viernes, 5 de septiembre de 2025

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: “EL GATO” (LE CHAT, Pierre Granier-Deferre, 1971)


(LE CHAT, 1971)

      El gato, sexto largometraje del director francés, parte de una premisa mínima: un matrimonio anciano convive en una casa gris anclada en el tiempo y unidos apenas por la presencia de un gato, la convivencia transcurre con fases de incomunicación, discusiones y conversaciones con un resentimiento que carcome sus últimos años juntos. Pero en manos de Pierre Granier-Deferre, apoyado en las fastuosas interpretaciones de Jean Gabin y Simone Signoret, la función se convierte en un devastador estudio sobre el desgaste de la vida en común y la imposibilidad del amor que ha sido reemplazado por la amargura y la herida incurable del paso del tiempo.  

    El guión, adaptado de la novela de Georges Simenon, destila las constantes temáticas y obsesiones del autor belga: el peso del pasado, la asfixia doméstica, la tensión conyugal soterrada que se expresa tanto en silencios y miradas como en discusiones en las que se advierte la animadversión mutua. Granier-Deferre filma la rutina del matrimonio con un ritmo contenido, casi claustrofóbico, donde cada gesto cotidiano se vuelve la metáfora de un vínculo en ruinas. El gato, testigo de la tóxica convivencia y al que Jean Gabin cuida como un hijo, será también objeto aciago de la guerra particular de los protagonistas.

    Visualmente, la película se inclina hacia una estética sombría. Los interiores, estrechos y cargados de objetos y recuerdos, parecen sofocar a los personajes, mientas el exterior, un barrio herrumbroso en demolición con todos los edificios a punto de ser derribados, refuerza la sensación de un mundo en descomposición. La elección de encuadres cerrados intensifica la tensión: la cámara insiste en los rostros, detalles de unos cuerpos envejecidos, en las manos esquivas que ya no admiten caricias.

  Como citaba anteriormente, el mayor mérito de El gato está en las virtuosas interpretaciones de Gabin y Signoret, que componen un duelo actoral de altísimo voltaje emocional. Gabín, con su imponente presencia física y su mirada rebosante de hastío y cansancio, transmite un rencor casi pétreo; Signoret, con su vulnerabilidad áspera, revela una infinita soledad que se transforma en resentimiento. Lo llamativo es cómo ambos personajes sostienen la batalla doméstica sin necesidad un gran griterío, les basta con un gesto de desdén, una frase seca, cortante, y un silencio que dura más de lo soportable.

    La película también logra un extraño equilibrio entre las sensaciones íntimas y las temáticas globales. Aunque se centra en una pareja en particular, el espectador percibe dilemas mucho más amplios: una reflexión sobre la vejez y la herida del tiempo, el amor agrietado por las aburridas costumbres y la certeza de que al final la vida no siempre concede felices reconciliaciones. En este sentido, el relato resulta profundamente conmovedor, ya que narra con una crudeza sin anestesia, sin atisbo de melodrama, la distancia insalvable que puede surgir entre dos personas que alguna vez se amaron.

      El gato, un ejercicio notable de precisión y sobriedad que se desarrolla sin invadir nunca del todo el espacio íntimo de los personajes, nos habla de sentimientos extremos sin alzar mucho la voz, observando el drama cotidiano sin artificios. Granier-Deferre filma con discreción, dejando que sus intérpretes y la atmósfera hablen por él. El resultado es un retrato sumamente lacerante, íntimo y memorable del desgaste afectivo al que el paso del tiempo puede llevar a las parejas. Pero no estamos sólo ante la crónica vital de un matrimonio en crisis, pues cuando ya no hay amor ni compasión, podemos reconocer ese resentimiento como un eco de la angustia universal y la fragilidad humana.

      Y ahí radica también la fuerza del texto de Simenon adaptado por Granier-Deferre: mostrar que la desesperanza y la angustia más dolorosa no siempre proviene de las tragedias exógenas, sino que pueden ocurrir (y de hecho ocurren), dentro de las paredes de cualquier hogar. Así, lo muros se derrumban tanto fuera como dentro de la casa. La tristeza es muda, opresiva, un lamento silencioso por lo que ya se perdió.

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