Godard, el fulgor y la osadía
DIRECTOR: Richard Linklater.
INTÉRPRETES: Gillaume Marbeck,
Zoey Deutch, Aubry Dullin, Benjamin Clery, Bruno Dreyfurst, Matthieu Penchinat.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 105 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2025
En Nouvelle Vague, Richard Linklater no solo mira (y nos hace mirar) hacía una época específica de la historia cinematográfica: la habita. Su película no es tanto un homenaje general al movimiento francés como una inmersión emocional y creativa en el tumultuoso proceso de producción y creación a finales de los años 50 de Al final de la escapada (1960), la obra con la que Jean-Luc Godard, hasta entonces conocido crítico de la revista Cahiers Du Cinemá, redefinió el lenguaje cinematográfico tras ver cómo triunfaba en el Festival de Cannes su amigo François Truffaut (interpretado aquí por Adrie Rouyard) con Los 400 golpes. El resultado es un film que combina con rigor el retrato de una época con la audacia y frescura improvisada que caracterizó el rodaje original.
Linklater elige una aproximación íntima, no pretende reconstruir cada detalle histórico, sino capturar el clima humano que hizo posible aquella revolución: un rodaje caótico, libre y plagado de contradicciones. Desde el primer momento, la película hace sentir al espectador que forma parte de un experimento vivo. Hay discusiones técnicas que parecen caprichos, decisiones de último minuto que transforman toda la escena e ideas que nacen casi por accidente. La imagen de Godard -observado más como un joven creador impulsivo que como un icono- es el motor de la narración.
La estructura de la función evita el biopic convencional, pues en lugar de recorrer la vida del director, se concentra en unas pocas semanas decisivas: la gestación, preparación y filmación de Al final de la escapada, que nace de una historia de François Truffaut inspirada en el film noir estadounidense. Linklater encuentra en este fragmento un microcosmos de todo lo que significa hacer cine cuando aún no existe un mapa. Vemos a Godard batallando con presupuestos mínimos, ganándose la confianza de un equipo escéptico y moldeando una película mientras se hace, literalmente, al mismo tiempo que filma. La cámara, inquieta y cercana, sigue a los personajes como si también estuviera improvisando, replicando la sensación de urgencia y descubrimiento que impulsó al original.
Uno de los grandes logros es el equilibrio entre los momentos de tensión -cuando la película parece naufragar en manos de un equipo exhausto y un director intransigente- y los destellos de camaradería que mantienen el proyecto vivo. Linklater muestra que Al final de la escapada no nació de un plan maestro, por el contrario, se levantó debido a la cercanía humana entre artistas: de conversaciones en cafeterías, de bromas entre tomas, de dudas confesadas a media voz y de un entusiasmo que, pese a las dificultades, nunca se apaga del todo.
Las interpretaciones contribuyen al esplendor de la historia sin que parezcan estatuas vivientes del cine francés. Zoey Deutch da oxígeno a Jean Seberg y su tensa relación con Godard por la desorganización que reinaba en el rodaje, pero ofrece un retrato luminoso y complejo que no sólo aporta magnetismo delante de la cámara, también un contrapunto emocional y práctico al torbellino creativo que rodea al director, encarnado con sorprendente energía por un magnífico Gillaume Marbeck. Tampoco hay ninguna objeción al retrato del cínico Jean-Paul Belmondo que dibuja Aubry Dullin o el pragmatismo de Benjamin Clery dando vida al asistente de dirección Pierre Rissient.
En un plano formal, Nouvelle Vague combina precisión con ligereza. El blanco y negro actúa como recurso expresivo más que una copia del pasado, tal vez un recordatorio de que la simplicidad puede representar una forma de libertad. El montaje, fragmentado pero fluido, evoca la estética de los saltos abruptos sin convertirse en un ejercicio de imitación. En conjunto, Nouvelle Vague más que un ejercicio metacinematográfico o una película sobre un rodaje es una carta de amor al cine y un estudio sobre cómo nace una idea y cómo el cine, a veces, surge del caos más fértil.
Linklater captura la esencia de un momento
irrepetible sin modificarlo. Y, al hacerlo, consigue algo sorprendente: que el
espectador sienta la misma mezcla de riesgo y emoción que sintieron aquellos
que participaron en la icónica Al final de la escapada, sin saber que
con ello estaban inventando un nuevo modo de mirar.













No hay comentarios:
Publicar un comentario