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jueves, 9 de abril de 2015

CRÍTICA: "GIRL HOUSE"

Sexo, sangre y tecnología
GIRL HOUSE êêê
DIRECTOR: TREVOR MATTHEWS.
INTÉRPRETES: ALI COBRIN, SAILE, NOCOLE FOX, CHASTIEBALLESTEROS, ADAM DIMARCO, ZULEYKA SILVER, ALICE HUNTER.
GÉNERO: TERROR / CANADA / 2015  DURACIÓN: 99 MINUTOS.   


      Debut tras la cámara del director, productor y actor ocasional canadiense Trevor Matthews con un guión de Nick Gordon. Matthews es hijo del magnate de las telecomunicaciones Terence Matthews, por lo que creemos que no se habrá encontrado con muchas dificultades de financiación. La película tuvo una distribución muy limitada en Estados Unidos y rápidamente se estrenó en diferentes plataformas digitales. Por supuesto, Girl House no inventa la pólvora, de hecho, transita por los clichés más recurrentes del subgénero slasher abonando con fecundidad extrema todos los tópicos contenidos en el cine de cuchilladas estrenado en las últimas décadas, pero es que los parajes del splatter y el slasher se nos antojan a estas alturas muy trillados, y el aficionado, tal vez debido al hastío de los miles de engendros rodados en los últimos años, se conforma con que la función esté medianamente bien filmada sin caer en el más absoluto de los ridículos.


       El film nos presenta a una joven universitaria, Kylie (Ali Cobrin) que al haberse quedado recientemente huérfana de padre, no tiene dinero para la matrícula universitaria, por lo que abandona la residencia de la universidad para mudarse a una casa en la que, en compañía de otras chicas ya instaladas, puede subir tranquilamente porno a un sitio web llamado Girl House y ganarse un buen sueldo. La casa, protegida por las más avanzadas medidas de seguridad tecnológicas e incluso con presencia física de vigilantes, parece una fortaleza inexpugnable para cualquier intruso. Sin embargo, un inquietante hacker que utiliza el pseudónimo Loverboy (Slaine) se obsesiona con Kylie y determina la ubicación de la casa. A partir de ese momento ella se encuentra en una aterradora lucha por salvar la vida.


       Queda apuntado, Girl House se mueve por el terreno del slasher clásico con el aditamento tecnológico que ya no supone una innovación pues son muchos los films que han utilizado este recurso (My Little Eye, Open Windows, por poner dos ejemplos) sin que suponga un cambio sustancial de las constantes genéricas más allá de que, como aquí ocurre, una web porno puede servir de excusa para montar una orgía de sexo y sangre que suelen ser los ingredientes que mejor definen este tipo de artefactos. Trevor Matthews, aunque las imágenes que ilustran esta crítica parecen indicar otra cosa, lo de la explicitud sexual lo deja a medias, y la protagonista, Kylie (la guapa Ali Cobrin) muestra una gazmoñería trasnochada a la hora de desnudarse, lo que juega en detrimento de la credibilidad de la trama si somos conscientes que actúa para una web porno, consiguiendo con su actitud que el espectador tome una fría distancia. Sí, sus compañeras muestran algo más, pero Cobrin es la protagonista y además, enseñó mucho más con una excusa muy forzada en American Pie: El reencuentro.


         Lo mejor del invento es, su magnífico y bestial prólogo y la historia de ese psicópata apodado Loverboy (acierto total contar con el concurso de Slaine), personaje inspirado en Leatherface, una mole humana con una mente trastornada por los traumas de la infancia que desde un sórdido y sucio sótano fantasea con las chicas de Girl House hasta que se obsesiona con Kylie y llega el día que se siente ofendido por ella… Es entonces cuando se ajusta su fantasmal y grotesca máscara dando forma a una nueva tabla de carnicero (amputaciones, degollamientos, cuchilladas) que pone en valor el slasher a la vieja usanza, dejando de lado el componente tecnológico y el sexual, que el director no acaba nunca de explotar tal vez debido al sistema de calificaciones. Girl House no pasa de ser un aseado Slasher rodado con un ritmo ágil y que desprende un tufo moralista tan insoportable como condenable, con esa cita inicial del serial killer Ted Bundy en la que relaciona pornografía y violencia formando un binomio indisoluble. Por otra parte, chirría el romance de la protagonista con un olvidado paisano de Topeka al que conoce desde sus lejanos tiempos del jardín de infancia, y que, como era de esperar, llega tarde en su auxilio, una ayuda que nuestra heroína no necesitará para tomarse cumplida venganza en memoria de sus compañeras y del sufrimiento propio: un clímax final que nos recuerda mucho a la secuencia del extintor de Irreversible y que incide torpemente en esa moralina falsamente redentora.


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