Sevilla, ciudad violenta
GRUPO 7
DIRECTOR: ALBERTO
RODRÍGUEZ.
INTÉRPRETES:
MARIO CASAS, ANTONIO DE LA TORRE, JOAQUÍN NÚÑEZ, JOSÉ MANUEL POGA, INMA CUESTA.
GÉNERO: THRILLER
/ ESPAÑA / 2011 DURACIÓN: 95 MINUTOS.
Sorprenden los
cambios de registros temáticos en la filmografía del competente director
sevillano Alberto Rodríguez, que debutó
en el cine codirigiendo junto a Santi Amodeo la comedia El factor Pilgrim (2000),
para después incidir en este género con la problemática de la inmigración como
fondo en El traje (2002), surcar el territorio del drama suburbial con
la exitosa 7 vírgenes (2005), y a continuación firmar aquel amargo drama
generacional titulado After (2009). Ahora bucea de lleno
en el thriller para presentarnos la
que para este crítico es su mejor película hasta la fecha, GRUPO 7, film con tintes
de crónica social en el que asistimos a la tremenda rutina laboral del así
denominado grupo especial de la policía de Sevilla para limpiar de delincuencia
el centro de la ciudad ante la inminente inauguración de la Expo-92. La brigada
policial está compuesta por Ángel
(Mario Casas), un joven aspirante a inspector, inteligente y compasivo, Rafael (Antonio de la Torre), un
policía expeditivo, contundente y arrogante, Miguel (José Manuel Poga) y Mateo
(Joaquín Núñez), que hacen gala de una socarronería nunca reñida con unos
métodos poco ortodoxos.
Ángel
transita cada vez con más soltura por el camino de la ambición y los excesos
policiales descuidando la relación con su esposa, Elena (Inma Cuesta), mientras Rafael, soltero y solitario,
encuentra el amor inesperado en la enigmática Lucía (Lucía Guerrero), a la que acogerá tras ver como su novio la
ha dejado tirada en la calle. El juego de traiciones, lealtades y sentimientos
encontrados se complicara a medida que el grupo acumula éxitos y
condecoraciones a la vez que denuncias por sus métodos al margen de la ley.
Traspasan una y otra vez la línea que separa lo ético de lo abiertamente
inmoral. Actúan con violencia, se sirven de mentiras y medias verdades, para el
grupo todo vale.
Inspirada en
hechos reales y resonancias al cinéma
vérité (en la onda de la crónica
policial francesa, materia en la que son unos maestros, recordemos la magistral
Ley
627 o la reciente Polisse), estamos ante un magnífico
trabajo de campo que nos acerca a aquella realidad histórica que llevó a
finales de los 80, en los preparativos de la Expo-92, a limpiar de yonkis,
traficantes y rateros las calles del centro de Sevilla con el objetivo de
ocultar una dramática realidad y ofrecer una imagen impoluta de la ciudad,
trazando un camino aseado para la inauguración por parte del Rey de la muestra
universal. GRUPO 7 es una película muy entretenida, con un ritmo vertiginoso e
impactantes secuencias de acción que no desprecia en ningún momento la denuncia
social, incitando a la reflexión sincera sobre unos personajes tensionados al
límite, que tienen que hacer uso de toda clase de recursos y estratagemas sin
importarles si el fin justifica los medios.
Una de las
grandes singularidades de la vida es que la mierda tiene el color del
chocolate, y a uno no le queda más remedio que preguntarse, si en verdad está
demostrado que existen cualificados directores españoles para realizar buen
cine de género (en el policíaco las excelsas La caja 507, Celda
211, No habrá paz para los malvados) ¿por qué coño se enredan en
paridas y bazofias tan indigestas? Será que creen que la mierda también sabe a
chocolate. GRUPO 7 es la primera muestra de cine brillante patrio en lo
que va de año, con un elenco que raya a gran altura incluso a nivel de
secundarios (eso sí, Mario Casas sigue teniendo problemas de vocalización) y un
Alberto Rodríguez que demuestra una vez más que es un gran director de actores,
un film explosivo en su efecto tonal como radiografía del submundo del lumpen,
y de una gran intensidad emocional para dotar de atractivo el perfil de esos
dos policías tan antitéticos en su invertido tránsito de la luz a la oscuridad.
Son polis porque así lo dicen sus placas, pero bien podrían estar al otro lado
de la ley.
Algunos
personajes, como el de Inma Cuesta, quedan algo desdibujados y la vida interior
de la pareja de policías protagonistas conforma un estereotipo muy acuñado, pero donde el film alcanza su plenitud es
en su espléndida ambientación, en su buceo por las ciénagas pestilentes de la
marginalidad y la miseria, las tripas, el submundo de una ciudad donde el
trapicheo, la venta ilegal y las drogas no sólo conforman la punta del iceberg
de una economía sumergida, también la constante de supervivencia de unos
perdedores con graves problemas estructurales y cuyo nivel intelectual roza en
demasiadas ocasiones la idiocia. Ser poli tiene sus riesgos y limpiar de basura
las calles no es tarea fácil, lo que te obliga a comerte más de un marrón y a
estar siempre alerta (observen los cuatro policías humillados tras ser
desarmados y desnudados por unos traficantes en el popular barrio de la
Candelaria), lo adivinas desde esa musculosa persecución inicial por los
tejados del centro de Sevilla, que a lo largo del metraje nos llevará a la
oscura indefinición de fronteras entre
el bien y el mal. Además del terrorismo,
uno de los más trágicos problemas que sufrió la sociedad española en los 80 y
90 fue el masivo consumo de drogas duras que mermó a toda una generación, el
recuerdo de aquellos fastos todavía me hace sentir su poso de perdición y
muerte.
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