en España y que adapta la novela homónima del malogrado escritor David Foster Wallace. Más conocido fue su segundo trabajo detrás de la cámara, Los Hollar (2016) que con el mismo director de protagonista nos presenta a un aspirante a artista  que tiene que dejar su cómoda vida en Nueva York y alejarse de su preciosa novia para ayudar a salir adelante a su familia pues su madre debe someterse a una operación cerebral. Además, John Krasinski ha participado como actor en una veintena de películas.  

   
   Un lugar tranquilo nos presenta a Evelyn (Emily Blunt) y Lee (Krasinski), un matrimonio con tres hijos que viven en una granja aislada de toda civilización al norte de Nueva York. Esta familia ha sobrevivido durante meses en un mundo invadido y amenazado por letales criaturas extraterrestres que se guían por el sonido para cazar a sus presas. En un contexto en el que una palabra puede significar la muerte, los Abbott viven silenciosamente andando descalzos y comunicándose por el lenguaje de señas.


     En su triplete artístico (actor, director y uno de los tres guionistas) John Krasinski nos regala una de las mejores películas fantásticas de los últimos años, un relato que en cualquier caso trasciende el género para convertirse en un homenaje a este mágico invento llamado cine en su dimensión más primigenia, cuando la fuerza de la imagen lo era todo. No son necesarias las palabras para mostrar la angustia existencial y haciendo bueno el popular axioma “una imagen vale más que mil palabras”, el cineasta desarrolla un fastuoso ejercicio de estilo para abonar los últimos ritos del apocalipsis, los estertores de una civilización decadente sumida en la más terrible pesadilla; un mundo en silencio y la presencia tangible de un terror que acecha sin descanso.


       El mínimo ruido puede resultar mortal para los protagonistas de un relato que parece centrar su interés en el instante en que la tragedia se cierna sobre esa familia porque el silencio sepulcral sea dinamitado. Esa simple premisa lo condiciona todo y obliga a la familia (cuya madre, espléndida Emily Blunt, está en avanzado estado de gestación) a vivir en permanente estado de alerta, pero como se demostrará, nadie está nunca a salvo en ninguna parte, tal vez bajo el ruidoso refugio de una cascada. Con una excelente puesta en escena y un prodigioso diseño de sonido, Un lugar tranquilo arranca de un modo tan sinuoso como sugerente, un perfecto ejercicio de síntesis narrativa con el poder de estremecernos, amplificar el horror y activar nuestra empatía hacia esa familia.


      A los seres humanos se nos hace difícil vivir sin la palabra hablada, incluso en un paraje distópico en donde hasta el mínimo susurro te puede costar la vida. Algo que nos tendría que hacer reflexionar sobre el estado de las cosas en una sociedad miedosa como la nuestra, en donde cada vez se impone más la autocensura y la asquerosa corrección política. Con los ecos siempre audibles de maestros como John Carpenter, Tobe Hooper y Shyamalan, Krasinski utiliza los ingredientes justos para planificar con maestría escenas como la de criatura incursionando en el sótano de la casa, una escalofriante secuencia rodada con virtuosismo en donde la ansiedad alcanza el paroxismo.


     Si la fusión de terror y ciencia ficción funciona de manera majestuosa, lo mejor lo encontramos en el enternecedor lazo que une a los miembros de la familia, en el soporte de su amor indestructible, en el agónico tiempo de pedir perdón, expiar los pecados y abandonar el peso de la culpa. Ya un clásico del género, una gran película de culto instantáneo.

martes, 17 de abril de 2018

"PROYECTO RAMPAGE" (Brad Peyton, 2018)


PROYECTO RAMPAGEêê
(Brad Peyton, 2018)
    
   
    Tercera colaboración de Brad Peyton con Dwayne “The Rock” Jhonson tras Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa (2012) y San Andrés (2015), un director que, como se puede comprobar por estos títulos, es dueño de una filmografía muy aparatosa.


   Proyecto Rampage cuenta cómo el primatólogo Davis Okoye (Dwayne “The Rock” Jhonson) a pesar de su vida solitaria, tiene una relación muy especial con George, un gorila albino al que ha estado cuidando desde que era pequeño. Pero tras un experimento genético fallido, el apacible simio se convierte en una gigantesca y salvaje criatura. Al mismo tiempo se descubre que otros animales también han sufrido la misma alteración genética, y cuando estos depredadores arrasan todo a su paso, Okoye se une a una ingeniera genéticá sin prestigio, Dra. Kate (Naomie Harris) para tratar de conseguir el antídoto que frene la catástrofe y salvar así la vida de su amigo.


    Moviéndose entre la monster movie, el cine de catástrofes y de aventuras, la nueva criatura de Brad Peyton, un director que apuesta siempre por el cine de evasión sin pretensiones y sin engañar a nadie, se convierte rápidamente en una montaña rusa de efectos digitales rebosante de testosterona. Ciudades devastadas por criaturas terroríficas que han mutado genéticamente y que tiene como personaje central a un simio que, a modo de émulo de King Kong, acabará salvando a la humanidad en gratitud al hombre que le ha mimado desde que era un cachorro, y con el que comparte bromas. En el film queda un poco diluido el mensaje  ecologista sobre los peligros de los experimentos surgidos de la codicia de las grandes corporaciones, pero es posible atisbar la frustración con su raza del primatólogo al que da vida Johnson, y la complicidad que siente hacia los animales, especialmente hacia el gorila blanco George, por el que se embarcará en una cruenta batalla con un lobo y un cocodrilo gigantes. Cine palomitero sin mayor trascendencia. 

lunes, 16 de abril de 2018

"CAMPEONES" (Javier Fesser, 2018)

CAMPEONESêêê
(Javier Fesser, 2018)


   Han pasado veinte años desde el debut de Javier Fesser en el largometraje con El milagro de P. Tinto (1998), film en formato de comedia absurda protagonizado por Luis Ciges. En 2003 estrenó su segunda e irregular cinta La gran aventura de Mortadelo y Filemón, pero fue en 2008 cuando firmó la que es para este cronista su mejor película, Camino, estremecedora historia basada en un caso real que contó con una magnífica interpretación de Nerea Camacho. Algo más aseada que la primera entrega se me antoja Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo (2014), y es ahora, con Campeones cuando logra la aceptación casi unánime de la crítica además de un gran éxito en la taquilla.


    Veamos: Marco (Javier Gutiérrez) es un entrenador profesional de baloncesto que se encuentra en medio de una crisis personal. Tras un altercado con la policía, es condenado a prestar un servicio social que consiste en entrenar a un grupo compuesto por personas con discapacidad intelectual. Pero lo que comienza por ser un problema se acaba convirtiendo en una lección de vida.

    
    Rodada con actores no profesionales con algún tipo de discapacidad, Campeones sale airosa del espinoso jardín que representa siempre tratar de narrar con naturalidad y ternura un relato que tiene como eje central el tema de la discapacidad intelectual, sin caer en la sensiblería ni el trazo de brocha gorda. Javier Fesser lo logra dotando a sus personajes de una humanidad y fisicidad tangible, con un excelente Javier Gutiérrez que no puede esconder su gran corazón a pesar  de estar sufriendo una mala racha derivada de un dilema de tipo sentimental que le ha llevado a abandonar la convivencia con su mujer. La mirada de Fesser es divertida, a veces ácida y siempre cautivadora y humana, pero sobre todo certera a la hora a la hora de preguntarse ¿quién es normal en este mundo y quiénes son los verdaderos discapacitados sociales? Una película digna, entretenida y entrañable.

jueves, 12 de abril de 2018

JOYAS DEL CINE ERÓTICO: “JUEGOS SECRETOS” (Todd Field, 2006)



LITTLE CHILDREN” (2006)
          

    El director, guionista y director norteamericano Todd Field debutó en el año 2001 con En la habitación, una de las mejores películas de aquel año que aunque injustamente minusvalorada en los Oscar obtuvo una gran recepción crítica y de público. Un estremecedor drama con un reparto superlativo que narra cómo unos padres tienen que enfrentarse a una tragedia derivada de la relación que su hijo mantiene con una mujer separada.

   
   Su segunda y hasta la fecha última película, Juegos secretos (Little children) raya para este cronista incluso a un nivel superior. El film narra la historia de varias personas que se cruzan de forma casual e incluso peligrosa en los parques, piscinas y calles de su barrio. Una madre aburrida, Sarah (Kate Winslet) se hace amiga de Brad (Patrick Wilson) un hombre que se ocupa de la casa y de su hijo mientras su mujer, Kathy (Jennifer Connelly) trabaja. Larry (Noah Emmerich) un amigo de Brad, empieza a inquietarse por la presencia en las calles de un tipo pedófilo recién salido de la cárcel, Ronnie (Jackie Earle Haley)


   Confirmado su talento en los dos trabajos firmados detrás de las cámaras (también era un actor competente), Field demuestra también un afilado sentido sociológico y psicológico para analizar el sistema de vida estadounidense desnudando sus miserias, complejos y frustraciones, siempre latente bajo la falsa fachada del estado del bienestar. Con un absurdo título en español (propio de un telefilm barato), Juegos secretos levanta acta sobre los sórdidas mareas internas que convulsionan la vida de la tan manida como idealizada clase media, tan pagada de sí misma, tan ignorante, mediocre y perversa. Desequilibrios de las dinámicas sociales que Field se encarga de remarcar para realizar un retrato alarmante sobre la vida cotidiana de un barrio suburbial de Boston.

  
    Sarah y Brad no acaban de conectar con el resto de madres que tienen como punto de encuentro un parque, frustrados con sus respectivas relaciones y el éxito profesional de sus parejas, la relación sentimental –y carnal- entre ambos desafía las convenciones y se bifurca por parajes peligrosos. La llegada al barrio de un pedófilo (inmenso y sobrecogedor Jackie Earle Haley) que ha saldado sus cuentas con la ley, pone en alerta a un ex policía amigo de Brad y perturba la impostada armonía del barrio.

     
   A Todd Field lo que más le interesa es mostrar la hipocresía de una sociedad (y su repugnante baile de máscaras) que ha construido el andamiaje de su existencia sobre los cimientos del miedo y las falsas apariencias; Kate Winslet sufre a su marido, que no la valora y la desprecia, en silencio; y Patrick Wilson se siente impotente emocionalmente por su dominante, fría y arrogante mujer, a la que da vida una espléndida Jennifer Connelly. Como fondo de estas vidas vacías, la presencia de un delincuente sexual atrapado por el amor de su madre y la incapacidad para superar sus graves problemas psicóticos. Juegos secretos actúa como espejo deformante de la mezquindad y la doble moral de unos seres castrados sentimentalmente en una sociedad decadente, y deja un poso de amargura y pesimismo que se adhiere de forma pegajosa a la conciencia del espectador. Una gran película.

lunes, 9 de abril de 2018

45 AÑOS DEL ESTRENO DE "MALAS TIERRAS", ADMIRABLE FILM DE CULTO.


MALAS TIERRAS (1973)
(BADLANDS)
DIRECTOR: TERRENCE MALICK.
INTÉRPRETES: MARTIN SHEEN, SISSY SPACEK, WARREN OATES, RAMÓN BIERI.


    Tras licenciarse en el American Films Institute, Malas tierras es el debut de Terrence Malick en la dirección. Con sólo tres películas en 32 años -se le conocía como el J. D. Salinger del cine- para el casting del film, La delgada línea roja (1998), un alegato antibelicista sumamente poético, casi hubo puñetazos para trabajar a sus órdenes, y los que lo lograron tuvieron que rebajar mucho sus salarios en pos de trabajar con el mítico director de culto, lo que da una idea de lo que representa esta leyenda viva para el mundillo cinematográfico norteamericano. Cineasta excéntrico -al igual que su espejo literario-  no concede una entrevista desde el estreno de su ópera prima, y tan difícil como eso es obtener una foto suya. En 1978 rueda su segundo film, Días del cielo, un drama sobrio y realista ambientado en la segunda década del pasado siglo que cuenta con la presencia de un casi debutante Richard Gere. Con esta película gana el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes y un Oscar a la Mejor Fotografía para el español Néstor Almendros.
    

   Ambientada en el Middle-West norteamericano, Badlands es un film admirable, inspirado en unos trágicos acontecimientos reales ocurridos en 1958 por los que dos jóvenes de Lincoln (Nebraska), de nombre Charlie Starkweather y Caril Ann Fugate, se situaron a temprana edad al margen de la ley, convirtiéndose en los fugitivos más buscados del país y dejando un reguero de once asesinatos absurdos. Strakweather, un individuo descarado y sin moral, fue condenado a morir en la silla eléctrica, y cuando alguien le preguntó por qué lo había hecho, el adolescente libertino que soñaba con ser vaquero, contestó: “supongo que matar tenía para mí cierta emoción”. Típica película de auto-cine, de una luminosidad deslumbrante, a medio camino entre el thriller y la road-movie adolescente, expresa ya lo que será una constante en el cine de Malick; el predominio de la naturaleza sobre el hombre. 


     Imágenes del edén para historias tristes, grandes extensiones de paisaje polvoriento, la naturaleza virgen que eleva su belleza con imponentes crepúsculos, cegadores amaneceres, la noche serena con su manto de silencio sólo roto por algún disparo lejano. El hombre aislado en su concepto banal de la existencia es allí insignificante. Por eso a Kit Carruthers (Martin Sheen) un joven solitario que trabaja de basurero, le gusta el campo, porque allí se siente solo, con la única compañía de Holly (Sissy Spacek) una joven e inconsciente quinceañera. Juntos han iniciado una huida hacia adelante que empezó, trágicamente, con el asesinato del padree de Holly, papel que encarna Warren Oates,  y que irá degenerando en una lucha infernal donde los acontecimientos les acabarán rebasando ampliamente.
    

   Terrence Malick, aun cambiando radicalmente de registro argumental, siempre nos cautivará con la misma poesía visual, su cámara está siempre dispuesta para captar la esencia del medio y proyectarla sobre nuestros errores y defectos. Una cosmovisión natural que poseen los genios, y que en cualquier caso sirve para enseñarnos que valores como la libertad y la paz siempre han formado parte de la creación, desde el principio de los tiempos están ahí y no es difícil encontrarlos, por el contrario, es el hombre con sus eternos dilemas morales, tinieblas interiores y egocentrismo ridículo quien degrada el universo, logrando imponer una voluntad tan cruel e ínfima como su propia existencia. 


    Nos encontramos otra vez -y es lo de menos- con un relato de perdedores huyendo hacia ninguna parte. Estamos, una vez más, en la carretera, siguiendo el rastro de una serie de crímenes sin sentido, enmarcando sofismas filosóficos de una juventud desarraigada y desorientada de finales de los cincuenta. Cando Kit es detenido, uno de los policías al observale detenidamente le dice que se parece a James Dean, Kit sonríe, pero es un héroe de pacotilla, el verdadero Charlie Starkweather dijo: “si me van a freír en la silla eléctrica, que Caril se siente en mis rodillas”.