domingo, 7 de junio de 2015

CRÍTICA: "A CAMBIO DE NADA"

Solvente muestra de realismo social
A CAMBIO DE NADA êêê
DIRECTOR: DANIEL GUZMÁN.
INTÉRPRETES: MIGUEL HERRÁN, ANTONIO BACHILLER, MARÍA MIGUEL, ANTONIA GUZMÁN, LUIS TOSAR, FELIPE GARCÍA VÉLEZ.
GÉNERO: DRAMA / ESPAÑA / 2015  DURACIÓN: 93 MINUTOS
.               
         Ópera prima del actor Daniel Guzmán tras haber dirigido el cortometraje Sueños (2003), que tiene como protagonistas a dos niños que en un caluroso verano se dedican a tirar huevos desde lo alto de la azotea. Un corto que se alzó con el Goya al Mejor Cortometraje de Ficción y con la Espiga de Oro en el Festival de Valladolid. A cambio de nada es un proyecto largamente acariciado por el director y que le ha costado muchos años sacar adelante, un esfuerzo que no ha resultado vano pues el largometraje ha tenido una gran acogida crítica ganando la Biznaga de Oro a la Mejor Película en el pasado Festival de Málaga, aunque los resultados en taquilla no están resultando todo lo satisfactorios que se esperaba.
     

      La película sigue a Darío (Miguel Herrán) un adolescente que malvive en un barrio obrero de Madrid. Disfruta de la vida y mantiene una inquebrantable amistad con Luismi (Antonio Bachiller), su vecino y compañero de correrías. Vende piezas de moto robadas a Justo “Caralimpia” (Felipe García Vélez) un pobre diablo dueño de un taller con ínfulas de triunfador venido a menos. Darío vive con su madre en proceso de divorcio con su padre y ambos intentan que testifique a su favor en el inminente juicio. Tras ser expulsado del instituto, Darío se escapa de casa y comienza a trabajar en el taller de Caralimpia. Pronto conocerá a Antonia (Antonia Guzmán) una anciana que recoge muebles viejos con su motocarro y los vende en el Rastro. Junto a ella descubre otra forma de ver la vida. Luismi, Caralimpia y Antonia se convierten en su nueva familia en un verano que le cambiará la vida.
       
      
       Con Luis Tosar en un papel irrelevante como padre del protagonista, Guzmán debuta con un film digno que tiene como premisa esencial la amistad, un sentimiento afectivo que pone en valor en el entorno difícil del extrarradio de una gran ciudad, uno de esos barrios obreros en donde la conquista de algún sueño se antoja una aventura imposible. La mirada limpia y honesta del director flirtea con el cine social para componer una crónica costumbrista sobre la rebeldía adolescente marcada por un sombrío futuro, el ambiente asfixiante de una familia desestructurada, la precariedad, el desarraigo y las dudas. Y es en los personajes donde encuentra su mayor activo, dotando con su peculiar perfil de corazón y naturalidad a una historia de diálogos frescos, lo que denota una gran pericia en la dirección de actores. No sabemos bien cuánto hay de sustento autobiográfico en la función, si bien algunas situaciones parecen algo forzadas (la secuencia del robo de exámenes y la posterior bronca entre los padres culpándose mutuamente de la expulsión de Darío del instituto) y cometiendo el error de abusar de algunos tópicos para componer algunos momentos de un humor tan rancio como trillado.


       A cambio de nada es, a pesar de ello, una película solvente, entretenida y filmada con mucho amor por el oficio. No contiene la lírica de Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998) ni la garra de 7 Vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), pero es un debut prometedor de un director con talento del que esperamos piezas mayores. Pateando lugares comunes de ese cine de adolescentes problemáticos (tema recurrente del cine español en las últimas décadas), Daniel Guzmán compone bellos planos y trata siempre de conferir veracidad a la acción, no siempre lo consigue, tal vez debido a sus muchas reservas para construir un producto de fácil digestión para todos los públicos, un encorsetamiento que penaliza una puesta en escena carente de arrojo, crudo dramatismo y, en cierto modo, personalidad. La película tiene más de fábula entrañable que de crónica áspera, sus bienintencionados mensajes sobre la responsabilidad de los padres, la marginalidad, la soledad y la vejez quedan opacados por lo que más le interesa al director, que no es otra cosa que narrar las tropelías (pequeños robos, conducción temeraria, riñas, obsesión por el sexo) de dos adolescentes en busca de su incierto camino en un ambiente turbio abonado más para la desesperación que para la ensoñación. A Darío, fiel heredero de la tradición picaresca española no exenta de humanidad, y a su aliado del alma, Luismi “el Gordo”, los  perdemos de vista preguntándonos qué será de sus vidas. Sobrevivirán, a pesar de que la impía sociedad capitalista convierte en detritus todas las miserias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario