Lujo y oquedad
EL GRAN GATSBY ê
DIRECTOR: BAZ
LUHRMANN.
INTÉRPRETES: LEONARDO
DICAPRIO, TOBEY MAGUIRE, CAREY MULLIGAN, JOEL EDGERTON, ISLA FISHER.
GÉNERO: DRAMA / AUSTRALIA
/ 2013 DURACIÓN: 143 MINUTOS.
No me gusta nada
el cine del australiano Baz Luhrmann.
Un cine manierista, estrambótico y estomagante rebosante de tics provenientes
del campo publicitario y los videoclips. Todavía recuerdo con hastío su versión
de Romeo
y Julieta (1996) con una escenografía y unas coreografías que parecían
diseñadas por algún hortera en nómina de la MTV. Por no hablar de aquella
tontería titulada Moulin Rouge (2001) una nube de serpentina sobre un relato
vacío de contenido y una retahíla de números musicales tan cansinos como mal
ejecutados. Ahora nos asalta con una nueva adaptación de EL GRAN GATSBY, pero si
ya me resultó aburrida en su controlado academicismo e insoportablemente
esteticista aquella versión de 1973 dirigida por Jack Clayton (un cineasta
infinitamente superior a Luhrmann) que estaba protagonizada por un desubicado Robert
Redford, qué les voy a contar de ésta.
El film sigue
los pasos del aspirante a escritor de Nick
Carraway (Tobey Maguire) en su viaje desde el Medio Oeste estadounidense
hasta Nueva York, allá por el año 1922. Son los locos años veinte con su moral
ligera, música de jazz, el auge del contrabando y la Bolsa en vertiginoso
ascenso. Nick, que busca su propio sueño americano, vive al lado de un
misterioso y vividor millonario, Jay
Gatsby (Leonardo DiCaprio), justo al otro lado de la bahía donde viven su
prima Daisy (Carey Mulligan) y su aristocrático y mujeriego marido, Tom Buchanan (Joel Edgerton). Así,
Nick, se ve envuelto en un mundo de lujo
y millonarios con sus ilusiones, amores y desengaños. A la vez Nick, que es
testigo de ese mundo como partícipe y observador, escribe una historia de amor
imposible, de sueños incorruptibles y una gran tragedia.
Todavía no
entiendo qué es lo que ha pretendido hacer el inefable Luhrmann con esta adaptación
de una de las obras fundamentales de la literatura del pasado siglo. EL
GRAN GATSBY tiene pinta de ser un artefacto carísimo, un insultante
derroche de recursos a disposición de un tipo estrafalario y de muy mal gusto
que sirve para enmascarar una soberana estupidez. Un relato de tono kitch
extravagante, recargado y en donde la estética ornamental, anacrónica y
vintage se combina con moderneces
insustanciales (el formato 3D al servicio de la nada, el hip hop entroncado con
el jazz en una fusión imposible y movimientos de cámara tan milimétricos como
intrascendentes), una superficialidad absoluta que se traduce en un soso
triángulo amoroso.
Hay muchas formas de violar un texto literario, ésta es de las que
desgarran el esfínter. Un film excéntrico atiborrado de accesorios técnicos que
en ningún momento logra captar la hiriente poética y los oscuros conflictos
emocionales de la novela, apostando por una puesta en escena artificiosa y una
exuberante recreación del Nueva York de los años veinte y sintiéndose incapaz
de dotar de intensidad los atormentados avatares de unos personajes abocados a
la tragedia.
Lo que nos queda
es una visión anfetamínica de un clásico sobre la que es difícil encontrar un cierto
aroma de la inmanente elegancia de Fitgerald. Luhrmann se inclina siempre por
la floritura, el barroquismo sintético y las sobreimpresiones para dar cobijo a
una galería de personajes cuyo flujo sensual se ve opacado por el obsesivo e
irritante gusto por el adorno. DiCaprio y Mulligan hacen lo que pueden para
mantener vigorosa la flor de un romance en medio de una catarata de engaños,
ambiciones, corruptelas, adicciones, bagatelas y excesos. Lo que parecía una
juerga interminable se vio truncada por el
crack del 29, cuando algunos todavía saboreaban los últimos sorbos del champán
y las migajas del pastel.
Pero al director de Australia no le interesa profundizar en los procelosos caminos que
culminaron en aquel desastre para mostrar paralelismos con los tiempos
actuales; su opción es siempre la de los subrayados inútiles sobre la banalidad
de la existencia, vivir el momento en la vorágine y el fulgor de una época irrepetible,
donde las emociones y los verdaderos sentimientos, como invariablemente sucede
en todos sus films, quedan aplastados por un despliegue de piruetas técnicas,
colores y texturas, un envoltorio retórico y empalagoso que no esconde ningún
misterio.
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