domingo, 24 de septiembre de 2017

CRÍTICA: "KINGSMAN: EL CÍRCULO DE ORO" (Matthew Vaughn, 2017)

  
"KINGSMAN: EL CÍRCULO DE OROêêê
   
   
   Mis lectores ya sabrán que estos artefactos tienen su origen en el cómic “Kingsman: The secret service” creado por Mark Millar y Dave Gibbons publicado en España en un solo tomo por Panini, y en el cual también participó el director Matthew Vaughn, que debutó en el año 2004 con el infravalorado pero estupendo thriller Layer Cake, protagonizado ni más ni menos que por Daniel Craig y Tom Hardy. Vaughn se está labrando una carrera interesante que incluye la aventura fantástica Stardust (2007), la excelente adaptación del cómic Kick-Ass: Listo para machacar (2010) y la revitalizadora X-Men: Primera generación (2011) excelente entrega de una franquicia que andaba muy decaída.

    La secuela de Kingsman: Servicio secreto nos narra cómo tras explotar la base de los Kingsman, Gary “Eggsy” Unwin (Taron Egerton) es ya un Kingsman de pleno derecho que junto a su compañero Merlín (Mark Strong) se ve obligado a viajar a los Estados Unidos. Allí, ambos deberán reunirse con sus homólogos norteamericanos, integrantes de una asociación secreta conocida como “Statesman”, que está liderada por el agente Champán (Jeff Bridges) y que, además, cuenta con los agentes Tequila (Channing Tatum), Whiskey (Pedro Pascal) y la gurú de la tecnología Ginger Ale (Halle Berry). Estos no son tan educados como los Kingsman pero a pesar de sus patentes diferencias deberán ponerse de acuerdo para acabar con Poppy (Julianne Moore) la megalómana villana que tiene capacidad para acabar con la organización pulsando un botón.

     Como parodias de las películas  de espías surgidas al abrigo de la Guerra Fría en los años 60 y 70 como el caso la saga James Bond, en Kingsman: El circulo de oro, Vaughn y su impenitente guionista Jane Goldman (una de las mejores guionistas actuales) nos sirven un lustroso pasatiempo que, anulado el factor sorpresa del film seminal, se decanta por el cuanto más mejor y en desarrollar chascarrillos sobre los tópicos hipervitaminados de las diferentes culturas de donde provienen los Kingsman (británicos elegantes, flemáticos y amantes de los gadgets) y los Statesman (norteamericanos vestidos de cowboys con nombres de bebidas alcohólicas, rudos y directos). Y la cosa no decepciona a pesar de que no alcanza el nivel del film original ni nos regala ninguna escena memorable como la del tiroteo de la iglesia de Kentucky en la que al ritmo de “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd, Colin Firth ejecuta una masacre con todos los fundamentalistas que se encuentran dentro.



     Con un ritmo endiablado y un impecable estilo visual, Kingsman: El círculo de oro se nos presenta como un digno entretenimiento que comienza con una espídica e imposible pelea dentro de un taxi por las calles de Londres y una frenética persecución, pero se ve penalizada por una galería de personajes que apenas aportan nada (la intervenciones de Channing Tatum, Jeff Bridges y Halle Berry resultan tan insustanciales como escuetas) y unas escenas de acción que, aunque bien ejecutadas y de una violencia paródica, se nos antojan redundantes y agotadoras.


   Que sí, que esta continuación sigue las coordenadas irreverentes de su antecesora y nos regala momentos hilarantes y secuencias rodadas con ingenio y precisión, pero esa máxima cinematográfica (no escrita) que dice que las continuaciones siempre tienen que ser más pirotécnicas y excesivas que la anterior entrega no consigue aportar novedad alguna al invento y sí mucha saturación y desparrame. Transgresora, en todo caso, es esa idea de que todos los drogatas del mundo acaban contagiándose del virus que ha puesto en circulación la villana Poppy (una taimada Julianne Moore bien pertrechada tras sus sabuesos robots y que tiene como aliado a  Pedro Pascal y su letal látigo)  y sean enjaulados como animales en estadios deportivos. Por otra parte, llama la atención la inclusión en el elenco de un decadente Elton John dando vida a una caricatura bufonesca de sí mismo. Un film que define a la perfección el sentido de lo hiperbólico.


jueves, 21 de septiembre de 2017

TRIBUTO A "BLADE RUNNER" (Ridley Scott, 1982)


   Partiendo como base argumental de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?  del especialista Philip K. Dick, el cineasta nacido en Newcastle nos traslada a la lluviosa ciudad de Los Ángeles del año 2019. Allí, una empresa fabrica robots idénticos a seres humanos conocidos con el nombre de Replicantes, algunos modelos son utilizados por los humanos como esclavos para trabajar en las canteras espaciales, seis de esos robots se han fugado y regresado a la tierra donde tienen prohibida la entrada. Rick Deckard (Harrison Ford) que había pertenecido a la unidad especial Blade Runner, es el elegido por los mandos policiales para destruirlos. De los seis Replicantes sólo quedan cuatro con vida, estos tienen programada una existencia de tan sólo cuatro años y están tan perfeccionados que pueden llegar a desarrollar sentimientos y sentir emociones. En la investigación el policía conoce a Rachael (Sean Young) una Replicante tan sumamente dotada que tiene incluso capacidad para recordar, lo que la lleva a estar convencida de ser humana. Cuando Deckard, por medio de un test, le demuestra lo contrario, Rachael llora, cuestión que deja a Rick aún más perplejo. 


    El primero de los Replicantes fugitivos, Zhora, es localizado por el Blade Runner en un club del barrio chino, en donde actúa en un número con una serpiente. Tras una persecución Deckard dispara a Zhora y ésta cae abatida por los disparos. Más tarde será Rachael quien salva la vida a Rick disparando contra León, otro Replicante. El ex-policía comienza a sentir una fuerte atracción hacia ella, y aunque le habían encargado eliminarla también, Rick confiesa que no podrá hacerlo. Después de liquidar en una violenta pelea a Pris, otra Replicante, ya sólo queda Batty (Rutger Hauer) el jefe de los robots rebeldes. En la pelea que se desarrolla entre el Blade Runner y el Replicante es éste quien va ganando, y Rick queda colgando agarrado a un saliente de la terraza del edificio Bradbury, pero el robot se va quedando sin fuerzas, la muerte se está apoderando de él inexorablemente. Cuando Deckard está a punto de caer al vacío, Batty le agarra del brazo y le salva, confesándole: “Ahora sé lo que es ser un esclavo, vivir con miedo”. Al final, Rachael y Deckard buscarán lejos de la ciudad nuevos horizontes.



    Blade Runner son palabras mayores dentro del cine de ciencia-ficción, todo un hito, una pieza clave en la evolución actual del género y una obra ya clásica que supuso en su momento un fuerte impacto visual, generando una nueva corriente estética en todos los ámbitos del diseño. Ridley Scott nos ofrece una especie de thriller futurista convertido en reflexión subyugante y pesimista sobre las líneas de evolución de la humanidad en un tiempo no muy lejano. 


    Con un estupendo guión de Hampton Fancher y David People, la cinta cuenta además con los asombrosos efectos especiales de del experto Douglas Trumbull, y el virtuosismo fotográfico de Jordan Cronenweth. Genial recreación de un espacio virtual, su diseño bebe de las fuentes del cómic y el expresionismo; la conjunción de géneros -desde el interés moralista de su autor- ; el componente romántico y filosófico -como metáfora sobre los lazos espirituales del amor-; las preguntas sin respuesta, la angustia desgarradora del individuo ante su destino, y esa soledad  metálica que brinda la tecnología. La ciudad, como una populosa masa amorfa y sucia, de atmósfera irrespirable y convertida en laberinto intransitable de neón y cristales -la policía utiliza “spinners”, coches policiales voladores- . 


    La dolorosa llamarada verbal del Replicante Batty en la agonía, sobre el que se posa una paloma que parece alimentar su sed de vida y libertad, mientras desde su extrema aflicción va desgranando: “yo he visto cosas que vosotros no creeríais; he visto atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannahäuser; todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.


  A la incógnita de ¿son los Replicantes más humanos que sus creadores? La respuesta es: Sí Obra maestra absoluta del género.

domingo, 17 de septiembre de 2017

CRÍTICA: "LA NIEBLA Y LA DONCELLA" (Andrés Koppel, 2017)


"LA NIEBLA Y LA DONCELLA" êê

   El director tinerfeño Andrés Koppel tenía ya una acreditada experiencia como guionista antes de firmar el libreto de La niebla y la doncella, película basada en la novela homónima de Lorenzo Silva. Por ejemplo, coescribió junto a Juan Carlos Fresnadillo el guión de Intacto (2001), colaboró en la escritura de aquél errático remake italiano de Atrapado en el tiempo titulado Un día sin fin (Giulio Manfredonia, 2004) y figura junto a Luis Larranz como autor del libreto del aceptable film bélico Zona hostil (Adolfo Martínez, 2017).


    La niebla y la doncella (título que recuerda a la estremecedora obra del dramaturgo Ariel Dorfman  La muerte y la doncella que llevó al cine de manera sublime Polanski en 1994) nos presenta al sargento Ruben Bevilacqua (Quim Gutiérrez) y la cabo Virginia Chamorro (Aura Garrido) dos investigadores de la Guardia Civil que tienen el encargo de resolver un complicado caso que comenzó dos años atrás, cuando un político local fue el sospechoso del asesinato de un joven, cuyo cuerpo apareció degollado en la isla de la Gomera, aunque finalmente fue absuelto. Nuevas pistas llegan  a la mesa del sargento, que se embarca en un viaje a la isla junto a su compañera, donde se verán envueltos en una maraña de corrupción y amores prohibidos, que pondrá a prueba su fortaleza profesional y sus emociones.  


     No engañaré a mis lectores afirmando que La niebla y la doncella es una película redonda, está muy lejos de ello, tampoco creo, como algunos aseguran, que la criatura de Koppel sea absolutamente detestable. Cierto que para ser una ópera prima la función resulta excesivamente academicista, de una rigidez metodista innecesaria sobre todo a la hora de construir arquetipos que forman parte del expediente canónico del thriller y el cine negro. El director debutante asume pocos riesgos y aunque revela que conoce los códigos del género los aplica de manera muy plana, sin efervescencia, sin chispa, sin la frescura que parece alumbrar ese comienzo con la persecución en coche por una desierta y neblinosa carretera de la Gomera. Brillante como introducción.
    

   Existe un error importante en la selección del elenco protagonista porque uno no se imagina a Quim Guitérrez metido en la piel del suboficial Bevilacqua, que al igual que las guapas Aura Garrido y Verónica Echegui parecen sacados del catálogo de moda de unos grandes almacenes. Pero el gran error de esta película de clásico tono detectivesco es que a medida que avanza el metraje la narrativa se emponzoña de manera abstrusa e incomprensible, tal vez la peor derivada de un guión confuso rebosante de diálogos poco trabajados, personajes poco definidos (Roberto Álamo está muy desaprovechado)  y escenas mal planificadas.

   
  La niebla y la doncella abre demasiadas batallas (corrupción policial, presiones políticas, tráfico de drogas, pistas que no conducen a nada, vídeos sexuales, prostitución, infidelidades…) que sólo sirven para embarullar el relato y que en su función de subterfugios de manual son ensamblados desmañadamente en la función, restando claridad e incluso coherencia a la intriga. Con una aceptable factura técnica y unos planos soberbios de los paisajes de la Gomera gracias a la notable iluminación de Álvaro Gutiérrez, a la película le sobra verborrea y se ve castigada por la saturación de nombres, datos y personajes irrelevantes que no aportan nada a la trama. Esperemos que Koppel encuentre más luz en sus próximos proyectos… si estos llegan, aunque uno se queda con la sensación de oportunidad perdida que tal vez hubiera mejorado si el guión estuviera firmado por Lorenzo Silva, pues la única adaptación cinematográfica interesante de una novela suya partió de un libreto propio, me refiero a La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003).

jueves, 14 de septiembre de 2017

TRÁILER DE “CINCUENTA SOMBRAS LIBERADAS” (2018)

     

   Con la batuta de nuevo a cargo del director británico James Foley, el 9 de febrero de 2018 está previsto el estreno mundial de Cincuenta sombras liberadas, adaptación de la última novela de la trilogía escrita por E. L. James y que en su versión cinematográfica siempre ha tenido como protagonistas a Jamie Dornan y Dakota Johnson.


     La película narra cómo Christian Grey (Dornan) accederá a los propósitos de Anastasia (Johnson) con tal de mantenerla a su lado. Fusionando sus vidas como si fueran una sola, Grey ha demostrado que quiere poner el mundo a los pies de la joven sin saber si será suficiente. A pesar de su necesidad extrema de protegerla, existen un par de detalles que pueden ser un obstáculo para ellos. A Grey le molesta que ella mantenga la idea de seguir trabajando para la editorial de Seattle. Y además está el tenebroso pasado de Grey, un fantasma que amenaza con destruir para siempre sus vínculos y cambiar su relación de manera irreversible. ¿Tendrá su relación la suficiente fortaleza para superar la fatalidad y el destino que les espera después del largo camino recorrido?


  Acompañando a la pareja protagonista, en el reparto aparecen nombres como Rita Ora, Luke Grimes, Max Martini, Faty Masterson y Eric Johnson, que ya aparecieron en las anteriores entregas. Por supuesto, el guión está de nuevo escrito por Niall Leonard, el film está iluminado por John Schwartzman y la música corre a cargo de Denny Elfman.


miércoles, 13 de septiembre de 2017

LOS 6 MEJORES GIFS DE "CINCUENTA SOMBRAS MÁS OSCURAS"



"Fifty Shades Darker"
(James Foley, 2017)
    
   Segunda entrega de la saga cinematográfica basada en la trilogía literaria de E.L. James que nos narra la relación de la recién graduada universitaria Anastasia Steele (Dakota Johnson) y el joven magnate de los negocios Christian Grey (Jamie Dornan) que comienza justo donde lo dejó la primera, con Anastasia abrumada y desolada ante el poder que ejerce sobre ella el misterioso Christian, en una relación que ha derivado en un peligroso juego de dominación sexual. Es por eso que la joven decide alejarse de él lo máximo posible y empezar desde cero una nueva vida. Tras esa ruptura, acepta un trabajo en una editorial de Seattle. Allí conoce a Jack Hyde (Eric Johnson), su jefe, que poco a poco se encapricha con ella e intenta seducirla a toda costa para disgusto de Christian. Mientras lucha contra sus propios demonios, el joven no se quita a Ana de la cabeza, y ella debe enfrentarse a la ira que le provocan todas las mujeres que la precedieron como amantes/sumisas de Grey.      

      
   Debe extrañar mucho (no a mí, por razones que me niego a explicar) el predicamento que tienen estos engendros machistas entre el público femenino cuando tantas asociaciones feministas demuestran tener la piel tan fina al denunciar todos los días una retahíla de nimiedades ridículas. En Cincuenta sombras más oscuras nos encontramos con más ñoñería romántica que en su predecesora y resulta en todos los aspectos menos desafiante, sobre todo en la vertiente sadomasoquista, pero permanece inalterable la condición de sumisa de Ana entregada de nuevo al dominio de un Christian Grey dotado del poder omnímodo que le otorga su enorme fortuna, pues está claro que esto es lo más atractivo para ella. Es fácil observar que en las planificadas escenas sexuales los dos protagonistas se encuentran incómodos y de ahí la simpleza, la falta de pasión y la escasez de química que proyectan.

      
   Jamie Dornan es un buen actor (quien tenga dudas que vea la serie La caza), pero aquí sólo necesita lucir su esculpido cuerpo y aprenderse una escueta y ramplona línea de diálogos para poner a prueba la escasa resistencia de Anastasia que, como siempre, se deja llevar. Christian Grey está arrepentido y desea volver a poseer a Anastasia y dejar atrás su eterna angustia por una infancia traumática que se adueña de sus sueños para convertirlos en pesadillas. La pobre intriga de la película va a depender más del grado de sumisión de ella que de las elucubraciones sobre ese villano al que apunta el final de la función para la próxima secuela. Lo que debería ser una apetecible muestra de cine guarrindongo sólo es cine tonto y vulgar (como esas bolas chinas cuya función desconoce la ingenua universitaria), y las embestidas sexuales de un Christian amante del látigo y las pinzas para los pezones, sus recuerdos tormentosos, la jornada en un yate de lujo, la escasa progresión dramática y unas subtramas colgadas en el vacío hacen de esta película (por llamarla de alguna manera) una de las peores experiencias cinematográficas de los últimos años, y tal vez uno de los artefactos más misóginos que se han visto en una pantalla de cine, que además cuenta con el fervor y la bendición de un público femenino que llena a reventar las salas.

    
   Como invento literario, las novelas eróticas de E.L. James son material de deshechos, literatura de aeropuerto o quiosco de lectura efímera que no deja ningún poso, pero esta esta segunda cinta que nos entrega James Foley (que hubiera tenido más sentido si estuviera dotada de humor y un tono autoparódico) se impone como una memez irritante para un público adulto que siendo consciente de que el material de base es un bodrio, espera al menos que se asuma un poco de riesgo con las imágenes en movimiento. No es así, y Foley castra las escenas de sexo y desaprovecha personajes secundarios que podían haber dado mucho más juego, como es el caso de Kim Basinger (que parece la hija de Kim Basinger debido al botox y las operaciones que acumula) y que sólo está ahí como guiño a Nueve semanas y media, un ejemplo más lúcido y lucido de este subgénero softcore. Porque lo más terrible de Cincuenta sombras más oscuras no son sus nulos valores cinematográficos, sino que fracasa en su intento de poner verriondo al personal, lo peor que se puede decir de un producto fast food creado para pajilleros solitarios y reprimidas cuya educación castrante actúa de rémora para no dejar volar libre la cometa de sus fantasías.  

lunes, 11 de septiembre de 2017

CRÍTICA: "IT" (Andy Muschietti, 2017)


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    Hay mucha gente que recuerda con cariño, escalofríos y nostalgia la adaptación que Tommy Lee Wallace realizó en 1990 para la televisión de una de las más populares novelas de Stephen King, “It”. Miniserie de dos capítulos que logró alterar y monopolizar el sueño de niños y adolescentes alojando pasajes oscuros e indelebles en los meandros de la memoria gobernados siempre por el siniestro payaso Pennywise. En aquella época yo ya estaba en camino de convertirme en un hombre de provecho para una sociedad de mierda, y aunque devoraba todo lo publicado por el autor de Maine, no recuerdo que aquella adaptación televisiva apta para todo los públicos causara en mí el más mínimo desvelo, y pensé que las cuotas de horror y crueldad de la obra de King estaban muy minimizadas, resultando sólo eficaz para los espectadores que tienen al payaso como una figura inquietante. Pero ese no era mi caso.


    Stephen King no lo ha confesado nunca que yo sepa, pero supongo que todo comenzó con el caso real de John Wayne Gacy, conocido en los Estados Unidos como “Pogo, el payaso asesino”, un tipo que secuestró y asesinó a más de una treintena de niños en los años 70 y que pasaba por ser un ciudadano ejemplar absolutamente integrado en la comunidad, padre de familia y empresario que se disfrazaba de payaso  para divertir a los niños en el hospital local y en fiestas de infantiles. Fue ejecutado por inyección letal en mayo de 1994 en la prisión de Stateville (Illinois).

   
   El bonaerense Andrés (o Andy) Muschietti tras debutar con el aceptable film de horror sobrenatural Mamá (2013) se hace cargo de este remake para situarnos de nuevo en los años 80 en la ciudad de Derry (Maine), en donde una pandilla de niños conocida como “el club de los perdedores” se enfrenta a sus amargos problemas cotidianos con los matones del colegio. Sus vidas dan un giro inesperado cuando una oleada de desapariciones provoca el pánico en la ciudad. Uniendo sus fuerzas, el grupo de amigos decide buscar al culpable. Entonces descubrirán que detrás de los crímenes se encuentra una entidad maligna: un sádico monstruo llamado Pennywise que luce un disfraz de payaso. ¿Serán capaces de plantar cara a ese engendro de apetito insaciable que se alimenta del miedo de los niños?

  
   Reconozco que me ha convencido plenamente (si obviamos ese final aparatoso) esta primera adaptación cinematográfica de una de las novelas clave de King, Andy Muschietti logra una aproximación a la vez cruda y sensible tanto del suplicio de esa banda de chicos perdedores acosados por los tremendos matones de la escuela y cercados por sus diferentes infiernos familiares (incluido los abusos de un padre), como en la dimensión terrorífica en donde mora el payaso diabólico (al que da oxígeno de manera eficaz Bill Skarsgard) que se nos antoja un dominio perturbador de las esencias del mal en donde se desatan los miedos íntimos y profundos que cada niño tiene que hacer frente. IT, rodada con dinamismo y un gran trabajo de ambientación e iluminación, te mantiene en vilo durante las dos horas y cuarto de metraje, todo un logro si tenemos en cuenta que este primer capítulo (la segunda entrega se estrenará en 2018) tenía la difícil misión de dejar al público con ganas de más. Haciendo caso a esa máxima cinematográfica que dice que los cinco primeros minutos son esenciales para captar la atención del espectador, Muschietti planifica con pericia el arranque con esa secuencia en la que los hermanos Bill y Georgie construyen un barco de papel que el pequeño Georgie dejará zarpar en la calle bajo la lluvia hasta que se lo traga un sumidero, escena en la que vemos la primera y brutal aparición de Pennywise.


  IT fusiona la aventura juvenil ochentera al estilo de Cuenta conmigo, Los Goonies y la magnífica serie Strangers Things con el cine de tono sobrenatural y el terror slasher para construir el andamiaje de una historia emocional y angustiosa que indaga en las perversiones y abusos de la vida real y las traslada a un espacio fantástico en donde un grupo  de chavales  marginados se adentran para convertirse en héroes luchando contra el crimen y la depravación.

  
    Con un in crescendo de la tensión absolutamente medido, el director argentino no se recrea en las escenas más duras de violencia pero tampoco las evita, manteniendo siempre el humor corrosivo y el tono gamberro de la función. Y a uno no le queda otra que empatizar con cada uno de los miembros de esa pandilla de losers que se mueven por un microcosmos reconocible e impregnado de nostalgia para varias generaciones de espectadores: las monótonas horas de clase, los temidos matones de la escuela, los paseos en bici, las vacaciones de verano, las ansias de aventura, las domésticas desventuras y los tan grandes como efímeros amores púberes. IT es una muy fiel adaptación de la obra literaria que refleja con fascinante conmoción los miedos de la infancia y los abismos de maldad que se abren cuando se deja atrás esa etapa y se es consciente de los peligros que acechan. Es una película de niños para adultos rodada con una sensibilidad física, tierna y cercana, que nos invita a hacer un ejercicio de regresión para recuperar los colores y aromas de aquel último verano en que perdimos la inocencia, y comenzó otra en donde los terrores son reales y el infierno siempre son los otros. Una película espléndida.