Análisis
Catherine
Tramell (Sharon
Stone) es
llamada a declarar porque es la principal sospechosa del asesinato de Johnny
Boz, un exrockero con el que mantenía una relación. La llevan a una sala de
interrogatorios atestada de policías y fiscales, todos hombres. El ambiente
está cargado de tensión: Catherine es rica, inteligente, provocadora… y una
jugona que tendrá a toda la policía bailando al son que ella marca.
En el inicio de la escena la cámara se
mueve con planos cerrados y medios, captando la dinámica del espacio: un grupo
de hombres frente a una mujer sola. Catherine aparece vestida con traje blanco
impoluto e impecable, que resalta por contraste con la penumbra y el mobiliario
oscuro de la sala. Ella enciende un cigarrillo -a pesar de que se lo prohíben-,
estableciendo así, desde el principio, que desafía las reglas.
En el diálogo los policías intentan
acorralarla con preguntas sobre su relación con la víctima y sobre su novela,
en la cual describe un asesinato similar. Catherine responde con calma, ironía
y seguridad, invirtiendo la lógica del interrogatorio: es ella quien irrita y
desnuda verbalmente a los hombres. Cada respuesta está cargada de insinuaciones
sexuales y referencias a su inteligencia superior.
El famoso
cruce de piernas. La tensión se acumula cuando ella cruza lentamente las piernas. Paul
Verhoeven coloca la cámara en un plano frontal, de manera que el público adopta
la misma mirada que los policías. Al descruzar y volver a cruzar las piernas,
queda expuesto fugazmente que no lleva ropa interior. El grupo de hombres
reacciona con miradas incómodas, carraspeos, cambios de postura. Se nota que
han perdido el control.
El lenguaje
visual. La escena
alterna planos medios de los policías y primerísimos planos de Catherine,
reforzando su posición de poder. El uso del blanco en su vestuario es un punto
clave: tradicionalmente símbolo de pureza, aquí se subvierte para asociarlo a
lo prohibido y mortal. La iluminación subraya los contrastes: Catherine brilla
en el centro, mientras los hombres se ven apagados. La escena termina sin que
ella se incrimine; de hecho, sale más fuerte de lo que entró. El interrogatorio
que debía servir para someterla, se convierte en una demostración de que ella
es la que controla la situación, no la policía.
Toda la escena funciona como un duelo de poder sexual y psicológico. Lo que podría ser un recurso puramente voyeurista se enmarca en la creación de Catherine como mujer peligrosa y dominadora, capaz de desarmar a un grupo entero de hombres con un gesto calculado.
La denuncia de Sharon Stone y la versión de Paul Verhoeven
Años después de su estreno, Sharon Stone reveló que no sabía que se vería tanto como se ve. Según ella, Verhoeven le dijo que se quitara la ropa interior porque reflejaba la luz y la escena no mostraría nada explícito. Cuando vio el resultado en un pase previo, se sintió engañada y furiosa; incluso asegura que salió de la sala, le pegó una bofetada y llamó a su abogado. Sin embargo, con el tiempo decidió apropiarse del impactante momento como punto de inflexión para promocionar su carrera, aunque siempre lo consideró un abuso de confianza.
Verhoeven, por su parte, siempre ha afirmado que Sharon Stone sí sabía lo que se iba a ver en la escena. Según él, la decisión de filmarla de esa manera fue discutida con ella y no hubo engaño. Verhoeven argumenta que Stone aceptó conscientemente porque entendía el impacto narrativo: Catherine Tramell debía dominar psicológicamente a los policías y al público. El director declaró que lamentaba que Stone se sintiera traicionada, pero que no puede reescribir la historia: la escena fue concebida así y ella estaba al tanto. Incluso llego a declarar que, si no hubiera estado de acuerdo, la escena nunca hubiera llegado al montaje final, porque dependía totalmente de su colaboración.
La Mirada Masculina
El espectador como cómplice. El plano frontal del cruce de piernas coloca a la audiencia exactamente en la misma posición que los policías. El espectador no puede evitar mirar, porque la cámara obliga a adoptar esa mirada. Así, Verhoeven convierte al público en otro interrogador, atrapado en la misma sala con la misma fascinación y morbosidad que los personajes masculinos.
Voyeurismo. La escena satisface el deseo de ver lo prohibido, aunque sea fugazmente, generando un efecto erótico explícito. Al mismo tiempo el espectador se siente descubierto, como si Catherine mirara directamente a través de la cámara y supiera que la están mirando lujuriosamente. Esto produce una tensión entre el placer y la culpa.
Poder invertido. Tradicionalmente, la Mirada Masculina coloca a la mujer como un objeto pasivo. Aquí, Catherine subvierte ese papel: ella controla lo que muestra y cómo lo muestra. En vez de quedar reducida a objeto, se convierte en sujeto activo: utiliza su cuerpo como arma psicológica, no como un algo vulnerable.
Verhoeven construye la escena de forma que los hombres en la sala queden ridiculizados, y los vemos carraspear, sudar, pierden la compostura. El espectador, al compartir su mirada, también es parte de esa humillación. Esto convierte la escena en un espejo bidimensional: los que miran quedan desenmascarados en su deseo.
Concluiremos que el cruce de piernas no es
sólo un gesto erótico, sino una coreografía del poder de la mirada. Para los
policías, significa perder el control del interrogatorio; para el público,
significa darse cuenta que está atrapado en el mismo juego: mirar resulta
inevitable, pero también expone nuestra propia fragilidad como espectadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario