Familia, memoria y marejadas emocionales
“VALOR SENTIMENTAL” êêêê
DIRECTOR: Joachim Trier.
INTÉRPRETES: Renate Reinsve, Stellan Skarsgard, Inga
Ibsdotter Lileaas, Elle Fanning, Anders Danielsen Lie, Lena Endre.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 135 minutos / PAÍS: Noruega / AÑO: 2025
En Valor sentimental, Joachim Trier, cuatro años después del estreno de La peor persona del mundo (2021), continúa refinando su exploración de la experiencia humana mediante una poética narrativa que combina intimidad emocional, reflexión existencial y un estilo visual cuidadosamente depurado. En esta ocasión, la historia de dos hermanas, Nora y Agnes (Renate Reinsve e Inga Ibsdotter Lileaas), que tras la muerte de su madre retoman el contacto con su padre distante, Gustav Borg (Stellan Skarsgard), un veterano y renombrado director de cine cuyo prestigio contrasta con su incapacidad para sostener relaciones emocionales estables. Tres personajes de los que se sirve Trier para convertir la función en un laboratorio narrativo en donde examinar las tensiones entre creación artística, responsabilidad afectiva y la complejidad del duelo.
La película establece, desde sus primeras secuencias, un tono de discreción emocional que, lejos de atenuar la intensidad dramática, actúa como medio para profundizar en los conexiones, omisiones y gestos mínimos que moldean la vida interior de los personajes. Trier despliega una puesta en escena austera que se caracteriza por una atención meticulosa a los espacios domésticos y a los objetos que funcionan como depósitos de memoria (fotos, cuadros, cuadernos, cintas de vídeo) y privilegiando zonas liminales -ventanas pasillos, umbrales- como metáfora del estado transicional de los personajes y reforzando así el carácter arqueológico de la relación entre las hermanas y su padre. Estas materialidades del recuerdo operan como símbolos del vínculo quebrado que la muerte de la madre expone y, al mismo tiempo, obliga a reconsiderar. Así, los protagonistas parecen transitar por un territorio suspendido entre la nostalgia y la incapacidad de actuar.
Borg, el padre, ofrece a Nora, la hija que parecía más dispuesta a reanudar un flujo comunicativo con el padre, un papel en su nueva película, pero ella, que es actriz, lo rechaza. La decisión de asignar ese rol a una joven estrella hollywoodiense, Rachel Kemp (Elle Fanning), introduce un hilo de inquietud que trasciende lo emocional para situarse también en el terreno profesional y simbólico: ¿Qué significa ser visto -o no- por una figura paterna cuya mirada ha estado mediada por el artificio cinematográfico? Trier articula esta pregunta en términos que dificultan la frontera entre vida privada y artística, poniendo de relieve la tendencia del padre a convertir sus vínculos en materia narrativa, incluso a costa de reproducir lacerantes patrones de abandono y articulando una introspección sobre cómo los sujetos negocian -y a menudo distorsionan- el valor de los afectos.
El trabajo interpretativo -particularmente el de las actrices que encarnan a las hermanas- resulta notable por su economía expresiva. Las escenas compartidas revelan una extraña intimidad, marcada por la mezcla de complicidad, resentimiento y vulnerabilidad que caracterizan a quienes comparten no sólo una historia familiar, también divergentes modos de habitar el duelo. La introducción de la joven estrella a la que da maravillosamente oxígeno Elle Fanning funciona no como antagonismo directo, sino como catalizador que enfatiza las taras estructurales del padre y expone la fragilidad de las expectativas que las hermanas depositan en él.
En un plano temático, Valor sentimental analiza la forma en que los afectos se convierten en un capital simbólico -un capital que el padre, como artista, ha sabido movilizar en su carrera, pero no necesariamente en su vida íntima-. El título adquiere aquí un matiz irónico: aquello que posee “valor sentimental” se revela inestable, intercambiable, susceptible de instrumentalización.
Sin embargo, la película evita caer en el cinisno; en su lugar, Trier, con Bergman como eco referencial, propone un retrato matizado de la reconciliación como proceso discontinuo, parcial y siempre inacabado. Valor sentimental es una obra de madurez, el director noruego nos muestra su capacidad para articular emociones contenidas, densidad psicológica y una hiriente reflexión sobre la autorrepresentación que convierte la película en un estudio conmovedor de aquello que persiste y se rompe… y se reconfigura en el seno de una familia. La aproximación que hace el cineasta a la condición humana, marcada por la ambigüedad afectiva y la fragilidad de la memoria, convierte la función en una pieza resonante, capaz de dialogar tanto con la tradición como con las inquietudes emocionales de nuestro presente. De lo mejor del año cinematográfico.










