Barcelona, ciudad abierta
DIRECTOR: Marcel Barrena.
INTÉRPRETES: Eduard Fernández, Clara Segura, Zoe
Bonafonte, Salva Reina, Vicente Romero,
GÉNERO: Drama social / DURACIÓN: 110 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2024
Manuel Vital, nacido en 1924 en Valencia de Alcántara (Cáceres), una localidad, por cierto, con una superficie territorial enorme de casi 600 km2, fue uno de aquellos emigrantes que huyeron de su tierra para evitar la represalia de los vencedores de la Guerra Civil y labrarse un futuro lejos del penoso contexto de supervivencia que su patria chica les ofrecía. A saber, trabajo escaso y condiciones laborales lamentables con salarios míseros. Unos emprendieron camino hacia Barcelona, otros hacia Madrid y otros al País Vasco, que eran las zonas industrializadas donde más mano de obra se necesitaba. El padre de Manolo Vital, Diego Vital, secretario del ayuntamiento de su pueblo, fue ejecutado por falangistas junto al alcalde y otros vecinos y enterrados con cal en una fosa de Mina Terría. Manolo llegó a Barcelona en 1947 y en 1951 se asentó en Torre Baró, una barriada de chabolas que construyeron con sus propias manos pertenecientes al distrito de Nou Barris.
La película El 47, dirigida por el barcelonés Marcel Barrena, nos cuenta la historia de una rebelión vecinal que en 1978 transformó la fisonomía urbana de Barcelona cambiando la imagen de sus suburbios para siempre. Manolo Vital (Eduard Fernández), era conductor de un autobús de la línea 47 que un día secuestra para desmontar la mentira del ayuntamiento que afirmaba que los autobuses no podrían subir las cuestas del barrio de Torre Baró con calles sin asfaltar. Un acto de disidencia revolucionario que sirvió como catalizador para el cambio de aquellas personas que se enorgullecían de sus raíces, de la lucha vecinal y de la clase trabajadora que ayudó a crear la Barcelona moderna que miraba a Europa en los años 70.
Escrito está. En las décadas de los 50 y 60 del pasado siglo se produjo en España una gran diáspora interior (alrededor de 3 millones de personas), desde las zonas rurales hacia las capitales más populosas e industrializadas. Pocas veces el cine español ha contado de forma austera este fenómeno, el sufrimiento de aquellos emigrantes del desarrollismo que partieron de sus tierras deprimidas con el alma rota en la búsqueda de la prosperidad, narrando sus problemas de adaptación, el trabajo duro y las desdichadas condiciones que tuvieron que soportar en sus nuevos asentamientos, poblados de barracas insalubres donde vivián hacinados en circunstancias infrahumanas. Entre las mejores cabe citar Surcos (1951), la obra maestra de José Antonio Nieves Conde, y La piel quemada (1967), magnífica película de Josep María Forn. Sin embargo, El 47 nos habla de una expresión que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo, la colectividad, pues el individualismo egoísta e insolidario finalmente se ha impuesto dejando al ciudadano sin apenas muletas sociales en las que apoyarse.
El extremeño Manolo Vital, al que da oxígeno un superlativo Eduard Fernández, cumplió su empeño de llevar el autobús que conducía, el 47, hasta su barriada situada en el extrarradio barcelonés. No fue una hazaña personal, detrás tenía el apoyo de su partido, su sindicato y, sobre todo, de la agrupación vecinal de Torre Baró. Todo ello después de que las autoridades le dieran la espalda en sus reivindicaciones y le insistieran en que por aquel empinado camino de cabras era imposible que transitara el autobús. Recibido como un héroe en su barrio, fue detenido y juzgado, pero la presión ciudadana consiguió que le absolvieran y cambió para siempre la imagen de aquellas denigrantes zonas periféricas.
Vital, que con 13 años vio como fusilaban
a su padre en 1936, albergaba una nostalgia corrosiva y nunca olvidó la tierra
que le dio la luz y le vio crecer, pero para afianzar el agradecimiento a la
tierra que le acogió y por amor a su mujer, aprendió a farfullar el catalán,
demostrando así un sentimiento de pertenencia que destila verdad. Desde la
formación del barrio a finales de los 50 hasta los 70 con la lucha vecinal,
todo destila autenticidad. El 47 narra, con cierto tono neorrealista, un episodio
más de las muchas conquistas sociales, porque todos aquellos emigrantes que
llegaron a Barcelona de todas las regiones de España para labrarse una vida
digna y un futuro mejor, también crearon una ciudad nueva, vanguardista, la
ciudad que luce hoy.
Unos hechos que convenía rememorar, una hazaña ejemplar.
ResponderEliminarUn abrazo.