En mi lista de 100 películas que me llevaría a una isla desierta siempre habrá un hueco para CARRETERA PERDIDA, la obra maestra filmada por David Lynch en 1996 que, junto con Terciopelo Azul, son mis películas favoritas de este interesante director de culto. Hace unos días un lector me comentaba que no se explicaba el misterio de por qué esta película tenía a tanta gente flipada (las mismas preguntas surgieron con corrientes pictóricas como el cubismo o el surrealismo), supongo que las historias poco accesibles son las más fascinantes para una parte de la audiencia. Carretera Perdida nos presenta al músico de jazz Fred Madison (Bill Pullman), que vive con su esposa Reneé (Patricia Arquette) en un lugar apartado y solitario, al tipo le invade una angustiosa desconfianza, pues sospecha que ella tiene un amante. Cada día alguien llama a la puerta y deja un sobre que contiene una cinta de vídeo con grabaciones del interior y exterior de su vivienda, en la última hay grabado un brutal asesinato. La policía detiene a Fred y es encarcelado, pero cuando se encuentra encerrado desaparece, siendo reemplazado por Pete Dayton (Balthazar Gety), un mecánico que entabla una peligrosa relación con la exuberante novia de un gángster (Robert Loggia). Ella es rubia y se llama Alice (Patricia Arquette de nuevo).
La premisa argumental de esta pesadilla tan genuinamente lynchiana fue fagocitada por el austriaco Michael Haneke para su excelente Caché (2005). Estamos ante un film tan original como su ópera prima, Cabeza Borradora (1976), con la que tiene en común el estilo y el sentido medular del relato. La cinta se abre con vertiginoso travelling de una carretera en la noche, la voz de David Bowie ayuda a proyectar una misteriosa ensoñación, sinuosos pensamientos que nos alejan de cualquier punto real rompiendo anclajes, para introducirnos de forma cadenciosa en los dominios de la mente, donde sus profundidades ocultan las deformaciones del alma, perfiles oscuros, lamentos y tinieblas. Atención a la belleza insoslayable de Patricia Arquette; su perturbadora mirada, desnuda y relamida o vestida de escurridiza raso, su arrebatador erotismo, su doloroso striptease mientras suena la salvaje “I Put Spell on You” de Marilyn Manson, me incita a bendecir los pilares de la creación.
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