La figura de Travis
Bickle, a
quien da oxígeno Robert De Niro, no puede entenderse únicamente como un
individuo trastornado, también es el reflejo distorsionado de una época concreta. Taxi
Driver,
la obra maestra de Martin Scorsese de 1976 con un guión escrito por Paul
Schrader, surge en la Nueva York de mediados de los 70, un paisaje urbano
marcado por la criminalidad, la crisis económica, la corrupción política y una potencial
sensación de decadencia moral.
Simbolismo
El trauma de Vietnam. Travis es un veterano de la
guerra, y aunque el guión nunca lo explicita en términos clínicos, su insomnio,
aislamiento y tendencia a la violencia encajan con lo que hoy se diagnosticaría
como estrés postraumático. Representa a miles de jóvenes que regresaron del
frente sin una terapia ni ayuda, desplazados y desubicados en un país que no
quería recordar el desastroso conflicto. En el cine de los 70, este arquetipo
del excombatiente desconectado se nos presenta en títulos como El ex-preso de Corea (1977) El
cazador
(1978) o El regreso (1978), pero Travis es tal
vez el ejemplo más extremo, un hombre decidido a canalizar su trauma y soledad
hacia la purga violenta de la sociedad civil.

Desconfianza
en las instituciones. En los años 70, tras la vergüenza del Watergate y la caída de Richard
Nixon, Estados Unidos vivía una profunda crisis de fe en la política y en el
poder. Travis encarna esa desconfianza: desprecia a los políticos y asume que
el Estado no puede limpiar la escoria de las calles. Es por esto que se decide
a tomar el rol de “vigilante” solitario, un justiciero urbano que nace de la
percepción de abandono institucional.
La ciudad como infierno. Nueva York en Taxi Driver
se presenta como un purgatorio: calles rebosantes de basura, prostitución y
crimen. Es un escenario que simboliza la sensación de declive cultural de los
años setenta. Travis la percibe como una apestosa cloaca que necesita ser
barrida por una lluvia catártica. Su cruzada personal adquiere así una
dimensión simbólica: no sólo quiere redimirse a sí mismo, sino purificar una
sociedad enferma.

El antihéroe del Nuevo Hollywood. En el contexto del cine de
aquella década, Travis es hermano de otros antihéroes ambiguos que cuestionan
la frontera entre el bien y el mal, entre la ley y la justicia personal. Pero
Travis lleva ese dilema al extremo, pues no es sólo un antihéroe, también un
héroe involuntario, ya que la prensa lo consagra tras la masacre purificadora,
por muy delirantes que fueran sus motivaciones. Esa ironía final refleja la
incapacidad de la sociedad para distinguir entre justicia y violencia
irracional. Travis es el producto de un tiempo convulso y un estado de ánimo
general, un hombre que encarna el malestar post-Vietnam, el desengaño personal
y la desilusión política, el miedo a la degradación urbana, la alienación y la
fascinación por el justiciero solitario. Como símbolo del cine de los 70, su
figura condensa la desconfianza en el sueño americano y la certeza de que la
violencia late bajo la superficie de la vida cotidiana.
Personalidad
Travis es un exmarine de 26 años que carga
con las secuelas invisibles de la Guerra de Vietnam. Su carácter está marcado
por la confusión y el aislamiento: aunque muestra cierto empeño, no logra
encontrar su lugar en la vida civil, y su desconexión con quienes le rodean lo
convierte en un observador distante y deprimido de la vida neoyorquina. Se
siente extranjero en su propia ciudad. Su diario interior -ese monólogo íntimo
que escuchamos con una voz en off- muestra un hombre obsesionado con la
degeneración moral, con una visión del mundo reducida a categorías de
podredumbre y pureza.
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Aunque su fragilidad es evidente (no sabe
relacionarse, es torpe en el trato social e incapaz de leer códigos mínimos de
comunicación), bajo esa superficie emerge una violencia latente. Su moral es
rígida y a la vez difusa: repudia la prostitución, las drogas y la corrupción,
pero su método para acabar con todo eso es la aniquilación. El sentido de su
misión está teñido de delirios mesiánicos, por una convicción de que él, solo y
armado, se basta para redimir a una ciudad que percibe como un infierno.
Estética
Scorsese y Schrader moldean a Travis como
un personaje visualmente icónico e imitado hasta la náusea. En la primera parte
le vemos vestido de manera anodina: cazadora estilo bomber de color militar,
camisas sencillas, pantalones vaqueros, botas de cowboy y un conjunto de chaqueta, pantalón y
corbata cuando invita a Betsy a un sórdido cine que proyectan películas X en una cita que termina pronto de manera nefasta. Ropa que no resalta, pero que evidencia su vínculo con un pasado
marcial y su deseo de disciplina. Su cuerpo es delgado, fibroso, nervioso; su
andar transmite cierta rigidez, como si cada movimiento le costara más de lo
debido. El sudor, el insomnio, las tazas de café, los cines porno a los que
asiste: todo en él destila desvelo, dejadez, suciedad.


En el segundo tramo de la película, cuando
decide actuar, su estética se radicaliza, utiliza la chaqueta militar M-65
(conocida como “la Chaqueta de la Soledad”), se afeita la cabeza haciéndose un “mohawk”
improvisado, marcando su paso de ciudadano asqueado y vigilante obsesionado.
Ese gesto de afeitarse el cabello lo transforma en un guerrero urbano, en un
kamikaze dispuesto a inmolarse en nombre de la cruzada moral. La chaqueta
militar se complementa con armas ocultas, ingeniosos mecanismos de defensa
caseros y una mirada cada vez más fija, febril, de depredador al acecho.


En conjunto, Travis Bickle es un personaje
que combina la fragilidad social con una previsible brutalidad. Su estética, a
medio camino entre lo vulgar y lo marcial, refleja su carácter fragmentado, un
hombre perdido entre la multitud, pero convencido de ser el elegido. Taxi
Driver
convierte esa contradicción en imagen inolvidable: el taxi como confesionario
rodante, los monólogos febriles como espejo de la erosionada mente de Travis, y
el rostro de Robert De Niro oscilando entre el vacío y la furia contenida.