Me enamoré de TERESA PALMER cuando vi el resultón thriller psicológico Juegos Perversos (Restraint, David Danneen, 2008) en donde la actriz australiana que por entonces tenía 22 años aparecía regalándonos un desnudo absolutamente deslumbrante. El film nos narra la huída de una pareja, Dale (Teresa Palmer) y Ron (Travis Fimmel) que acaban de dar matarile al jefe de ella y cuyo cadáver transportan en el vehículo con el que emprenden la fuga.
Tras asesinar al empleado de una gasolinera, los dos fugitivos se encierran en un caserón, donde toman como rehén a su dueño, Andrew (Stephen Moyer) un tipo agorafóbico con un alto nivel adquisitivo. Cuando Ron se da cuenta de esto intenta sacar el mayor provecho de la situación, pero como Andrew no puede salir de la casa debido a su fobia, le pide a Dale que se tiña el pelo de rubio y se haga pasar por la novia de Andrew para ir a cobrar varios cheques al banco.
Caí en la cuenta que no era la primera vez que me encontraba con Teresa Palmer (Adelaida, Australia, 1986) de hecho la recordaba en un pequeño papelito en su debut en el espléndido film de terror Wolf Creek, que ya comenté en estas páginas. Tampoco sería la última porque a partir de entonces seguí con interés su carrera anterior y posterior en títulos como El Grito 2, Más allá de los sueños, El aprendiz de brujo, Soy el número cuatro, 2: 37, hasta la recientísima Memorias de un zombie adolescente. Pero jamás volvió a lucir tan bella como en Juegos perversos; el desenfadado baile que se marca con el vestido ceñido a sus glúteos y su provocador paseo desnuda delante del rehén amarrado en la bañera. Una actriz que le sienta igual de bien la sofisticación y el glamour que el estilo rebelde y despreocupado.
Yo, desde entonces, sigo soñando con su húmedo
jardín del deseo, con sus brazos y piernas anudados a mi pálido cuerpo, con mis
uñas arañando sus muslos. Una banda sonora de gemidos, sudor y sexo furtivo
sobre un escenario embriagado de lujuria donde mi sombra cabalga al ritmo de
sus caderas.
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