domingo, 2 de abril de 2017

CRÍTICA: "GHOST IN THE SHELL" (Rupert Sanders, 2017)


GHOST IN THE SHELLêêê


     Se hace necesario comenzar aclarando que el subgénero conocido como ciberpunk (o cyberpunk) trata sobre un concepto definido en la ciencia ficción por su enfoque de un futuro distópico con alta tecnología y baja calidad de vida. Toma su nombre de la fusión de cibernética y punk, mezcla de ciencia avanzada, como la informática y la cibernética, con algún grado de desintegración o cambio radical en el orden social y cultural. Fue el editor de ciencia ficción Gartner Dozois el que popularizó el término que inmediatamente adoptaron escritores del género como William Gibson (uno de mis favoritos), pero fue Bruce Bethke quien primeramente lo acuñó en su relato corto “Cyberpunk”.


     En el cine, a pesar de que hubo una atractiva aproximación  de Jean-Luc Godard en su film de culto Alphaville (1965), es la mítica Blade Runner (Ridley Scott, 1982) la cinta que da el pistoletazo de salida a este subgénero en el cine, un film que recordemos estaba inspirado en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Otras películas como Terminator (James Cameron, 1984), Robocop (Paul Verhoeven, 1985), Matrix (Hermanas Wachowski, 1999) y Minority Report (Steven Spielberg, 2002) han ayudado con gran acierto a cimentar esta corriente dentro del Séptimo Arte.


     Primero fue el magistral manga Ghost in the Shell creado por Masamune Shirow en 1989, y después fue la no menos excelente adaptación animada dirigida por Mamoru Oshii en 1995, un magnífico anime que tuvo también una espléndida secuela titulada Ghost in the Shell: Innocence (2004), por supuesto muy superiores a este reebot firmado por Rupert Sanders (Blancanieves y la leyenda del cazador). La historia es muy conocida: En Japón, en un futuro distópico, Meera (Scarlett Johansson), también conocida como The Major, es un cyborg-humano que lidera un grupo de élite que trabaja en operaciones especiales para la Sección 9, al frente de la cual está Aramaki (Takeshi Kitano). Consagrada a detener a los extremistas y criminales más peligrosos, su mejor aliado es Batou (Pilou Asbaek) un ex militar fuerte como una roca. The Major y su grupo tendrán que lidiar  con un fanático hacker cuyo objetivo es acabar con los avances de Hanka Robotic en la tecnología cibernética… pero no todo es como parece.


    Si pasamos por alto, esta vez sí, un argumento flojito derivado de un guión lineal que sigue más o menos las pautas del anime original de 1995 (cima sólo alcanzada por la anterior y sublime Akira, 1988, obra cumbre del cyberpunk dirigida por Katsuhiro Ôtomo) podemos manifestar sin ningún complejo que Ghos in the Shell resulta fascinante por su evocación de una época, porque es en las sensaciones y en el poder hipnótico de su cuidado look visual donde el espectador encontrará el confort, el aroma, las volutas nostálgicas y el romanticismo de una bellísima cyborg que tiene como mayor aventura encontrarse a sí misma dentro de un cuerpo tan postizo como extraño.


   Haciendo uso de un esteticismo alucinante, Rupert Sanders recrea con un magnetismo extasiante y gran percepción sensitiva la pulsión de una sociedad distópica en donde la sordidez se mezcla con la fría asepsia tecnológica, el fulgor de un futuro inquietante con la miseria y la esclavitud de la fusión de humanos y cyborgs que, con  la memoria manipulada o arrasada, son utilizados para salvaguardar los intereses de las grandes corporaciones.


        Porque ya se sabe que si la memoria pervive siempre puede existir un camino para la revolución. Pero es Scarlett Johansson quien se eleva como el alma de la función, desplegando un gran abanico de matices tanto en las set pieces de acción como en las secuencias intimistas en las que su cerebro se debate entre los dilemas existenciales derivados de su pasado, sus recuerdos y su verdadera identidad. La actriz neoyorquina de 32 años brilla en un relato de una belleza plástica a la vez hermosa, extraña y artificial, en donde se le hace farragoso descifrar la realidad debido a sus continuos cortocircuitos cerebrales.


   Es todo un espectáculo para los aficionados al género sumergirse en la urbe cosmopolita de Tokio, y entre los destellos de las luces de neón y callejones oscuros y sucios atestados de perros hambrientos, se dejará llevar por una heroína en su desnudez tamizada por su piel térmica que le otorga el poder de la invisibilidad. Ghost in the Shell nos obliga a preguntarnos por los riesgos de la Inteligencia Artificial, y sobre todo por el precio de la inmortalidad a través de ella. Un artefacto digno y entretenido.


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