Brian Kirk (Manhattan sin salida), dirige este gélido thriller que nos presenta a Barb (Emma Thompson), una mujer madura que viaja a Minnesota para esparcir las cenizas de su fallecido esposo en un lago congelado llamado Hilda, un lugar con un gran simbolismo sentimental para ella. Durante el viaje, una tormenta de nieve hace que se desvíe y acaba en una remota cabaña. Allí descubre que una joven, Leah (Lauren Marsden), ha sido secuestrada por una peligrosa pareja (a quienes dan vida Judy Greer y Marc Menchaca) con una motivación espeluznante. Al no tener cobertura telefónica ni forma algina de pedir ayuda, Barb se ve obligada a intervenir para salvar a la joven.
Dead of Winter, que en realidad se filmó en Finlandia, combina el clasicismo del cine de supervivencia con un trasfondo emocional más profundo y desarrolla su acción en un paisaje helado donde la nieve parece devorar el sonido y el tiempo. Kirk, de manera sobria, evita los excesos visuales y apuesta por una tensión que crece a base de pequeños gestos, obligando a Emma Thompson a realizar un exigente esfuerzo físico, entregando una interpretación contenida y poderosa que recuerda a las heroínas anónimas del mejor cine de los 70.
Cierto que el director busca profundidad
en el paisaje nevado, pero a veces se pierde en él, a medio camino entre el
thriller y el drama introspectivo (una viuda, un lago helado, un secreto que
emerge del hielo), y comprobamos que se adentra pronto en un terreno familiar,
donde la tensión y el drama no siempre alcanzan la temperatura que prometen. Es cierto que Emma Thomson
siempre mantiene la película en pie. Su barb es una mujer quebrada, fatigada,
que encuentra en la violencia a la que se ve abocada un inesperado eco de
redención. La puesta en escena (planos largos, respiraciones con vaho y ecos de
violencia) logra momentos de desasosiego, pero también causa cierta gelidez
narrativa.
La tensión no siempre alcanza el ritmo necesario y la metáfora del duelo termina siendo reiterativa. Es una obligación señalar lo impresionante de la atmósfera: los paisajes blancos y el silencio helado transmiten una sensación de soledad física y el frío induce a un estado emocional. Pero el guión se resiente de su propia solemnidad, como si temiera abandonar el simbolismo del duelo para abrazar plenamente el peligro. Kirk dirige con elegancia, aunque con cierta distancia emocional, ya que todo resulta correcto pero rara vez desgarrador. Dead of Winter puede dejar poso, pero no por su trama -previsible en muchos momentos-, sino por su corrosiva melancolía, esa idea de que incluso al borde de la muerte, el amor y la culpa siguen buscando un lugar donde descansar. Un recordatorio de que el dolor no se diluye con el tiempo, sino que se transforma, como el agua que se hiela sobre un lago en calma.








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