EL ÚLTIMO TANGO
EN PARÍS
Drama -
Italia/Francia, 1972 - 125 Minutos.
DIRECTOR: BERNARDO BERTOLUCCI.
INTÉRPRETES: MARLON BRANDO, MARÍA SCHNEIDER,
JEAN-PIERRE LÉAUD, MASSIMO GIROTTI.
Aunque su carrera
puede resultar irregular, Bernardo Bertolucci (Parma, 1940) es un
cineasta fascinante, su cine contiene tan extraño magnetismo que hasta sus
films más mediocres -Partner (1968), El último emperador
(1987), El cielo protector (1990)- ejercen un intenso poder
hipnótico, debido sobre todo a su gran fuerza visual y su precisión narrativa.
En sus obras La estrategia de la araña (1970) y El
Conformista (1970) sobre adaptaciones de textos de Borges y Moravia, el
director traza un cruento retrato de la sociedad burguesa, tejido social que
para el autor aglutina todas las formas del fascismo. Con marcado tono
izquierdista rueda en 1976 Novecento, extraordinario fresco
histórico que es una visión algo
maniquea del comunismo italiano y el ascenso del fascismo durante la primera
mitad del siglo XX. La Luna (1979) representó una de sus obras
más escandalosas, pues narra la relación incestuosa entre una cantante de ópera
y su hijo drogadicto. La historia de un hombre ridículo
(1981), cuenta un extraño suceso sobre un secuestro ocurrido en Parma. Sus
últimas obras, Belleza Robada (1996), Asediada (1998)
y Soñadores (2003) aun
siendo menores, poseen un encanto que las sitúan por encima de la media
coetánea.
Bertolucci logra uno de sus films más famosos al contar las relaciones
de Paul (Marlon Brando), un norteamericano maduro afectado por el
reciente suicidio de su mujer, y la jovencísima Jeanne (María Schneider)
perteneciente a una familia burguesa y que anda buscando piso en París porque
está a punto de casarse con Tom (Jean-Pierre Léaud). Paul y Jeanne se
encuentran casualmente en un apartamento vacío de la rúe Jules Verne,
comenzando así una relación impetuosa, feroz, apasionada, lujuriosa.
Film cuya causticidad responde más a su desarraigo moral que al
efectismo de sus escenas eróticas, EL ÚLTIMO TANGO EN PARÍS es un
título mítico que provocó en su momento famosas peregrinaciones de españoles
que iban a verla a la sala de Perpignan donde se exhibía. Sobre un guión del
propio director y de Franco Arcalli, la película se eleva como la más
intelectual de su autor, y donde sus obsesiones y demonios interiores
encuentran claro reflejo y un agrio sentido destructor en el excéntrico y
decadente Paul, personaje lastrado por un suicidio que le ha dejado tocado y
que no acaba de entender, dotado de un atractivo animal, nihilista, perverso y
enigmático, plasmando, en algunas escenas llenas de simbolismo, ciertas claves
que nos acercan al talante provocador y al compromiso ideológico del director
de La Luna, como en esa secuencia en la que Paul, bailando un tango
imposible acaba enseñando el trasero a la aburguesada concurrencia, o esa otra
en que, en los límites de la degeneración moral, Paul presiona a la carnal y
sensual Jeanne para que le diga si le gustaría ser penetrada por un cerdo, una
tórrida y decadente escena que subraya el complicado laberinto filosófico de un
artista superdotado, sumamente ingenioso a la hora de diseñar situaciones
desagradables y a la vez sugestivas. Jeanne, al final, desencantada y
consciente de la dependencia crónica que sufre, acabará matando a Paul, algo
que él estaba esperando y deseaba.
El film, con una fuerte carga sexual, y como queda apuntado, un
fuerte simbolismo, es una pieza esencial que ayudó a desencorsetar un cine
europeo todavía remiso a la hora de vulnerar algunos principios y de poner en
imágenes ciertas fantasías transgresoras, y como siempre he pensado que el
primer nido de corrupción de un ser humano es la familia, me gusta especialmente
la escena en que el desarraigado Paul sodomiza a Jeanne, forzandola a repetir “Santa
familia, templo de los buenos ciudadanos, los niños son torturados hasta que
confiesan su primera mentira, donde la voluntad se quiebra bajo la represión,
donde la libertad es asesinada por el egoísmo. Familia, me dais asco, me cago
en todos vosotros, maldita familia... ”. Y, por supuesto, me impresiona
la muerte de Paul, con la mirada perdida en un horizonte ya inexistente,
pegando el chicle en la barandilla mientras
la vida se le escapa a borbotones, poniendo fin a su inextricable puzzle
existencial. Empero, es sorprendente la cantidad de detractores que tiene esta
cinta, el último al que he oído decir que no le gusta es al ínclito José Luis
Garci, suele ser la reacción típica de quienes hubieran dado su dedo meñique
por firmar esta corrosiva fantasía transgresora, pero sólo Bertolucci reinó,
mientras los demás, puerilmente, tuvieron que conformarse con hacerse algunas
pajas furtivas. Influido sin duda por el padre del psicoanálisis, la mirada de
Bertolucci, fruto de su actitud, es obscena, amarga y pesimista, como toda su
obra, EL ÚLTIMO TANGO EN PARÍS destaca por su
magnífica puesta en escena, la excelente fotografía de Vittorio Storaro y la
célebre música de Gato Barbieri, que sirven para enmarcar una nueva crónica de
un fracaso.
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