Dirigida por el inefable director
neoyorquino Sam Pillsbury, la trama nos presenta a Zandalee (Erika
Anderson) que vive en una pequeña ciudad de Nueva Orleans con su marido,
Thierry (Judge Reinhold), su
agradable vida se ve truncada con la muerte de su suegro. A partir de este
momento, su marido sólo se dedica a los negocios familiares y Zandalee se
aburre mortalmente. Un día conoce a Johnny
(Nicolas Cage) un amigo de su marido con el que iniciará una tórrida relación.
Subido a la estela de otros films eróticos
que triunfaron en la década de los 80, este zarrapastroso film, mezcla anodina
y torpe de thriller erótico y drama romántico, basa su trama en un triángulo
amoroso en donde la infidelidad de la mujer, liada con el mejor amigo de su
marido (un tipo con una personalidad muy alejada del susodicho) y que además se
lo cepilla estando el esposo en la habitación de al lado parece que puede
provocar cierto morbo… pero les aseguro ni siquiera ese malsana situación
resulta excitante, y la coletilla que lleva el título en español (En el límite del deseo) sólo sirve de pitorreo.
Dejando de lado un reparto absolutamente
negado para esto de la interpretación (sólo se salva Joe Pantoliano aunque raya
muy por debajo de su nivel) y un guión risible, en realidad, nada en la
película provoca el más mínimo frenesí (tal vez la lozana desnudez de la bella
Erika Anderson) y es que observar que un marido complaciente, de buenos
sentimientos y principios sea dueño de tan enorme cornamenta, sólo porque su
presunta esposa perfecta se aburra y se lance a la aventura en los márgenes del
deseo con un amante malote, provoca verdadera grima. Mas sí (que le den por
culo al spoiler) pronto adivinas que la cosa no terminará bien para ella. Pero el
paroxismo del jolgorio llega cuando es asesinada por un tipo que se llama Pepe,
como si eso fuera a hacer más digerible y cercana la bazofia. Un truño
importante.
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