miércoles, 7 de diciembre de 2022

CRÍTICA: "LA NOCHE DEL 12" (Dominik Moll, 2022)

 

Procedimientos de una investigación

“LA NOCHE DEL 12” êêê

(LA NUIT DU 12)

DIRECTOR: Dominik Moll.

INTÉRPRETES:Bastien Bouillon, Bouli Lanners, Théo Cholbi, Johann Dionnet, Thibaut Evrard, Julien Frison, Paul Jeanson, Mouna Soualem.

GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 114 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2022

    El director francés Dominik Moll cuenta en su filmografía con un par de títulos notables. La película que representó su ópera prima, Harry, un amigo que os quiere (2000), una comedia negrísima en la que Sergi López hace un magnífico papel dando vida a Harry, un amigo que se aparece de repente para ayudar a un matrimonio estresado que se encuentra de vacaciones con sus tres hijas. También me resultó muy convincente Sólo las bestias (2019), filme en el que Moll, con la precisión de un entomólogo disecciona las emociones y descubre los secretos de una serie de lugareños marcados por el ambiente gélido de una región francesa, por el aislamiento social y la insoportable rutina. Desnudando sus pasiones, sus engaños, su inabarcable hastío.

     En su nueva propuesta, La noche del 12, el cineasta galo nacido en Alemania nos presenta a un grupo de la policía judicial de Grenoble, una sección de las fuerzas de seguridad en donde todos los investigadores se encuentran tarde o temprano con un crimen que son incapaces de resolver y que se convierte en su particular obsesión. Para Yohan (Bastien Bouillon), se trata del asesinato de Clara (Lula Cotton- Frapier). Los interrogatorios se suceden con la cadena de sospechosos, pero las dudas e inseguridades de Yohan no para de aumentar. Sólo existe una certeza: el crimen se cometió en la noche del 12.

    En formato de thriller procedimental, con un tono cercano al polar y tomando como escenario los parajes recurrentes del cine de Claude Chabrol, La noche del 12 comienza con un cruel asesinato nocturno en donde una joven llamada Clara es atacada por un encapuchado que la rocía con un líquido inflamable el rostro y la prende fuego muriendo poco después, quedando su cuerpo tendido en un parque solitario. La retahíla de sospechosos es muy amplia porque la finada había mantenido relaciones íntimas con muchos hombres. En la noche del crimen, nadie vio ni oyó nada, ni en el trayecto desde la casa de una amiga ni en el lugar donde se produjo el brutal crimen la policía encuentra ninguna pista. En Francia se abren alrededor de 800 investigaciones por homicidio cada año, un veinte por ciento de esos casos se quedan sin resolver. El caso real de Clara es sólo uno más. Aunque no para el investigador al cargo. Él y su equipo harán todo lo posible por aclararlo, pero la falta de pruebas y evidencias les conducirán finalmente a un callejón sin salida.

    Entre mis películas favoritas sobre interrogatorios se encuentran La ofensa (Sidney Lumet, 1973), aproximación brutal a la mente perturbada de un policía a quien da oxígeno Sean Connery; Arresto preventivo (Claude Miller, 1981) sobre el incisivo interrogatorio a un notario que se convierte en el principal sospechoso de la violación y asesinato de dos niñas; y Pura formalidad (Giuseppe Tornatore, 1994) sobre la detención y el interrogatorio de un escritor por el asesinato de una mujer. La lista sería larga, pero Moll se aleja de la pericia estricta y formularia de los interrogatorios por dos razones; la primera porque todos los sospechosos parecen tener una coartada sólida; la segunda, porque le interesa más definir de forma meticulosa los pasos de la investigación policial acercando al espectador a la realidad tangible del paso de los días sin poder evitar que la investigación se estanque en todas las direcciones. Y el espectador es consciente de la tensión que surge entre colegas quemados por la estresante e inocua labor y cómo su trabajo influye de forma determinante en sus vidas privadas, trastornándolas y ensuciándolas. Para llegar, finalmente, a la aceptación del doloroso fracaso.

    Moll se detiene esencialmente en dos personajes: el veterano agente judicial Marceau (Mouli Lanners) en pleno proceso de divorcio, aunque sigue amando a su mujer, que deseaba tener otro hijo y al ver frustrado ese anhelo con él y sin la paciencia necesaria, inició una relación con otro tipo del que ahora espera un hijo. Marceau es ya un alma en pena, irascible, sin estímulos, asqueado, frustrado porque ni siquiera quería ser policía, sino profesor de francés. Por otro lado, tenemos al solitario capitán Yohan (Bouillon) que combate el estrés subido a su bicicleta en un velódromo y que asiste impotente al paso del tiempo sin tener ninguna pista contundente que pueda arrojar luz sobre aquel horrible crimen cuando en la noche del 12 (no importa de qué semana, mes o año) una chica de 21 años fue quemada viva, y cuyo recuerdo es ya una sombra tenebrosa que le perseguirá toda su existencia. La irrupción del relato de una nueva jueza pasados tres años del crimen supondrá un nuevo impulso a un caso ya archivado y que será reabierto. Hay un último intento, pero la reflexión de Yohan ante ella va más allá cuando le confiesa que algo falla en la relación entre los hombres y las mujeres. Es fácil adivinar que detrás de las motivaciones del asesinato pueden estar los celos o el carácter de depredador sin escrúpulos del hombre. Así, el director francés más que en un misterio que sabemos irresoluble desde el inicio, esté siempre más interesado en la atmósfera provinciana absurda y banalmente enfermiza que lo propició.

No hay comentarios:

Publicar un comentario