sábado, 27 de febrero de 2021

CRÍTICA: "THE NEST" (Sean Durkin, 2020)

 

Nueva crónica de un fracaso

“THE NEST” êêê

DIRECTOR: Sean Durkin.

INTÉRPRETES: Jude Law, Carrie Coon, Charlie Shotwell, Anne Reid, Michael Culkin, Bernardo Santos, Oliver Gatz, Michael Alexandre González.

GÉNERO:  Drama psicológico/ DURACIÓN: 107 minutos / PAÍS: Reino Unido / AÑO: 2020.

     El director canadiense Sean Durkin, que en estos momentos anda liado con un biopic de la mítica cantante Janis Joplin, film que tiene previsto su estreno en 2022, no es un director en absoluto prolífico, pues su ópera prima Martha Marcy May Marlene se estrenó en 2011, una apreciable cinta protagonizada por Elizabeth Olsen sobre una joven que tras abandonar una peligrosa secta tiene que vivir con las terribles secuelas que le ha dejado esas vivencias. The Nest es su segundo largometraje, y en los nueve años transcurridos desde su debut ha estado dedicado a la miniserie de cuatro capítulos Southclife (2013) que, sinceramente, no he tenido la oportunidad de ver.

     The Nest nos traslada a los años ‘80 y nos presenta a Rory O´Hara (Jude Law) un ambicioso emprendedor que regresa a su Inglaterra natal junto a su esposa estadounidense Allison (Carrie Coon) y sus dos hijos nacidos también allí con la intención de explorar nuevas oportunidades empresariales. Sin embargo, su mujer e hijos se ven sumidos en la desesperación de un país que va a otra velocidad y parece estar un poco atrasado en cuanto a innovaciones se refiere con respecto a Estados Unidos. Por si fuera poco, el solitario caserón a las afueras donde viven se eleva como otro factor más que amenaza con destruirlos para siempre.

  

    Aparentemente todo parece perfecto para la familia O’Hara, una casa lujosa pero decadente y desolada y una familia educada, acomodada y con perspectivas deslumbrantes. No obstante, adivinamos pronto que en ese microcosmos hay gritas y que el armazón familiar comenzará a resquebrajarse. Durkin idea un drama psicológico sin que supuestamente ocurra nada especialmente sustancial, pues las tensiones familiares se elevan en un in crescendo muy medido, pero la intrigante banda sonora y la puesta en escena nos invitan a transitar por un sinuoso camino rebosante de emociones contenidas. Al modo distante y reposado de Durkin, esas emociones se irán desbordando cuando el yuppie al que da oxígeno Jude Law pase de lucir su exitosa sonrisa al rictus del más sonoro fracaso. Sucedió en los ’80 y sigue ocurriendo en menor medida, la obsesión por el éxito económico arrojo al vertedero de la miseria a muchas vidas.

      Rory toma la errática decisión de trasladarse con su familia desde Estados Unidos a Inglaterra con la firme creencia de que con su inteligencia y encanto podía conquistar fácilmente ese arcaico mercado, modernizándolo con prometedoras fusiones. Nada saldrá como esperaba y su mujer (excelente Carrie Coon) que tenía cuatro caballos y adoraba su trabajo en Nueva York como profesora de equitación, ve como día a día la relación matrimonial se tambalea por las vanas quimeras de su marido, sus mentiras, su delirio por alcanzar un elevado nivel social y sus patéticos desengaños.

   The Nest no es una película redonda y en según que momentos el espectador puede encontrar ecos de la magnífica película francesa El empleo del tiempo de Laurent Cantet y del no menos espléndido film español La vida de nadie de Eduard Cortés (en cuanto al carácter mentiroso e impostor del personaje), pero también de la magistral La tormenta de hielo de Ang Lee (en lo referente a la desestabilización de la célula familiar cuando los problemas comienzan a acumularse). Sin una transición remarcada, la vida familiar de los O’Hara se derrumba por las estúpidas ambiciones del padre de familia. Y es cuando ese débil castillo de naipes de ilusiones y sueños se desmorona y vemos fluir el desencanto, cuando la función eleva el vuelo haciendo partícipe a la familia de la ruina al igual que lo fueron de un sueño efímero que ya se antoja imposible. Carrie Coon se luce en la cena de negocios y el posterior baile en la discoteca con apreciable música ochentera, y Jude Law tiene su mejor escena con la confesión al taxista que le desprecia y le deja tirado. El espectador sigue interesado en la suerte de los personajes debido a las buenas interpretaciones, pero la película se ve necesitada de un arco dramático más pronunciado, de emociones más intensas, de más aristas punzantes que se claven en el dolor de una familia que asiste al hundimiento de sus expectativas y recoge los trozos de los sueños rotos.

La derrota más amarga: “Déjalo ya, Rory, acepta el fracaso y siéntate a desayunar.”



lunes, 22 de febrero de 2021

MIS PELÍCULAS ESPAÑOLAS FAVORITAS: "EL MUNDO SIGUE" (Fernando Fernán Gómez, 1963)

Mis películas españolas favoritas

“EL MUNDO SIGUE” êêêêê

DIRECTOR: Fernando Fernán Gómez.

INTÉRPRETES: Lina Canalejas, Gemma Cuervo, Fernando Fernán Gómez, Milagros Leal, Francisco Pierrá, Jacinto San Emeterio, Agustín González.

GÉNERO: Melodrama / DURACIÓN: 115 minutos / PAÍS: España / AÑO: 1963.

     Séptimo largometraje en solitario de Fernando Fernán Gómez como director (El manicomio la codirigió junto a Luis María Delgado en 1954) que adapta la novela de Juan Antonio Zunzunegui y que debido a problemas con la censura no se estrenó hasta julio de 1965 en una sala de Bilbao. Tuvieron que pasar otros seis años para que se estrenara en más salas de otras ciudades, de ahí que se le considere una película maldita de su autor, lo que contribuyó al fracaso comercial de la cinta, pero puede que también porque el público de la época, que iba al cine para evadirse, no quería pagar por ver una obra que reflejaba la realidad que vivían cada día.

      Ambientada en la década de los sesenta y con un tono semidocumental, El mundo sigue se desarrolla en el madrileño barrio de Maravillas, donde vive la familia protagonista compuesta por Eloísa (Milagros Leal) esposa abnegada y madre eficiente, por su marido, Agapito (Francisco Pierrá) un guardia municipal más autoritario en casa que en la calle y que de vez en cuando suelta la mano. El hijo, Guillermo (Jacinto San Emeterio) es un beato que salió del seminario poco antes de ser ordenado sacerdote y se pasa la vida estudiando y rezando para expiar los pecados de su familia. Las hijas, Luisa y Eloísa (Gemma Cuervo y Lina Canalejas) son dos polos opuestos que a la mínima se pegan, se odian a muerte y cada una de ellas a su manera está obsesionada por el dinero. Como lo está Faustino (Fernando Fernán Gómez), el marido de Eloísa, un crápula que trabaja de camarero, sueña con acertar una quiniela de catorce resultados y al que le importa más el fútbol que su mujer y sus hijos.

 

    El mundo sigue es un descarnado melodrama que comienza con una cita de Fray Luis de Granada sacada de su “Guía de pecadores”: “Veréis maltratados a los inocentes, perdonados los culpables, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos; veréis los pobres y humildes abatidos, y poder más en todos los negocios el favor que la virtud”. En la España franquista de un gris triste y plomizo, Fernando Fernán Gómez realiza esta cruda crónica costumbrista sobre la miseria económica y social, la envidia, el odio cainita y la obsesión enfermiza por la riqueza. Con el concurso de un excelente reparto y una dirección vigorosa, el espectador se sumerge en el acontecer diario de una familia que vive en un bullicioso barrio de la capital con las estrecheces típicas de tiempos de posguerra a pesar de que el padre es un funcionario, un barrio con una placita donde juegan los niños, un mercado con su ajetreo diario y unas gentes que para sobrevivir se aferran a su rutina.

     Formando parte de esa familia, dos hermanas antagónicas que se odian con toda su alma, Eloísa y Luisa. La primera, Eloísa, vive una vida miserable al elegir casarse con un camarero ludópata y aunque no tiene dinero ni para dar de comer a sus hijos, presume de su decencia aunque se ve tentada por los pecados de la carne sabiendo que eso, además, le procurará todo lo que necesita con un solo contoneo de sus caderas debido a su belleza, pues fue “Miss Maravillas 1950”. La segunda, Luisa, ha elegido “la vida ancha” y para procurarse lujo y dinero se prostituye con hombres ricos y provectos, aunque ella siempre soñó con un buen marido que la mantuviese. Las dos se odian sin piedad ni respiro, porque en realidad Eloísa sabe que con la honra no le llega ni para comer, y Luisa, aunque sabe que el dinero cubre con un velo negro la ética y la indignidad (incluso puede torcer la opinión que de ella tiene su padre), también es consciente de que no puede llenar una soledad inabarcable. El beato meapilas que tienen por hermano, reza para salvar a sus terribles hermanas de las llamas del infierno.

     El acertado uso del sonido diegético (los pasos en las escaleras, el ruido de los niños que juegan en la plaza, el ajetreo a la salida del mercado) dotan de significado y realismo a la función, y es de remarcar esa bella escena en la que Luisa, entregada ya a la vida disipada, vuelve a casa para visitar a su madre y darle algunos regalos. La vemos subir deprisa las escaleras mientras se intercalan imágenes de Luisita niña subiendo las escaleras con la misma energía. Un recurso analéptico filmado con especial virtuosismo para realizar un ejercicio de regresión a la infancia y la inocencia perdida en la búsqueda del calor del hogar y el abrazo de la madre.

    Pero el odio fratricida, irracional, incontenible es un veneno que corroe a las dos hermanas, la envidia, la codicia y el rencor actúan como sustancias activas en la que están representados los dos pilares de la época, Iglesia (el hermano ex seminarista) y el Estado (el padre guardia municipal), un tiempo rebosante de moralina barata, folclore, chicas de servicio, ricos puteros, gente amargada por los avatares de su destino, austeridad castrante y castrense, una sociedad deambulando por el apagado y opresivo horizonte político-social del momento. Con un tono neorrealista, Fernán Gómez crea un estremecedor retablo de emociones desbocadas, un severo documento sobre una época y un espacio, un relato rabioso sobre las penurias cotidianas en un ambiente asfixiante y mezquino, relativista, egoísta, amoral y cruel que condena a unos personajes sin redención. Pero el mundo sigue a pesar de las tragedias, las amarguras, las miserias y el asco. 


domingo, 7 de febrero de 2021

CRÍTICA: "BAJOCERO" (Lluis Quílez, 2021)

 

Un thriller moral

“BAJOCERO” êêê

DIRECTOR: Lluis Quílez.

INTÉRPRETES: Javier Gutiérrez, Luis Callejo, Patrick Criado, Karra Elejalde, Andrés Gertrudix, Isak Férriz, Miquel Gelabert, Édgar Vittorino.

GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 106 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2021.

      Segundo largometraje del director catalán Lluis Quílez tras su debut en 2014 con Out of the dark, fallida cinta de terror plagada de lugares comunes y golpes de efectos simplistas. En medio de estas dos películas, en su filmografía encontramos el mediometraje de ciencia-ficción Graffiti (2016), un relato sobre un personaje que deambula por un mundo postapocalíptico tras producirse un “incidente” que aniquiló la vida tal y como la conocemos; y el cortometraje 72% (2017), porcentaje que se refiere al contenido de agua del cuerpo humano y que las personas necesitan mantener estable para que no se rompa el frágil equilibrio del que depende sus vidas.

     Bajo el auspicio de Netflix, Bajocero nos sitúa en una noche cerrada de un gélido día de invierno. En una carretera deshabitada, un furgón que traslada una cuerda de presos es asaltado brutalmente en mitad del viaje. Martin (Javier Gutiérrez) el policía que conduce el furgón blindado, consigue sobrevivir y atrincherarse dentro de la cabina del vehículo, mientras su compañero de manera confiada sale a ver qué pasa. En el interior del furgón, los presos tratan de encontrar la manera de acabar con Martín y escapar. En el desolado paraje alguien está al acecho, un tipo misterioso que quiere que le entreguen a uno de los reclusos y no parará hasta que lo consiga. Martín tratará de luchar por su vida y cumplir con su deber, aunque eso signifique poner en duda todos sus principios.

     Lluis Quílez y Fernando Navarro, guionistas de Bajocero, escriben un libreto aseado pero con lagunas y algunas escenas como la presentación de Martín en el coche con su mujer y una de sus dos hijas que aunque parece separada del resto de la función, servirá en el último tramo del metraje para empatizar con el personaje de Miguel, al que da vida Karra Elejalde. Hay detalles que chirrían: no resulta creíble que Miguel cambie solo las ruedas pinchadas de un furgón blindado con seis presos dentro y un policía, y ni mucho menos es verosímil el arranque de ira de Patrick Criado que le hace reconocerse culpable ya sin ninguna presión. Bajocero funciona más en un sentido atmosférico que en las constantes de su línea argumental, tan básica como efectista, para adentrarnos en el ambiente asfixiante de un furgón policial cargado de presos y varado en medio de un paisaje glacial que lo convierte en un polvorín a punto de estallar. Un furgón convertido en blanco de una amenaza exterior que sabemos lo que busca, pero ignoramos el por qué, algo que será revelado en el clímax final convirtiendo la función en un thriller con mensaje ético. Momento en el que el agente de policía Martín romperá su retrato de estricto cumplidor de la ley. 

    El gélido y tenebroso viaje del furgón envuelto en una espesa niebla actúa como advertencia de un peligro latente, que se hace más intenso cuando desaparece el coche policial que circula vigilando el trayecto delante del furgón, que poco después queda inmovilizado por unos nada casuales pinchazos. Cierto que la acción resulta trepidante dentro de una propuesta que fusiona géneros como el drama social, el thriller y el western, pero Quílez no se detiene demasiado en explicaciones ni en el perfil psicológico de los personajes, que no dejan de ser meros estereotipos, y sólo al final ofrece respuestas con una confesión que no se ve apoyada por ningún flash back. Además de la ambientación, el director acierta con la interacción entre presos y policías, punteadas siempre con humor, mala baba, violencia y comprensión. El nivel de la función se mantiene constante gracias a los recursos interpretativos de Javier Gutiérrez (en una actuación muy física), Luis Callejo y Patrick Criado, pero es en los húmedos ojos de Karra Elejalde en donde el espectador encontrará las respuestas, el inmenso dolor y la inabarcable tristeza, convirtiendo Bajocero en una claustrofóbica fábula moral que nos recordará casos como el de Marta del Castillo. Y estaremos de acuerdo en que hay veces en que la mayor condena de unos padres es seguir viviendo.