Sexo, sangre y tecnología
GIRL HOUSE êêê
DIRECTOR: TREVOR
MATTHEWS.
INTÉRPRETES: ALI
COBRIN, SAILE, NOCOLE FOX, CHASTIEBALLESTEROS, ADAM DIMARCO, ZULEYKA SILVER,
ALICE HUNTER.
GÉNERO: TERROR / CANADA
/ 2015 DURACIÓN: 99 MINUTOS.
Debut tras la cámara del director,
productor y actor ocasional canadiense Trevor
Matthews con un guión de Nick
Gordon. Matthews es hijo del magnate de las telecomunicaciones Terence
Matthews, por lo que creemos que no se habrá encontrado con muchas dificultades
de financiación. La película tuvo una distribución muy limitada en Estados
Unidos y rápidamente se estrenó en diferentes plataformas digitales. Por supuesto,
Girl
House no inventa la pólvora, de hecho, transita por los clichés más
recurrentes del subgénero slasher abonando
con fecundidad extrema todos los tópicos contenidos en el cine de cuchilladas
estrenado en las últimas décadas, pero es que los parajes del splatter y el slasher se nos antojan a estas alturas muy trillados, y el aficionado, tal
vez debido al hastío de los miles de engendros rodados en los últimos años, se
conforma con que la función esté medianamente bien filmada sin caer en el más
absoluto de los ridículos.
El film nos presenta a una joven
universitaria, Kylie (Ali
Cobrin) que al haberse quedado recientemente huérfana de padre, no tiene dinero
para la matrícula universitaria, por lo que abandona la residencia de la
universidad para mudarse a una casa en la que, en compañía de otras chicas ya
instaladas, puede subir tranquilamente porno a un sitio web llamado Girl House
y ganarse un buen sueldo. La casa, protegida por las más avanzadas medidas de
seguridad tecnológicas e incluso con presencia física de vigilantes, parece una
fortaleza inexpugnable para cualquier intruso. Sin embargo, un inquietante
hacker que utiliza el pseudónimo Loverboy (Slaine) se obsesiona con Kylie y determina la ubicación de la casa. A partir de ese
momento ella se encuentra en una aterradora lucha por salvar la vida.
Queda apuntado, Girl House se mueve por el terreno del slasher clásico con el aditamento tecnológico que ya no supone una
innovación pues son muchos los films que han utilizado este recurso (My Little Eye, Open Windows, por poner dos ejemplos) sin que suponga un cambio
sustancial de las constantes genéricas más allá de que, como aquí ocurre, una
web porno puede servir de excusa para montar una orgía de sexo y sangre que
suelen ser los ingredientes que mejor definen este tipo de artefactos.
Trevor Matthews, aunque las imágenes que ilustran esta crítica parecen indicar
otra cosa, lo de la explicitud sexual lo deja a medias, y la protagonista,
Kylie (la guapa Ali Cobrin) muestra una gazmoñería trasnochada a la hora de
desnudarse, lo que juega en detrimento de la credibilidad de la trama si somos
conscientes que actúa para una web porno, consiguiendo con su actitud que el
espectador tome una fría distancia. Sí, sus compañeras muestran algo más, pero
Cobrin es la protagonista y además, enseñó mucho más con una excusa muy forzada
en American
Pie: El reencuentro.
Lo mejor del invento es, su magnífico y
bestial prólogo y la historia de ese psicópata apodado Loverboy (acierto total
contar con el concurso de Slaine), personaje inspirado en Leatherface, una mole
humana con una mente trastornada por los traumas de la infancia que desde un sórdido
y sucio sótano fantasea con las chicas de Girl House hasta que se obsesiona con
Kylie y llega el día que se siente ofendido por ella… Es entonces cuando se
ajusta su fantasmal y grotesca máscara dando forma a una nueva tabla de
carnicero (amputaciones, degollamientos, cuchilladas) que pone en valor el slasher a la vieja usanza, dejando de
lado el componente tecnológico y el sexual, que el director no acaba nunca de
explotar tal vez debido al sistema de calificaciones. Girl House no pasa de ser un aseado Slasher
rodado con un ritmo ágil y que desprende un tufo moralista tan insoportable
como condenable, con esa cita inicial del serial killer Ted Bundy en la que
relaciona pornografía y violencia formando un binomio indisoluble. Por otra parte,
chirría el romance de la protagonista con un olvidado paisano de Topeka al que conoce desde sus lejanos tiempos del jardín de infancia, y que, como era de
esperar, llega tarde en su auxilio, una ayuda que nuestra heroína no necesitará
para tomarse cumplida venganza en memoria de sus compañeras y del sufrimiento
propio: un clímax final que nos recuerda mucho a la secuencia del extintor de Irreversible y que incide torpemente en
esa moralina falsamente redentora.
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