Thriller atmosférico y de guión plano
DEAD MAN DOWN (LA VENGANZA DEL HOMBRE MUERTO) êê
DIRECTOR: NIELS ARDEN OPLEV.
INTÉRPRETES: COLIN FARRELL, NOOMI RAPACE, TERRENCE HOWARD,
ISABELLE HUPPERT, DOMINIC COOPER, ARMAND ASSANTE.
GÉNERO: THRILLER
/ EE. UU. / 2013 DURACIÓN: 110 MINUTOS.
El danés Niels Arden Oplev, director de Millenium
1: Los hombre que no amaban a las mujeres (2009) hace su debut
cinematográfico en Hollywood contando con la que fue la actriz principal de
aquel film, Noomi Rapace, para dar forma a un oscuro thriller en el que la venganza, ejecutada de forma atronadora,
adquiere su propia lógica. Tengo entendido que el guionista del invento, J. H.
Wyman, llevaba trabajando en el libreto desde hace seis años, mi impresión tras
ver la peli es que debería haberle dedicado seis años más, porque lo cierto es
que hay cosas que se me escapan –y esto es raro-, momentos en que el ritmo
decae de forma alarmante y muchos de los personajes son meros esbozos.
DEAD
MAN DOWN (LA VENGANZA DEL HOMBRE MUERTO) está ambientada en Nueva York
y sigue a Víctor (Colin Farrell) que
es la mano derecha de Alphonse
(Terrence Howard), un mafioso neoyorquino que vive bajo la amenaza de un asesino
que está matando a todos los miembros de su banda. Víctor vive en el mismo
edificio que Beatrice (Noomi
Rapace), una misteriosa francesa a quien hace compañía su madre, Valentine (Isabelle Huppert) y por la
que Víctor comienza a sentirse atraído.
Víctor descubre que Beatrice, que tiene medio
rostro desfigurado, fue atropellada impunemente por un tipo borracho sin que tuviera
el menor castigo, y que en realidad lo que busca es venganza. Pero también ella
descubre que Víctor lo que pretende es vengar la muerte de su mujer y de su
hija, que ese es el motivo de que trabaje para Alphonse y que su verdadera
identidad es otra. Dos seres obsesionados y heridos que llevarán a cabo una
oscura y violenta venganza.
No diré que la función es un monumental
descalabro, pero me esperaba mucho más del director al que conocimos por la adaptación
de la primera y aseadita entrega de la trilogía
de Stieg Larsson. Cierto que la cinta se sigue con interés por la
química y el extraño magnetismo que desprenden Farrell y Rapace, pero Oplev se
empeña en frecuentar los códigos más trillados del noir sin imprimir nunca un sello personal, la trama avanza
encorsetada, carente de naturalidad y algunos villanos (ay, esos mafiosos
albaneses de opereta) deslucen la marcada sordidez que esconde el drama.
Un Colin Farrell hierático y una Noomi
Rapace resultona y decidida nos muestran los desgarros de sus respectivas almas
como pretexto razonable para ejecutar su particular venganza en la peligrosa
jungla de asfalto, la catarsis purificadora y definitiva para liberarse de los
demonios interiores. La función podría haber tenido otro resultado más lucido,
pues el film crea atmósferas y contiene un estimulante tono esteticista, pero su
arritmia narrativa penaliza en exceso esas escenas intimistas que nunca logran
convencer.
La película
comienza con tremendo tiroteo, algo que puede resultar atractivo para los
aficionados a la acción; que termine con otra terrible balasera va en
detrimento de la verosimilitud y es algo demasiado chusco y facilón para una
premisa que anuda la fractura emocional de la torturada pareja protagonista en
la tensión de un fluir de sentimientos alterados por el pulso débil del
director, que juega a una fusión multigenérica y se pierde en un batiburrillo
de nacionalidades sin encontrar nunca la luz, la inspiración. Los cadáveres se
amontonan sin que tengamos noticias de la policía (¡hay que ver, con lo
cinematográfica que es!), una tara más de un guión desequilibrado, espeso,
convencional.
El caso es que si uno lee la sinopsis puede
soñar con un thriller sugerente tanto
en su vertiente romántica como en la netamente criminal; el gran problema es
que en el primer apartado todo se desarrolla con una languidez glacial; en el
segundo capítulo la acción explosiva anula cualquier sutileza o ejercicio de
estilo. Hay una escena impactante en donde Farrell libera a unas ratas
hambrientas para que devoren a un tipo atado a una silla, secuencia que se
produce cuando el espectador todavía estaba oliendo las galletas caseras que
hace Isabelle Huppert. ¡Qué exquisitez!
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