lunes, 2 de octubre de 2017

CRÍTICA: "MADRE!" (Darren Aronofsky, 2017)


"MOTHER!" êêê
   
  
    Fue su ópera prima Pi, fe en el caos (1998) la película que dio un barniz de prestigio al director Darren Aronofsky y sentó las bases para que un devoto y selecto club de seguidores situara su nombre en un altar inaccesible. El film, rodado con un exquisito blanco y negro, cuenta cómo un brillante matemático descubre la decodificación del sistema numérico que rige el aparente caos del sistema bursátil. No obstante, su mejor obra la firma dos años después, Réquiem por un sueño (2000), un relato sobre la ambición y los sueños rotos que nos presenta a una madre que sueña con participar en su concurso televisivo favorito y su hijo y la novia de éste que sueñan con hacerse ricos vendiendo drogas. Tras esta escalofriante radiografía sobre las peligrosas adicciones y obsesivas ensoñaciones, estrena La fuente de la vida (2006) que sin ser un film detestable es su obra más floja. Levanta el vuelo con la rotunda y emocional El Luchador (2008), lo mantiene a duras penas con la sobrevalorada Cisne negro (2010) tal vez su película más aplaudida por el gran público, y sale mínimamente airoso con la irregular adaptación bíblica Noé (2014).

  
   Con un guión firmado por el propio director, Madre! nos narra la historia de una mujer (Jennifer Lawrence) que se queda sorprendida cuando su marido (Javier Bardem) un poeta al que han abandonado las musas, deja entrar en su casa a unas personas que no conoce. Poco a poco el comportamiento de su marido va siendo más extraño, y ella comienza a estresarse e intenta echar de su casa a toda esa gente desconocida que ha invadido su hogar.

     
   El comienzo de la función, sin apenas mecanismos narrativos, no da ni un segundo de respiro al espectador, y el director de origen polaco nacido en Brooklyn consigue tensionar el ambiente con un inquietante y enigmático prólogo que nos presenta a Jennifer Lawrence (actual pareja de Aronofsky) recorriendo las estancias de la mansión; inmediatamente el espectador intuye que algo va a pasar. Pero el caso es que sólo estamos ante la presentación de los personajes protagonistas: una pareja que vive aislada en un caserón en medio del campo que ella se encarga de reformar mientras él busca la inspiración para plasmar versos en papel en blanco. A los pocos minutos irrumpe en el hogar un desconocido visitante (Ed Harris), y a partir de ahí… el vértigo, el delirio, el caos, el averno, la tremenda sensación de que la armonía reinante ha mutado en desasosiego para siempre; ha bastado la chispa de una visita inesperada para dinamitar la paz y perturbar el sueño.


     Nunca le ha hecho ningún bien a Aronofsky ser tildado de visionario y desde hace algún tiempo se viene gestando una corriente crítica que le señala como un megalómano impostor. El director, poeta de las angustias existenciales y las pesadillas claustrofóbicas, lo sabe, y consciente de que casi siempre gana, se relame con la bilis de esos cafres fracasados. Sin ser una película redonda (lo podía haber sido sin ese desfasado final), Madre! amplifica la sensación de zozobra y desesperanza que siempre impregna la obra del director y plantea reflexiones sobre la sublimación del arte hasta niveles de misticismo y alucinación, denuncia el desprecio de la lírica del amor en aras de la fama y el poder, y se eleva como una metáfora sobre la maternidad como ofrenda maldita a un mundo decadente.

  
  Todo el corpus de la función, microcosmos construido con mínimos y sugerentes elementos, está dotado de una pátina multirreferencial que nos hace escuchar los ecos del Polanski de La semilla del diablo y El quimérico inquilino y tal vez el Buñuel de El ángel exterminador y el Haneke de Funny Games, pero con su habilidad para transgredir la literalidad narrativa y las formas estilísticas, escénicas y visuales, Aranofsky carga con la cámara al hombro para captar, de manera tan magnética como indeleble, el rostro de la mujer sufriente a la que da oxígeno una atormentada Jennifer Lawrence como epicentro de la tragedia –y el horror-, como contenedor de vida frente a la distraída misantropía  de su pareja, un Javier Bardem que pasará de la amargura al encantamiento, venerado como gurú de una peculiar secta de epígonos que ansía el sacrificio y contagia la fiebre.


   Abucheada en el pasado Festival de Cannes por los mismos críticos engreídos que orgasman con las más variopintas sandeces, Madre! se puede entender como una tétrica alegoría ecologista sobre la capacidad depredadora y destructiva de los seres humanos con su planeta (simbolizado por la casa), aunque el modo de desarrollar el relato dentro de ese subgénero llamado home invasion (invasión del hogar) me lleva a pensar en el aislamiento y la rabia del autor como ángel caído y amarrado a las cadenas del infortunio, que busca desesperadamente revitalizarse vampirizando la energía de sus devotos, elevándose así hacia la inmortalidad… o inmolándose en la hoguera de pasiones en un clímax arrebatador entre la anarquía y el éxtasis. 


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