El poso amargo de la violencia
“UN FANTASMA EN LA BATALLA” êêê
DIRECTOR: Agustín Díaz Yanes.
INTÉRPRETES: Susana Abaitua, Andrés Gertrudix. Iraia
Elías, Raúl Arévalo, Ariadna Gil, Jaime Chavarri, Mikel Losada, Eduardo Rejón.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 105 minutos / PAÍS: España
/ AÑO: 2025
Al director Agustín Díaz Yanes le tenemos que agradecer el habernos regalado una de las mejores películas de nuestra cinematografía, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995), y aunque nunca ha vuelto a rayar a tanta altura como en aquella ópera prima, ninguna de sus posteriores obras se puede calificar como deficiente. Un fantasma en la batalla nos habla sobre vidas suspendidas, identidades borradas y las heridas que dejan los conflictos más allá del fin de los disparos y las bombas.
La película sigue a Amaia (Susana Abaitua), una agente encubierta de la Guardia Civil que durante los años 90 se infiltra durante años en la organización terrorista ETA con la intención de localizar los zulos que los terroristas tienen escondidos en el sur de Francia y cuando la banda de terroristas había "socializado" el sufrimiento asesinando a políticos, jueces y periodistas. La función está inspirada en las vivencias de varios miembros de la institución armada directamente implicados en la lucha antiterrorista en un contexto histórico, político y social de los años 90 y 2000.
La trama, en apariencia lineal, se va disolviendo poco a poco en algo más profundo: la historia de una mujer que cambia de identidad y ve cómo su rostro se convierte en una máscara permanente. Díaz filma esa transición con un pulso contenido, casi frío, evitando cargar las tintas sobre el sentimentalismo. Su mirada es la de alguien que no busca explicar la violencia, sino tratar de entender el poso que deja en quienes se enfrentan a ella. El logro de Un fantasma en la batalla es su atmósfera moral. Apenas queda ya épica, sólo un tono pesado de resignación y cansancio. Cada plano parece impregnado de una sensación de derrota.
Susana Abaitua sostiene el relato con una actuación que evita el histrionismo. Su Amaia no grita, contiene la angustia cuando la tensión se eleva el límite. En su contención hay un peso insoportable, el de quien vive fingiendo y no puede volver a ser alguien. A su lado, el resto del elenco cumple con una función casi coral: son reflejos, ecos, sombras en la doble vida de la protagonista. Díaz Yanes construye una trama donde lo político se torna íntimo, la misión se Amaia no se muestra como una heroicidad, sino como una obligación que erosiona el alma. La acción es mínima, pero la tensión es constante, pendiente simple del más mínimo error, de cada gesto equivocado, de la posible delación. Como en muchas obras del polar francés, la moral se mide por el peso del deber, no por su recompensa.
Visualmente, Un fantasma en la batalla, que altera ficción con imágenes documentales de la época, es austera, casi ascética. La puesta en escena prescinde de adornos; los espacios están casi vacíos, los colores apagados. Esa sobriedad es deliberada: el mundillo de los infiltrados no admite el esplendor de la belleza, sólo desgaste. Incluso en los momentos de más luz (una escena en el colegio, una conversación en un café) tienen una melancolía que invita a la sospecha. Puede que algunos espectadores echen en falta un poco más de ritmo, de acción, pero esos tiempos pausados son parte del mensaje: tanto el espionaje o las infiltraciones no representan un espectáculo, requieren paciencia y espera. Y en esos momentos se va consumiendo la protagonista, como si el título no inquiriera sólo a los muertos, sino a los vivos que respiran profundamente entre fantasmas.
Al final, Díaz Yanes no ofrece redención,
no hay música triunfal, sólo un rumor apagado, un viento que arrastra nombres
que ya nadie pronuncia. Y en ese tono apagado, en esa sobriedad sin consuelo,
la película encuentra su belleza, una belleza triste, precisa, necesaria. Un
fantasma en la batalla no habla de héroes. Sólo de los que desaparecen o se
borran para que otros vivan tranquilos. De los que se convierten en sombras
sabiendo que la luz nunca volverá a pertenecerles.
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