Recuerdo bien aquellas sesiones dobles en los cines de
barrio durante mi ya lejana adolescencia. Una época en la que había semanas que
veía de ocho a diez películas. En una de esas inolvidables sesiones frikis recuerdo haber visto ILSA,
LA LOBA DE LAS SS (Don Edmonds, 1975), film
encuadrado en lo que se ha dado en llamar BDSM (siglas empleadas para designar
una serie de prácticas y aficiones sexuales relacionadas entre sí y vinculadas
a lo que se denomina sexualidad extrema). Ser menor de edad (la vi a finales de
los 70), nunca fue un inconveniente para acceder a las salas X y sesiones golfas,
uno siempre cuenta con sus contactos. El film nos narra las perversiones y
atrocidades cometidas por la sádica y lasciva comandante de un campo de
concentración, Ilsa (Dyanne Thorne),
que tortura a los prisioneros para demostrar que las mujeres son capaces de
soportar más sufrimiento que los hombres. Del mismo modo, usa a los reclutas
para acostarse con ellos y después castrarlos. Convertida en película de culto
(se rodaron dos secuelas oficiales más), su mezcla de gore, violencia y
erotismo bizarro escandalizó a una sociedad gazmoña y anestesiada que nunca ha
acabado de despertarse. Con una dirección tosca, un guión desastroso y unas
actuaciones mediocres, la película nos ha dejado para el recuerdo escenas
impagables como esa de Ilsa coiteando con un leproso, o esa otra en que una
bomba introducida en una mujer debe estallar cuando alcance el orgasmo.
Ilsa, la loba de las SS se
basa en la historia de la siniestra Ilse
Koch (aunque también hay quien argumenta que está inspirada en Irma Grese, supervisora de los campos
de Auschwitz, Berger-Belsen y Ravensbrück), esposa de Karl Koch, comandante del
campo de concentración de Buchenwald (uno de los primeros y más grandes), entre
1937 y 1941, y Majdanek hasta 1943. Por su fama de sádica era conocida como “la
bruja de Buchenwald” o “la perra de Buchenwald”, debido a los crueles castigos
y torturas a los que sometía a sus víctimas en unas investigaciones médicas que
incluían esterilizaciones sin anestesia, experimentaciones con nuevas drogas e
inoculaciones de enfermedades letales. Tanto es así que, aunque en los juicios
de Dachau el cargo fue desestimado por falta de pruebas, fue acusada de
fabricar objetos con la piel de los prisioneros, y durante el juicio el fiscal
dijo de ella: “Fue uno de los elementos
más sádicos del grupo de delincuentes nazis. Si en el mundo se oyó un grito fue
el de los inocentes torturados que murieron en sus manos”.
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