lunes, 25 de mayo de 2020

"SALESMAN" (1968), UNO DE LOS MEJORES DOCUMENTALES DE LA HISTORIA


La biblia y el capitalismo
“SALESMAN” (EL VENDEDOR) êêêê
DIRECTOR: Albert Maysles, David Maysles, Charlotte Zwerin.
GÉNERO: Documental / DURACIÓN: 85 minutos / PAÍS: EE. UU. / AÑO: 1968.


     Los hermanos Albert Maysles y David Maysles ocupan un lugar privilegiado entre los mejores documentalistas de la historia del cine, para demostrarlo cuentan con tres obras que figurarán en todas las listas de los cien mejores del género. Me refiero a Gimme Shelter (1970) y Garden Grey (1975), imprescindibles para todo aficionado al cine documentalista junto a Salesman (El vendedor), que nos presenta a cuatro vendedores de una compañía que venden biblias lujosas, bien ornamentadas e ilustradas, con la táctica de puerta a puerta intentando colocar su mercancía a los clientes menos interesados, que pertenecen a las clases más humildes, católicos pero con poco dinero para gastar en biblias bonitas.


  Ellos son Paul “el Tejón”, Charles “el Zorro”, James “el Conejo” y Raymond “el Toro”. Primero recorren Boston y sus alrededores, donde se encuentra la sede de la compañía, después van a Chicago a una conferencia sobre ventas, y finalmente al prometedor y soleado territorio de Miami. Hablando, engañando, contando chistes e historias, los vendedores intentan vender sus productos a una amplia variedad de clientes, sobre todo a los más pobres.


    El espectador más cinéfilo encontrará que Salesman (El vendedor) tiene algunos puntos en común con Luna de papel (Peter Bogdanovich, 1973), que trata sobre un vendedor de biblias interpretado por Ryan O’Neal que durante la Gran Depresión de los años 30 intenta vender biblias a mujeres viudas. Es otra época y el bienestar de la sociedad ha cambiado mucho, pero no es extraño que Bogdanovich tomara como referencia este magistral documental de los Maysles brothers para su película, que también ha servido de inspiración a otros directores como Scorsese. Salesman (El vendedor) es una crónica descarnada sobre la competitividad de los empleados y el carácter voraz de la sociedad consumista que, rodada principalmente con cámara en mano, sonido ambiente y encuadrada dentro de la corriente del Direct Cinema, está planificada como si fuera un relato ficcional, de ahí la pericia de los Maysles para improvisar planos y configurar escenas que dudamos mucho que estuvieran en el guión.


    Con una narración sobria, el espectador sigue con creciente interés las tácticas de los vendedores (cuyos nombres y apodos se muestran sobreimpresionados en la presentación de los personajes), los momentos de descanso y los cambios de impresiones entre ellos, la relación con sus jefes, sus manejos en ámbitos privados y públicos, con los directores siempre fuera de campo para tratar de conferir a la función un aspecto figurativo que amplifica la sensación de ficción de esta despiadada radiografía de la sociedad capitalista.


     Los cineastas toman como eje central al veterano Paul “el Tejón”, es el mayor pero el más interesante, transitando ya por el avanzado otoño de su existencia, es el que goza de mayor experiencia, pero se da cuenta de que sus tiempos de esplendor en la hierba se han acabado, que ha perdido el encanto y la motivación por el oficio, lo que le genera un cierto sentimiento de derrota y desesperación, un declive que se nos muestra de forma dolorosa y conmovedora. Con los escenarios atractivos de Boston y Miami como epicentros de la venta de biblias puerta a puerta, Salesman (El vendedor), es un film que actúa como cápsula del tiempo (captando el paisaje urbano y las costumbres de una época irrepetible) y se impone como un drama crudo sobre el sentido perverso de convertir un libro sagrado en un objeto más de consumo, que los vendedores intentan vender generando una absurda necesidad en los humildes compradores a los que ofrecen la posibilidad, dadas sus precarias economías, de adquirirlo pagándolo en cómodos plazos y utilizando tácticas incisivas que vencen su resistencia. Es demoledor comprobar el valor del éxito y el fracaso, el orgullo y la vergüenza, fijar la mirada en el depresivo y pesimista Paul, sobre el que los Maysles articulan un inteligente discurso sobre el cambio generacional, los días de gloria del pasado y un presente sin ningún horizonte. Un magnífico docudrama.  

lunes, 18 de mayo de 2020

DOS PELÍCULAS DE TIM SUTTON


Nueva mirada al abismo
“DARK NIGHT” êê
DIRECTOR: Tim Sutton.
INTÉRPRETE: Robert Jumper, Karina Macias, Aaron Purvis, Anna Rosie Hopkins, Rosie Rodríguez.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 85 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2016.


   Tras debutar con la poética Pavilion (2012), que sigue a un grupo de adolescentes perdidos y dirigir Memphis (2013) sobre un extraño cantante de soul que deambula por las calles de Memphis como si se adentrara en otra dimensión, el cineasta de cine indie Tim Sutton se aventura en una temática considerablemente más oscura en Dark Night, inspirada libremente en la masacre que tuvo lugar en 2012 en los multicines Cineplex en la localidad de Aurora (Colorado) durante la proyección de El Caballero Oscuro (de ahí el título) de Christopher Nolan, que dejó un recuento de 12 espectadores muertos y 70 heridos.


   Siempre obsesionado por los encuadres y planos cool, por dotar a sus obras de un aspecto visual esteticista y regalar postales al espectador, Tim Sutton confiere a Dark Night una belleza plástica indiscutible (excelente iluminación de Hélène Louvart), pero tal vez ese hipnótico envoltorio sólo sirve para que nos olvidemos del deshilvanado guión (si lo tiene) y alejar así nuestros sentidos de una arquitectura narrativa absolutamente deslavazada. 


   En Dark Night falta contexto y definición de los personajes, a Sutton no le interesa nada la vida de los personajes y sus motivaciones y se extasia en la descripción de esos suburbios de Florida con casas homologables y de manera fugaz en la gris e inane existencia de sus residentes.


    Con un tono semidocumental, y cercana al cine experimental y el vídeoarte, en Dark Night encontramos la viscosa influencia de Elephant de Gus Van Sant (película que a la vez estaba inspirada en el magnífico telefilm de homónimo título de Alan Clark para la BBC) pero también del cine de adolescentes del fotógrafo y director Larry Clark, que al igual que Van Sant estuvo siempre obsesionado con la vida de los jóvenes skaters. Pero el espectador no encuentra asideros para conectar con ningún personaje y desiste del esfuerzo de centrarse en el protagonista y la preparación de la masacre, al no contar con datos sobre su vida, más allá de su afición por las armas. 


   La función se impone como el retrato movido de una sociedad enferma, dominada por el culto a las armas, un pasado de racismo y odio endémico al diferente y un vacío existencial inabarcable. Seis personajes a la deriva de nuestra imaginación, sin contexto para fijar una mirada más profunda sobre las miserias cotidianas, la alienación, las causas, razones y la génesis de cómo se gesta un asesino en potencia.


Una historia de violencia
“DONNYBROOK” êêê
DIRECTOR: Tim Sutton.
INTÉRPRETE: Frank Grillo, Margaret Qualley, James Badge Dale, Pat Healey, Alex Washburn, Michael Agee.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 107 minutos / PAÍS: EE. UU. / AÑO: 2018.

     Tras Dark Night, Tim Sutton rueda la más ambiciosa Donnybrook, adaptación de la novela de Frank Bill con un libreto firmado por el mismo director. Una historia que sigue a Jarhead Earl (Jamie Bell) un exmarine estadounidense que vive con su esposa y sus dos hijos en un parking de caravanas. En su mente está abandonar esa mísera y deprimente vida y comenzar una nueva con su familia. Pero la única forma que ve es concursar en Donnybrook, una pelea sangrienta y masiva en la que el ganador es premiado con 100.000 dólares. Para participar en el concurso, Earl roba en una tienda de armas local, pero cuando regresa a casa se encuentra en ella a Chainsaw Angus (Frank Grillo) un violento psicópata traficante de metanfetamina a quien la esposa de Earl, drogadicta, le debe dinero. Tras una breve pelea, Angus, acompañado de su hermana Delia (Margaret Qualley) a quien humilla y maltrata constantemente abandona el lugar. Earl huye entonces con su hijo a Donnybrook, dejando atrás a su mujer y su hija. Angus sigue sus huellas hasta allí.


     En el cine de Tim Sutton el humor brilla por su ausencia, por lo que siempre se hace muy difícil empatizar con los personajes, aun así al espectador le queda un resquicio para sintonizar con el exmarine Earl, que lucha para que su mujer se desintoxique y por un futuro mejor para su familia. Donnybrook no es una película de acción, sino un drama tenebroso y violento, a ratos hermoso y a ratos terrorífico que exige al espectador dejar suspendida la credibilidad porque, entre otras cosas, no puede existir alguien tan malo como Angus, el personaje al que da oxígeno con incomprensible bestialidad Frank Grillo. O tal vez sí, lo que pasa es que todavía no lo conocemos.

     Estamos, amigo lector, ante una nueva crónica de un fracaso, el del sueño americano. Sutton fija su mirada en una localidad de la América profunda que vive de espaldas a lo que ocurre en el resto del país y del mundo, manteniendo la retina en un espectro de población que, sin horizontes, lucha por la supervivencia, enredados en una espiral de miseria, drogas, violencia y desesperación de la que es difícil escapar sin el alma manchada o rota. Para escapar de esa situación y salvar a su familia, Earl se dirige a Donnybrook, una feroz pelea que le puede proporcionar el dinero para comenzar una nueva vida, pero el camino hasta allí está plagado de violencia, muerte y perdición.

     De nuevo con un tono gélido, Tim Sutton no se detiene en el desarrollo de los personajes, dibujando a Angus/Frank Grillo como un villano impulsivo, de un sadismo hiperbólico… pero carente de información, el espectador no sabe por qué actúa de esa forma tan salvaje ni por qué humilla, abusa y maltrata a su hermana, con la que mantiene una relación tan tempestuosa como enfermiza. Tampoco sabemos mucho de Earl, pero al menos nos queda más claro cual es su objetivo y las razones que le asisten. Sabemos que todos los personajes han tocado fondo, que su único recurso es la violencia, pero la obsesión contemplativa del director rompe el ritmo de la acción con larguísimos planos a lo Malick que se imponen como un recurso ante la carencia de ideas para alargar innecesariamente el metraje. 


   Con escenas dotadas de una rara piedad (nos evita la visión del asesinato del niño o ese asesinato piadoso cometido por la sometida y sufriente Delia en donde se funde el placer con el sadismo), Donnybrook no es ni mucho menos una película despreciable, aunque, siempre preocupado por la estética y el estilo, Sutton desaprovecha la oportunidad de firmar una película grande, sólo tenía que haber humanizado más a los personajes sin caer en el efectismo estridente.


lunes, 11 de mayo de 2020

"VIGILANTE" (William Lustig, 1983)


Limpiando la escoria de la ciudad
“VIGILANTE” êêê
DIRECTOR: William Lustig.
INTÉRPRETE: Robert Forster, Fred Williamson, Richard Bright, Rutanya Alda, Woody Strode, Don Blakely, Joe Spinell.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 90 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 1983.

  
   He de confesar mi debilidad por William Lustig, director de cine y productor neoyorquino nacido en el Bronx en 1955 y que además ha participado como actor en algunos cameos de películas suyas y de Sam Raimi. Lo último que supe de él es que estaba trabajando como director ejecutivo en Blue Underground, una compañía especializada en películas oscuras, escabrosas y cine exploitation. Lustig debutó en el año 1977 con sólo 22 años con el drama erótico The Violation of Claudia, film inédito por estos lares que versaba sobre un profesor de tenis que arrastraba a una rica y aburrida ama de casa hacia el mundo de la prostitución. Con una biografía compuesta por diez películas, fue en el año 1980 cuando estrenó su film más influyente y mítico, Maniac, cinta imitada hasta la náusea incluso en el póster que sigue a un asesino que mata brutalmente a mujeres a las que quita la cabellera para exponerlas en la colección de maniquíes que guarda en su sórdido apartamento.


   Aunque la anterior es sin duda mi película favorita del director junto con la segunda entrega de Maniac Cop (1990), tengo mucho cariño a esta película de justicieros urbanos titulada Vigilante. Convertida para mí en un placer culpable, la trama nos presenta a un expolicía frustrado, Burke (Richard Bright), que junto a su mano derecha, Nick (Fred Williamson) se toma la justicia por su mano y que han creado un grupo de vigilantes que se dedican a mantener la ley y el orden en las calles. Al mismo tiempo, el hijo y la mujer de su amigo y compañero de trabajo Eddie Marino (Robert Forster) son atacados por una banda local de delincuentes en su propia casa, asesinando a su pequeño hijo y dejando malherida a su esposa.

  
  Deudora de la trilogía Death Wish dirigida por el británico Michael Winner y protagonizada por Charles Bronson, cuya primera entrega se estrenó en España con el título de El justiciero de la ciudad (1974), Vigilante es una película con menos aspiraciones pero que parte de la misma premisa: “allí dónde no llega el largo brazo de la ley, llegará el brazo ejecutor de los ciudadanos honrados impartiendo justicia por su propia cuenta”. Como ocurría en la citada trilogía con el arquitecto Paul Kersey como protagonista, Eddie Marino es un buen hombre, un buen trabajador, un buen padre y un buen marido, un tipo decente que cree que deben ser los encargados de hacer cumplir la ley (los policías) los que detengan a los delincuentes y los jueces quienes impartan justicia, pues piensa que la violencia sólo genera violencia.

   
   Es por eso, que no quiere unirse a la cuadrilla de vigilantes urbanos (compañeros suyos de trabajo) que castigan ferozmente a los peores asesinos y violadores que el sistema corrupto y desbordado no condena y deja en libertad. Cambia de opinión cuando su familia sufre en su propia casa un ataque brutal por parte de una pandilla de delincuentes sin escrúpulos que mandan a su mujer a la UCI luchando por su vida y el cadáver de su pequeño hijo destrozado. Cuando Eddie asiste a la parodia de juicio del cabecilla de la banda criminal, Rico (Willie Colón) y ve lleno de ira cómo queda en libertad condicional, decide actuar y unirse al grupo de justicieros, una patrulla vecinal que enmienda los errores de la justicia dando matarile a los criminales, para perpetrar su propia venganza.


  Filmada en tono seco y una narrativa lacónica sin concesiones a los sentimentalismos, en Vigilante sólo sobresalen los personajes encarnados por Robert Forster y Fred Williamson. El primero, como víctima de un sistema en el que creía y que le ha defraudado y al que su mujer culpa por no haber estado presente cuando más lo necesitaba; y el segundo, porque sabe que ese sistema está podrido hasta la médula, debido a lo cual tienen que ser ellos los encargados de limpiar toda la chusma que deja libre la corrupta justicia, campando a sus anchas para que sigan delinquiendo. Sin ser un film de acción arrolladora, Vigilante cuanta con escenas de persecuciones, peleas y tiroteos de esos en que el impacto del proyectil impulsa los cuerpos con un retroceso bestial (especialmente dramático es el asesinato del hijo del protagonista en la bañera). Con una banda sonora a cargo de Jay Chattaway que tiene su mejor composición en los títulos de crédito iniciales y cuando Eddie sale de la cárcel, estamos ante una película que denuncia el desamparo de los ciudadanos en una época convulsa cuando muchos barrios de las grandes metrópolis se habían convertido en distritos apaches, en guetos peligrosos abandonados a su propia suerte. Un film de culto.

miércoles, 6 de mayo de 2020

CRÍTICA: "FURIA" (Olivier Abbou, 2019)


Una buena premisa desaprovechada
“FURIA” êê
DIRECTOR: Olivier Abbou.
INTÉRPRETES: Adama Niame, Sthépane Caillard, Paul Hamy, Eddy Leduc, Hubert Delattre, Leila Amara.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 97 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2019.


   Segundo largometraje del director francés Olivier Abbou tras debutar en el año 2010 con la película de terror Territories, un film aceptable dentro del género que tomando como referencia las torturas cometidas en Guantánamo se impone como una fábula angustiosa sobre una temática muy polémica de contenido político-social sobre una vergüenza que fue aceptada de manera bochornosa por la sociedad estadounidense post 11-S, la doble moral que les hace presumir de ser una de las democracias más sólidas del mundo cuando sus gobiernos con el beneplácito de una parte importante de la sociedad incumple sistemáticamente todos los preceptos de los derechos civiles haciendo aflorar el racismo contra la minoría musulmana en la caza de brujas sin cuartel que se puso en marcha tras los atentados de las Torres Gemelas.

  
   En Furia cambia de género para transitar los abruptos parajes del thriller tan de moda hoy de la “home invasión” y de la ocupación de la propiedad privada. La trama sigue a Chloé y Paul Dillo (Stéphane Caillard y Adama Niame) que regresan de vacaciones en su caravana tras haber prestado su hermosa vivienda a la niñera de su hijo, que vive ahora allí con su pareja. Al llegar, la familia Diallo se encuentra con que han cambiado la cerradura de la puerta y los nuevos ocupantes manifiestan que están en su casa. Para Paul comienza una lucha que afectará a su familia, sus valores y su forma de ser.


    El tema de la propiedad privada y los okupas está dando mucho juego en el cine y la vida real. Como yo soy muy conservador, defiendo la inviolabilidad de la propiedad privada, de tal modo que si alguien juega sucio y se salta esa sagrada ley, el propietario debe hacer uso de todas las armas a su alcance para recuperar su propiedad, sobre todo si los estamentos legales, con sus trampas administrativas y su maquinaria burócrata no le asisten debido a los vacíos legales. Furia comienza de manera sugerente a pesar de que la pareja protagonista destila poca química y que el aviso de “basada en un hecho real” salta por los aires en el hiperbólico y exacerbado clímax final filmado con una carencia absoluta de mesura.

  
   Los valores en los que siempre ha creído Paul quedan hechos pedazos tras ver cómo han ocupado su suntuosa vivienda aprovechándose de su generosidad y confianza y tiene que vivir con su mujer y su hijo en un aparcamiento para caravanas. La pulsión reflexiva de Paul se transforma cada día que pasa en una actitud violenta que se va gestando poco a poco desde el instituto donde imparte clases de historia y tras hacer mella en él la influencia del encargado del párking, Mickey (Pal Hamy) que además tuvo una relación en la época del instituto con Chloé, su mujer. Es en el primer tramo de la función cuando Olivier Abbou demuestra sus mejores dotes, narrando el descenso al infierno de un hombre honesto que ve cómo todo su mundo y sus principios se derrumban y se va apoderando de él sentimientos como la ira y la furia en una tremenda escalada de la tensión y tras pasar por situaciones tan humillantes y dolorosas como kafkianas.

      
    Pero esas señales perturbadoras que encontramos en el primer tramo de la función, con la extraña amistad de dos personajes antitéticos, el sórdido, inquietante y salvajemente viril Mickey, frente al intelectual, templado e influenciable Paul, se verá truncada abruptamente por una espiral desaforada de violencia y caos que sumerge al espectador (con máscaras incluidas) en las constantes escénicas de la tradición “home invasión” sin que el director aporte ninguna novedad. Furia, fusión disparatada de Parásitos y Perros de paja, sufre un brusco cortocircuito que de manera torpe y desmedida nos introduce en otra película mucho menos interesante, con brotes de crueldad y sadismo en un clímax final filmado de forma atropellada, sin ninguna contención. La película no cuenta con interpretaciones relevantes, y sólo Mickey, dueño de una vida desvencijada, una moral enfermiza y una impulsiva brutalidad cumple con el expediente y provoca algo de desasosiego. En cualquier caso, lo mejor de la irregular Furia lo encontramos en el proceso de degradación de la conducta de Paul, un buen hombre arrojado a las tinieblas por una ridícula legislación que en demasiadas ocasiones protege los intereses del delincuente.