Los efectos de una justicia podrida
“LA EXTRAÑA QUE HAY EN TI” (Neil Jordan, 2007)
Muy polémica resultó esta película dirigida con nervio por
el irlandés Neil Jordan que nos presenta a Erica Bain (Jodie Foster) una
locutora de radio neoyorquina cuya vida da un giro dramático cuando una noche,
en plena calle, ella y su prometido (Naveen Andrews) reciben una brutal paliza
a raíz de la cual él muere. Incapaz de superar la tragedia, Erica sigue
rondando la zona en la que sufrieron el ataque, buscando pistas que la lleven
hasta los responsables. Un agente de policía (Terrence Howard) intuye sus
intenciones y trata de evitar que se tome la justicia por su mano.
Película muy entretenida, bien dirigida por Jordan y
excelentemente interpretada por Jodie Foster que desarrolla un discurso nada
amable que se caga en lo políticamente correcto, en las normas y leyes de los
pusilánimes estados de derecho que siempre se arman de argumentos para defender
a los verdugos y desprecian el dolor de las víctimas. La extraña que hay en ti derrama autenticidad (de ahí que fuera tildada de peligrosa), se aleja de artificios
y efectismos y refleja a la perfección los miedos íntimos tras el gran trauma
post 11-S, laminando la creencia de una sociedad que se sentía segura dentro de
su país en un mundo donde la seguridad es una entelequia.
Sí, el film indignó a muchos garantes de la moral y el
civismo. Y está bien que así sea, porque mucho más se indignan los que no tienen
ninguna confianza en el sistema judicial (sobre todo en el estadounidense). Así, el relato defiende sin medias tintas el derecho de cualquier persona que es agredida a
tomarse la justicia por su mano, una cuestión peliaguda cuando empatizamos con
el sufrimiento de la víctima y su impotencia al comprobar que muchos agresores
y asesinos son reincidentes en sus crímenes y se encuentran campando a sus
anchas, con sus derechos protegidos mientras a las víctimas sólo les queda la
resignación y una pena honda, tal vez, eterna. La venganza siempre conlleva su
propia lógica interna y el mensaje incendiario que se desprende de La extraña que hay en ti deriva de una
sociedad hipócrita y cobarde, que se aferra a los grandes valores sin atreverse
a confesar que en situaciones extremas y de injusticias evidentes puede despertar la bestia que todos
llevamos dentro.
"SENTENCIA DE MUERTE" (James Wan, 2008)
El director de origen malasio James Wan consiguió un gran éxito con Saw (2004), sorprendente,
exitoso y -para bien o para mal- muy influyente film iniciador de una saga que,
rodado con un ínfimo presupuesto, llegó a recaudar más de 100 millones de
dólares en todo el mundo. Con su tercer largometraje se apunta a ese subgénero
del cine de justicieros, vigilantes y venganzas personales del que hemos tenido
un ejemplo reciente con la injustamente infravalorada La extraña que hay en ti
(Neil Jordan, 2007) magnífica cinta en la que Jodie Foster se ve impelida a
tomarse la justicia por su mano cuando unos delincuentes asesinan a su novio,
tras haber propinado una paliza brutal a la pareja cuando paseaban
tranquilamente por un parque. Sólo el tiempo dirá si estos dos ejemplos pueden
ser el vagón de partida de una nueva corriente dentro de esta temática, lo que
no puedo evitar, para disgusto de los progres de distinto pelaje que sé que me
leen, es sentirme persuadido por este tipo de cine que desprende un
inconfundible tufo reaccionario, y que generalmente nos narra la historia de una
familia idílica que ve derrumbarse toda su existencia cuando unos delincuentes
matan a uno o varios miembros de su clan, momento en el que el cabeza de
familia se convierte en ángel de venganza. Por encima de la saga protagonizada
por Charles Bronson, metido en la piel del arquitecto justiciero Paul Kersey,
hay dos films que recuerdo con especial cariño: El expreso de Corea (John
Flynn, 1977) y Vigilante (William Lustig, 1982).
Sentencia de muerte nos presenta a
los Hume, una familia perfecta que lleva una vida sin sobresaltos. El padre, Nick (Kevin Bacon) tiene un trabajo
estable como agente de seguros; su esposa, Helen
(Kelly Prestron) le ama y resulta encantadora; el hijo mayor, Brendan (Stuart Lafferty) es un ídolo
que planea marcharse a Canadá a fin de convertirse en una estrella del hockey;
y el más pequeño, Lucas (Jordan
Garrett) siente por él una completa admiración. Una noche, tras un partido, Brendan
y su padre se paran a repostar combustible en una gasolinera, y mientras el
chico se encuentra comprando unas chucherías, una pandilla de delincuentes
atracan la estación de servicio matando al dueño y degollando a Brendan. Nick,
que no ha llegado a tiempo para salvar a su hijo, logra, tras un forcejeo, ver
la cara del asesino, Joe (Matt
O´Leary) que será arrestado por la policía al ser atropellado por un coche en
su huida. Cuando se celebra el juicio y sólo existe la posibilidad de que sea
condenado a un máximo de cinco años, Nick se retracta y dice ahora no conocer
al inculpado. Nadie comprende por qué ha dejado escapar al asesino de su hijo,
pero es que Nick piensa hacer justicia con sus propias manos, lo que no
mejorará las cosas pues su reacción despertará la ira del resto de la banda.
Estamos
ante una de esas típicas películas que la crítica más purista y “docta” despelleja
sin piedad, mientras, hacen piruetas verborreicas para elevar hasta las nubes
derramando almíbar sobre truños que no interesan a nadie, como los últimos
pestiños premiado en Cannes o Berlín. Yo, que me fumo un puro asqueado de tanta
ñoñería y babosería, siempre busco un hueco para disfrutar de una función donde
algo más fuerte y satisfactorio que el amor, la venganza de un alma herida,
hará llegar salpicones de sangre hasta la última fila de la platea. Sobre
todo si el ciego y salvaje justiciero está encarnado por Kevin Bacon, actor por
el que siento una gran afinidad y que hasta en los momentos de mayor dramatismo
es incapaz de desprenderse de su genuina mordiente cínica. Ni que decir tiene
que el argumento del film está más que trillado, de hecho se basa en una antigua
novela de Brian Garfield, el mismo autor que escribió el texto que sirvió de base para El justiciero de la ciudad (Michael Winner, 1974) creadora de toda una serie que
encorsetó a Bronson en papeles de vengador, de modo que el desarrollo de la
trama está cargado de tópicos y clichés
que se repiten de forma convencional; abriendo en canal la herida, yendo
directo al grano y ofreciendo el remedio para su cicatrización (recuerden a
Stallone en Cobra: el crimen es una
enfermedad y yo soy el remedio). Aunque el bueno de Wan, igual que hiciera Neil
Jordan en la mencionada cinta, eleva la voz de la conciencia –la detective
Willis- para que a nuestro héroe le aguijonee el sentimiento de culpabilidad.
Una película tiene que buscar la reacción
del público -da igual si positiva o negativa-, lo que no puede resultar es
aburrida, y Wan despliega una violencia sin límites buscando obscenamente esa
reacción en nuestras almas sensibles, sabe como manejar con habilidad las
trepidantes escenas de acción que hacen aflorar muecas de desagrado, los signos
del horror (espeluznante el asalto de los pandilleros a la casa de los Hume, o
ese enfrentamiento final, homenaje al referenciado Scorsese, entre Nick y
Billy), diseñando una febril puesta en escena cuyo desvaído tono cromático engendra
tensión ambiental, dejando retazos de gran cine que no olvidaré fácilmente (de
infarto el magistral plano secuencia de la persecución en el parking). Lo más flojo es, sin duda, la chirriante y atolondrada
banda sonora, tan descompensada como el jodido péndulo emocional que el
cineasta se empeña en hacer oscilar entre la acción y el drama, como si por el
hecho de situarse detrás de la cámara quedara manchado por la culpa. Entretenida
película de rebelión civil fascistoide, no tan políticamente incorrecta por su
ambiguo mensaje moral sobre el “ojo por ojo”, que hubiera resultado redonda si su
director, con mirada estrabica, no se deleitase mirando con un ojo la terrible
masacre y con el otro la llama de la conciencia alumbrando algún mandamiento de
la ley de Dios.
"UN CIUDADANO EJEMPLAR" (F. Gary Gray, 2009)
Un ciudadano ejemplar narra la historia de un hombre, Clyde Shelton (Gerard Butler) a quien todo su mundo se le derrumba
cuando su mujer y su hija son brutalmente asesinadas en su propia casa y en su
presencia sin que pueda impedirlo. Transcurridos diez años, uno de los
culpables está en la calle como consecuencia del pacto que establece con el
fiscal del distrito, Nick Rice
(Jamie Foxx). Incapaz de soportar tanta injusticia, Clyde comienza a cometer una
serie de asesinatos que nadie parece poder detener. Por supuesto, los
criminales serán las primeras víctimas de una venganza magistralmente diseñada.
Tanto el director F. Gary Gray (Negociador)
como el guionista Kurt Wimmer (Equilibrium)
nos suelen ofrecer propuestas estimulantes dentro de los parámetros del cine de
evasión, esta película es una buena muestra de ello además de representar una
contundente denuncia sobre el absurdo funcionamiento de un sistema judicial
inoperante, enredado en tecnicismos, subterfugios legales y una espesa
burocracia que parece buscar más la gracia del delincuente que alcanzar la meta
que se le supone. Como siempre que asistimos al estreno de una película de
vigilantes o justicieros, algunos críticos carcomidos por los complejos y
víctimas de una educación castrante, eructan la misma sinfonía para tildarla de
“fascista”, ignorantes ellos de que el rasgo más representativo de un
justiciero es su carácter celosamente individualista que le deja al margen de esa
sociedad que pretende defender, considerándose él mismo un luchador por la
libertad. Que les den, mi lado hedonista me lleva a recomendar esta entretenida
película a mis lectores porque, aunque todos somos conscientes de que nuestra
sociedad está regida por unas leyes para que no nos vayamos matando los unos a
los otros como en el salvaje Oeste, el
espectador empatiza con el protagonista, que tras el cruel asesinato de sus
seres queridos, ha pasado de ser un feliz y tranquilo padre de familia a convertirse
en un minucioso asesino sin escrúpulos, un sociópata tarado emocionalmente al
que sólo el deseo de venganza ha mantenido en forma, y que cuando estaba
necesitado de ella, la justicia le falló. Es el retrato de un extraño antihéroe
al que Gerard Butler dota de la ambivalencia moral y los suficientes
claroscuros como para resultar atractivo y perturbador.
Ceñida a ese subgénero tan popular ya de las venganzas personales, la
desasosegante Un ciudadano ejemplar está filmada con una factura profesional
impecable y una premisa que capta inmediatamente la atención del espectador
desde su abrupto comienzo; una impactante escena de violencia que aun con la
medida utilización del fuera de campo resulta dolorosa y difícil de digerir. He
dejado escrito en varias ocasiones que la venganza actúa como un mecanismo que
adquiere su propia lógica, y aunque no soy partidario de legitimar el “ojo por
ojo”-la violencia se retroalimenta y sólo genera más violencia-, todos esos
samaritanos de la buena moral y la integridad que nos gobiernan deberían de
reflexionar sobre la necesidad de endurecer las penas y velar porque no se
produzca un uso fraudulento de la ley. Como defensor de la ley, el orden y la
justicia, este cronista se quedaría más tranquilo.
El film no se entretiene demasiado en escudriñar tras los biombos de la
justicia, en donde abogados de prestigio hacen tratos contra toda ética y moral,
un salto temporal de diez años nos traslada desde el momento en que aquel padre
coraje derrotado e impotente se ha transformado en un genio maquiavélico
sumamente inteligente y cerebral, en una especie de superagente inmortal que ha
diseñado un plan maestro, de resonancias bíblicas, que si bien resulta
desmesurado y contra la lógica de la acción, hace fluir la testosterona con sus
ingeniosas ejecuciones para erradicar el Mal. Gary Gray sabe como dosificar las
sorpresas, y llegados al extravío final, que lamentablemente parece restablecer
el orden de las cosas, todavía resuena en mi caja cerebral una frase lapidaria
pronunciada por el desgraciado Clyde Shelton, que perdió su fe en la justicia:
“La justicia tiene que ser dura, sobre todo para aquellos que se la niegan a otros”.
Lo comparto absolutamente.
Hola Pedro. Un placer leerte, como siempre.
ResponderEliminar"La extraña que hay en tí" me parece una de la películas más minusvaloradas de su época. Amarga y sin concesiones (no se me olvida una de las frases de Jodie Foster ("esto no se supera, te conviertes en otra persona") fue injustamente tildada de fascista y reaccionaria cuando era una lúcida reflexión sobre la imposibilidad del regreso a tu más o menos acomodada vida cuando la violencia te ha golpeado sin piedad. Algo que parece que nos resulta difícil aceptar en este mundo en el que parece que el perdón y el olvido es obligatorio ( FARC, ETA...).
Un abrazo, compañero.
PD: ¿Has visto ya "Elle"? Tengo ganas de saber qué te parece.
Totalmente de acuerdo contigo y también para mi resultan un placer tus lúcidos comentarios. También fueron tildadas de reaccionarias "Taxi Driver" y "A la caza", por poner dos ejemplos, y hoy son reivindicadas como clásicas. Lo que hay es mucha hipocresía.
ResponderEliminarSí, he visto "Elle" y tengo pendiente la crítica para el fin de semana. Me ha gustado mucho, uno de los retratos femeninos más hipnóticos que he visto en los últimos años.
Un abrazo.