martes, 28 de marzo de 2023

MÁS ALLÁ DE "GATTACA", TRES PELÍCULAS DE ANDREW NICCOL


     Los aficionados al cine de ciencia ficción sabemos que la filmografía del guionista, productor y director neozalandés Andrew Niccol va mucho más allá de su obra maestra Gattaca (1997). Dejando de lado los thrillers de trasfondo belicista como El señor de la guerra (2005) y Good Kill (2014), e incluso la fallida y puerilmente romanticona La huésped (2013), película de tono post-apocaliptico nacida al rebufo de la saga Crepúsculo, nos encontramos con un legado tan interesante como infravalorado dentro de un género cinematográfico que en los últimos años ha brindado al aficionado contadas alegrías.

“SIMONE” (2002)

    Andrew Niccol no dirige una película desde 2018, y tuvieron que pasar cinco años para que viera la luz su nueva criatura tras su espléndido debut con Gattaca. Su título, Simone (2002), que más que una película de ciencia ficción es una comedia del cine dentro del cine que nos presenta la historia de Viktor Taransky al que da vida Al Pacino, un director de cine en decadencia al que se le presenta una nueva oportunidad para situarse detrás de las cámaras, pero todo se va al carajo por culpa de una temperamental actriz, Nicola Anders (Wynona Rider). Entonces, Elaine (Catherine Keener), su ex mujer y directora de los estudios, le despide. Tras ese fracaso, conoce a Hank Aleno (Elias Koteas), un genio informático que le cede un programa que puede resolver sus problemas: “Simulation one.” Nace así Simone (Rachel Roberts), la estrella de cine más popular  y adorada por el público. Y su creador, Taransky, se convierte de la noche a la mañana, en un triunfador.

     Guionista de la magnífica El show de Truman (Peter Weir, 1998), con la que Simone guarda cierta similitud en cuanto al poder de la tecnología y los códigos de la simulación, Niccol pone al director de cine frustrado encarnado por Al Pacino al frente de un bombón, la actriz perfecta, con las dotes interpretativas, la belleza y elegancia de las más aclamadas musas de Hollywood. Claro que es una actriz virtual, un holograma, una ilusión que pronto se convertirá en un fenómeno de masas tan inaccesible como enigmático. Taransky se encarga de ocultar la verdad detrás del mito, pero con el prodigioso invento no tiene que soportar el ego de ninguna estrella de cine ni el estrés y los caprichos de los que ponen la pasta, los productores, que con sus ocurrencias minan la creatividad del artista. Buena película que merece una revisión.


IN TIME (2011)


      El cuarto largometraje de Andrew Niccol costó unos 40 millones de dólares y recaudó alrededor de 174, siendo hasta la fecha su película más taquillera. In Time (2011) nos sitúa en una sociedad futura. El hallazgo de una fórmula contra el envejecimiento trae consigo no sólo la superpoblación, sino también que el tiempo se haya convertido en moneda de cambio para comprar objetos y cubrir necesidades. Los ricos pueden vivir para siempre, pero los que no lo son tendrán que negociar cada minuto de sus vidas, y los pobres, mueren jóvenes. Tras salvar la vida a un tipo rico, Will Salas (Justin Timberlake), un joven obrero, se encuentra con el inesperado regalo de una inmensa cantidad de tiempo. A partir de entonces será perseguido por la corrupta policía llamada Los Guardianes del Tiempo, que están liderados por Raymond Leon (Cillian Murphy). En su huida, Will, toma como rehén a una joven, Sylvia Weis (Amanda Seyfried), hija de una familia adinerada.

     La ley natural: los ricos ganan y viven, los pobres pierden y mueren. No hace falta concebir una sociedad futura, está pasando aquí y ahora, y no sólo en los países más subdesarrollados. Es la cruel estructura social en la que el mundo se mueve. En In Time el tiempo es dinero, si eres rico, eres inmortal y tienes el poder. Si eres pobre, estás condenado a morir joven o intentar sobrevivir en un gueto apartado de la zona rica, luchando contra milicianos y mercaderes para conseguir un día, tal vez una semana más de vida. Con los ecos referenciales del 1984 de Orwell, la función se impone como una desoladora metáfora sobre los privilegios y la diferencia de clases. Así, cuando los ciudadanos llegan a los 25 años se activa un reloj biológico con la duración de un año, de ese modo, el tiempo se convierte en el elemento más preciado. Todo se compra con tiempo y todo el mundo aparenta 25 años. La diferencia es que los ricos pueden vivir eternamente, su inmortalidad se debe a que el ilimitado tiempo de que gozan les ha sido sustraído a otras personas. Siempre habrá un héroe que intente cambiar el orden social, pero la selección natural y la evolución biológica darwiniana acaba siempre imponiéndose.


ANON” (2018)

    En su última película dirigida, Andrew Niccol nos sitúa en un mundo distópico en el que no existe la privacidad ni el anonimato, donde el conocimiento de todo y de todos es total porque todo lo que se ve y se hace queda grabado, pudiendo tener acceso a los recuerdos de todos los individuos. Al ser cien por cien transparentes, las vidas son fáciles de controlar y rastrear por las autoridades. Es el fin del crimen, o eso parece. No obstante, se están cometiendo una serie de asesinatos y el detective traumatizado Sal Frieland (Clive Owen), es el encargado de investigar el caso. Tras toparse con una chica (Amanda Seyfried), sin huellas digitales y completamente invisible para la policía, pronto, el detective llegará a la conclusión de que no es el fin del delito, sino un nuevo principio.

   Estamos, de nuevo, ante el Gran Hermano y la influyente obra de Orwell, para conformar la estructura narrativa de una película infravalorada que me gusta mucho, un gélido thriller distópico sobre una sociedad hipervigilada con una virtuosa puesta en escena, un planteamiento inteligente y una hipnótica estética futurista bañada por tonos grises azulados y ocres. Con escenarios funcionales y fríos dominados por una arquitectura brutalista, nos encontramos con una investigación policial clásica en una sociedad rigurosamente controlada, y, por lo tanto, aparentemente civilizada y sin fisuras, todo a costa del control del ciudadano y su falta de intimidad. Pero siempre existirá la lucha contra el poder. Los individuos llevan su propia interfaz, archivos incrustados en el cerebro y todo se hace mediante el control mental, todo queda registrado y nadie puede mentir, pues sus confesiones serán verificadas al instante delante de sus ojos. Aún así, existen ciudadanos que no quieren ser sometidos a ningún control, y es en este punto donde aparece una joven hacker a la que da oxígeno Amanda Seyfried, asesina a sueldo que vende sus servicios al mejor postor y no deja rastro digital. Cuando el detective encarnado por Clive Owen le pregunta qué tiene que esconder con tanto celo, la hacker le responde que de lo que se trata es de su intimidad, y por lo tanto nadie, bajo ningún concepto, puede arrogarse el derecho de invadirla y poder ver lo que ella no quiere que nadie vea. Entre las mejores películas de ciencia ficción de la última década.


miércoles, 22 de marzo de 2023

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "EL DÍA DE LA LECHUZA" (Damiano Damiani, 1968)

 

El verdadero poder en la sombra

“EL DÍA DE LA LECHUZA” êêêê

(MAFIA)

DIRECTOR: Damiano Damiani.

INTÉRPRETES: Franco Nero, Claudia Cardinale, Lee J. Cobb, Tano Cimarosa, Nehemiah Persoff, Serge Reggiani.

GÉNERO: Thriller-Mafia / DURACIÓN: 102 minutos / PAÍS: Italia / AÑO: 1968

    La primera y mejor de las cuatro colaboraciones entre el director italiano Damiano Damiani y el actor Franco Nero, que ya había alcanzado la fama un par de años antes con Django (Sergio Corbucci, 1966), es esta adaptación de la novela homónima de Leonardo Sciascia que, además, aunque aquí no se la llame así, es una de las primeras en abordar la mafia siciliana como una organización criminal que domina todos los mecanismos de poder, también económicos como la construcción. El punto de partida es el asesinato de un camionero sindicalista y la desaparición de un agricultor, testigo presencial del asesinato. Mientras la policía investiga a la esposa del desaparecido, Rosa (Claudia Cardinale), las sospechas del capitán Bellodi (Franco Nero) se centran en un importante mafioso, Don Mariano (Lee J. Cobb), pero no logra encontrar testigos ni evidencias que avalen su hipótesis, pues su deber es sistemáticamente obstruido desde las altas esferas por la influencia del padrino mafioso en el gobierno.

     El día de la lechuza, también conocida por el título de Mafia, se desarrolla en un marco temporal anterior a la explosión del poliziesco de los años 70 (fusión entre el thriller policial y la denuncia política) y antes de las masivas producciones sobre la mafia derivadas del éxito de El Padrino. La acción nos sitúa en un pueblo de la Sicilia profunda, un espacio geográfico que fue el origen de la mafia como estructura criminal y desde donde extendió sus tentáculos para controlar el poder con sus extorsiones y asesinatos. A Damiani le interesa menos la acción física (sólo la encontramos en el inicio), que el procedimiento policial y el desarrollo de los personajes, las sórdidas maquinaciones políticas y el miedo que atenaza a los miembros de la comunidad rural, dotada de un ambiente opresivo por las presiones a las que se ve sometida y el asfixiante calor.

    Así, la función está marcada por sus identificables personajes: el joven, idealista, atrevido e incorruptible capitán de los carabineros al que da vida eficazmente Franco Nero, la bella, difamada y valiente mujer del campesino desaparecido, una Claudia Cardinale que se ve presionada por todos, y el brutal jefe mafioso que todo lo controla desde su atalaya de poder encarnado con nervio por Lee J. Cobb. Pero El día de la lechuza trasciende la trama criminal para aventurarse en la costumbrista realidad siciliana donde impera la omertá, un microcosmos provinciano hermético donde el silencio, el desprecio y la indiferencia se imponen si se quiere salvar el pellejo. Algo contra lo que luchará Bellodi, que pronto conecta el asesinato del camionero con la desaparición del marido de Rosa, pero que chocará con el poder omnímodo de la mafia y del boss, que mueve todos los hilos.

    Damiani nos arrastra hacia un final coherente, pesimista y demoledor. Un final creíble porque todas las situaciones que nos conducen hasta él están dotadas de un verismo estremecedor, y los personajes, alejados de la grotesca caricatura, resultan tangibles, sin adornos excesivos y sin manierismos o tics que dificulten la transparencia de su inalterable verdad, algo que siempre fluye en las novelas de Sciascia con una amargura corrosiva y una sensación de derrota y desolación. El capitán Bellodi, llegado del norte, y el jefe mafioso local, Don Mariano, se vigilan mutuamente en un enfrentamiento siempre desigual por el poder de este último en la política y la economía, y las artimañas criminales que suele utilizar para ello, un auténtico y brutal cacique. No obstante, hay algo de representación trágica y teatral en ese enfrentamiento público y feroz entre el bien y el mal, pero el mal nunca descansa, como bien sabe el taimado y temido Don Mariano, que sigue los acontecimientos desde su terraza en la plaza del pueblo, pues cuando no puede comprar voluntades, las elimina. Una de las primeras y mejores películas sobre la mafia siciliana.

jueves, 16 de marzo de 2023

CRÍTICA: "EL CUARTO PASAJERO" (Álex de la Iglesia, 2022)

 

Una comedia sin alma y sin gracia

“EL CUARTO PASAJERO” ê

DIRECTOR: Álex de la Iglesia.

INTÉRPRETES: Alberto San Juan, Blanca Suárez, Ernesto Alterio, Rubén Cortada, Carlos Areces, Jaime Ordóñez, Enrique Villén.

GÉNERO: Comedia / DURACIÓN: 99 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2022

    El hecho, para mí irrefutable, de que dos de las peores películas que vi el pasado año estén firmadas por Álex de la Iglesia no va a restar un ápice mi devoción por el director vasco. Ya les gustaría a muchos pasar a la historia por haber regalado a la cinematografía española dos joyas del calibre de El día de la bestia (1995) y La comunidad (2000). Pero sí, Veneciafrenia (2021) es un pestiño indigesto, un aburrido slasher con mensaje en el que nada funciona. Con El cuarto pasajero el director vasco no eleva el listón y nos presenta una historia que sigue a Julián (Alberto San Juan), un divorciado de 50 años con problemas económicos que recurre a una aplicación, suponemos que Blablacar, para compartir su coche con desconocidos, y en especial con alguien que ya no es tan desconocida, Lorena (Blanca Suárez), una joven que viaja a menudo desde el norte a Madrid. Desde hace meses tiene un asiento fijo en su coche… y en su corazón. Julián quiere aprovechar el próximo viaje para sincerarse con ella, pero un error a la hora de elegir al resto de pasajeros, Rodrigo y Sergio (Ernesto Alterio y Rubén Cortada), provocará un radical cambio en el rumbo de los acontecimientos.   

     El Cuarto pasajero no funciona ni como comedia romántica ni como road movie, y mira que es raro esto último por el aprovechamiento que se podía haber hecho de algunos paisajes. Y en la deriva de la función tiene mucho que ver el flojísimo libreto firmado por Jorge Guerricaechevarría y el propio director. Unos diálogos pueriles y algunas situaciones sonrojantes (las escenas del hotel con piscina), arrojan como resultado una película con poca gracia que, ni el esfuerzo interpretativo de algunos intérpretes como esos dos imposibles narcotraficantes a los que dan oxígeno Alterio y Carlos Areces, que andan a la greña jugando al gato y al ratón, logran levantar. Tampoco merecen mucha mención el trío compuesto por el impostor Alberto San Juan y su amor deseado, Blanca Suárez, o el macizorro Rubén Cortada, convertido en el mayor peligro para que San Juan pueda conseguir su sueño de seducir a Lorena. La función se presta al mínimo interés a pesar de que se podía haber sacado más jugo a la disparidad de personalidades que componen el cuarteto.

    Y es Rubén Cortada el que peor parado sale en la comparación, pues su plano personaje apenas tiene relevancia más allá de estar ahí para incendiar los celos de Alberto San Juan, un cincuentón que siente que sus expectativas se pueden dinamitar con la aparición del atractivo Sergio, que en nada se parece a la foto que había subido a su perfil. Porque eso es algo que Julián (San Juan), tiene siempre presente: seleccionar quiénes le acompañarán a él y a Lorena en el viaje, y observando bien su aspecto físico, descartar que puedan ser rivales en sus planes de conquistar a la bella pasajera, con la que ya ha realizado varios viajes. Pero ni el tipo de mediana edad al que da vida San Juan, víctima de la crisis económica y que siente que la vida se escapa a borbotones en la más triste soledad, ni el pícaro vividor encarnado por Ernesto Alterio tienen, más allá de su patetismo, mucho que aportar a una historia, una vez más, con un final explosivo, excesivo e inverosímil que clausura otra película fallida del director bilbaíno.

sábado, 11 de marzo de 2023

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "Driver" (Walter Hill, 1978)

 “DRIVER” êêêê

(THE DRIVER)

DIRECTORA: Walter Hill.

INTÉRPRETES: Ryan O’Neal, Bruce Dern, Isabelle Adjani, Roone Blakely, Felice Orlando, Matt Clark, Joseph Walsh, Rudy Ramos.

GÉNERO: Acción-Thriller / DURACIÓN: 90 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1978

    Driver forma parte, junto a la mítica Los amos de la noche (The Warriors) (1979), La presa (1981) y Calles de fuego (1984) del cuarteto de mis películas favoritas del guionista y director Walter Hill. Nicolas Winding Refn tuvo que ver muchas veces esta película antes de decidirse a filmar su mejor obra hasta la fecha, Drive (2011), a pesar de que el guión de Hossein Amini estaba basado en la novela de James Sallis. La historia de Driver es muy simple: un excelente Conductor (Ryan O’Neal) vende sus servicios a diferentes bandas de atracadores que requieren de su pericia para las huidas a toda velocidad. A la caza del Conductor anda un Detective de la policía (Bruce Dern), que es incapaz de atrapar al cowboy, como él le apoda, incluso ingeniando alguna trampa que involucra a unos delincuentes.

     Con clara influencia en su narrativa y puesta en escena del polar de Jean-Pierre Melville (Diálogos parcos y un protagonista solitario y taciturno), del Bullit (1968) de Peter Yates, de las dos entregas de French Connection (las vertiginosas y magníficas secuencias de persecuciones) y el tono fatalista de Sam Peckinpah, Driver esconde mucho más que un simple juego del gato y el ratón o la historia de un curtido detective que pone todo su empeño en atrapar a un cotizado conductor especialista en fugas al volante, pues ya en el comienzo (que Winding Refn copia casi literalmente para su Drive), Hill desprecia los preámbulos para zambullirnos en la más adrenalínica acción con una frenética persecución entre la policía y el Conductor que rompe el silencio y la quietud de la noche. La violencia la genera el ruido del motor y el chirrido de las gomas sobre el asfalto, las armas aparecerán más tarde. Un espectáculo que sólo tiene un protagonista, el imperturbable y estoico profesional que poco a poco se irá deshaciendo de todos los coches policiales. Al igual que Melville creó un arquetipo en El silencio de un hombre (1967), Walter Hill crea un mito, el Conductor, que también vive de manera ascética, duerme en hoteluchos, escucha música en la radio, no tiene amigos, y sólo participa en los atracos por diversión y venganza contra los poderes que imponen las normas de la sociedad. Nada le importa el dinero ni tiene ninguna aspiración.

 Driver es un thriller existencialista que nos muestra una ciudad y unos personajes sin nombre, pero la ciudad queda bien retratada por modelo urbanístico y sus avenidas, y los personajes por sus acciones. La función se aleja de las convenciones políticas y la moralizante sociedad, y el aficionado al cine de acción se verá más interesado por las tres magistrales secuencias de persecuciones cada una de las cuales definen la habilidad y superioridad del Conductor sobre sus perseguidores, también sobre sus cómplices. Cabe reseñar la escena de la maleta y el tren, muy similar a la que protagonizó Steve McQueen en La Huida, dirigida por Peckinpah y con guión del propio Hill, un actor para el que originalmente Walter Hill también había escrito el papel de el Conductor. Driver comienza con el Conductor apareciendo en un parking subterráneo para robar un coche que empleará en un atraco, seguidamente vemos a la Jugadora (Isabelle Adjani), observando fijamente el semblante inexpresivo del Conductor, que espera la salida de los atracadores del casino. Hay feeling, jamás le delatará, aunque no hay pasión ni veremos ningún acercamiento íntimo.

            


                            
  En la escena en que el Conductor destroza un Mercedes en un aparcamiento para demostrar su pericia con unos atracadores de pasajeros, evidencia su rabia interior que late reprimida bajo su aspecto sereno. El arrogante Detective encarnado por Bruce Dern respeta al Conductor porque es bueno en lo que hace, y el final no debe ser tomado como un acto de humillación hacia él, sino como el reconocimiento expreso de una derrota ante un profesional que ejecuta su trabajo con precisión. Estamos ante la mejor interpretación de Ryan O’Neal y, posiblemente, ante la mejor película de Walter Hill.  



miércoles, 8 de marzo de 2023

LAS MEJORES PELÍCULAS DE CULTO: "LINKEROEVER" (LEFT BANK), (Pieter Van Hees, 2008)


“LINKEROEVER” êêê

(LEFT BANK)

DIRECTOR: Pieter Van Hees.

INTÉRPRETES: Eline Kuppens, Matthias Schonaerts, Sien Eggers, Marilou Mermans, Frank Vercruyssen, Robbie Cleiren, Ruth Becquart.

GÉNERO: Thriller psicológico / DURACIÓN: 102 minutos / PAÍS: Bélgica / AÑO: 2008

    Poco conocido a nivel internacional, el director belga Pieter Van Hess debuta en el año 2005 con el largometraje Gilles, un drama de corte fantástico sobre la amistad que nos presenta a un tendero que tuvo que dejar el fútbol por una lesión de rodilla, y que ha transferido esa pasión a su hijo. Un filme que no he tenido la oportunidad de ver. Su siguiente película, El ascenso y caída de Tony T (2009), se impone como una aseada comedia sobre un hombre muy tímido que, tras sufrir un accidente, se despierta convertido en Tony T, un tipo desinhibido e inconformista que actúa como doble de acción. En el año 2014, Van Hees firma el thriller Waste Land, que sigue a un inspector de policía que se sumerge en la investigación de un asesinato con el trasfondo del mundo del boxeo y la brujería.

     Es, sin embargo, su segunda película, Linkeroever (Left Bank), la que es para este cronista su mejor y más extraña obra, hasta el punto de considerarla hoy en día una sugerente película de culto. La trama sigue a Marie (Eline Kuppens) una atleta que, tras caer lesionada y perderse las competiciones oficiales, se mudará al piso que su reciente novio, Bobby (Matthias Schonaerts), un tirador de arco, tiene en Linkeroever, el margen izquierdo del río Scheldt, en Amberes. Su estancia se verá perturbada en extremo al conocer la misteriosa desaparición de la anterior inquilina del inmueble.

    Linkeroever (Left Bank) representa el primer capítulo de lo que iba a ser una trilogía sobre el amor y el dolor. Pero se quedó en esta primera entrega e ignoro el motivo (crematístico, supongo) de por qué no se rodaron los dos capítulos siguientes. Una lástima, porque este primer y único episodio tiene un singular tono de folk horror y terror psicológico con ecos referenciales al Polanski de La semilla del diablo 1968) y El quimérico inquilino (1976), de la celebrada The Wicker Man (Robin Hardy, 1973) y La guerra de Satán (Piers Haggard, 1971). Van Hees consigue dotar de atmósfera y misterio a una historia cuyo título original significa literalmente “margen izquierdo”, que nos remite a una zona residencial de la ciudad de Amberes, epicentro de una serie de leyendas sobre rituales y secretos ocultos que provienen de la Edad Media. Cuando Marie se muda al apartamento en el que vive su nuevo novio, Bobby, siente curiosidad por saber qué le pasó a la anterior inquilina del piso, una desaparición sin resolver. Un enigma que, como una red, atrapará a Marie, viéndose arrastrada a un submundo donde se ejecutan sacrificios humanos, ritos paganos, brujería, y descubrirá un pringoso agujero negro en un sótano.

    El director belga capta a la perfección el plomizo y deprimente paisaje urbano para adentrar al espectador en un universo sobrenatural sombrío, tan mágico como amenazante. Con buenas interpretaciones de Matthias Schonaerts en un papel que le sirvió de trampolín para lanzar su carrera, pero también de la debutante Eline Kuppens, dando vida a una cada vez más desconcertada Marie, una atleta que, a raíz de que se lesiona la rodilla, se irá poco a poco sumergiendo en una espiral pesadillesca a la que, por otra parte, invita el destartalado apartamento de su novio y sus siniestros vecinos. En Linkeroever (Left Bank) no asistimos a un catálogo de sofisticados recursos técnicos, pues rodada con un presupuesto de guerrilla, Van Hees sólo utiliza unos sencillos y rudimentarios trucos, aunque para alimentar el ánimo del espectador, nos regala unas tórridas escenas de sexo de la pareja protagonista, lozanos cuerpos anudados a un misterio por descubrir. Estamos ante un horror ancestral y ritualista, un viaje delirante a los arcaicos parajes en donde la fantasía, las tradiciones, la magia y las maldiciones se fusionan para dar forma a los mitos.