Ópera prima del director británico Benedict Andrews, adaptación de una obra teatral, Una nos narra el reencuentro de una joven (Rooney Mara) con un hombre (BenMendelsohn) con el que tuvo una relación íntima cuando ella tenía 13 años. Han pasado 15 años desde entonces, y ella se ha convertido en una mujer llamada Una, y él se ha cambiado de nombre de Ray a Peter. El inesperado encuentro entre ambos sacudirá de nuevo sus vidas.
Tema peliagudo éste de las
relaciones sentimentales y sexuales entre adultos y menores de edad que nos
conduce al mito de “Lolita”. Cierto que el relato no imprime un corrosivo
arco dramático, aunque hay momentos (las confesiones de la pareja tras el
reencuentro en el lugar de trabajo de Peter) que pueden resultar lacerantes con
el apoyo emocional de unos flash backs muy bien diseñados que nos cuentan cómo
se gestó la relación tan lejana ya en el
tiempo.
Una vive esclava de aquellos
indelebles momentos que marcaron su pubertad y que nunca ha dejado que se
pierdan por el sumidero del olvido; Peter, que era el mejor amigo del padre de
Una, aunque mantiene los recuerdos intactos, tiene ahora una familia y una vida
acomodada, está muy bien considerado en su trabajo y no puede dejar que los
lacerantes fantasmas del pasado arruinen la vida que ha construido.
Aquí, el flamígero tema de la
pedofilia está tratado con una
sensibilidad insólita, y los intérpretes nos brindan una sentidas y creíbles
actuaciones, y aunque en el film no hay nada visualmente explícito que
escandalice, se hace necesario observar la expresividad de la pareja
protagonista para comprender la gama de grises que esconde una historia que
edifica su andamiaje sobre los límites y las obsesiones que pueden resultar
enfermizas a determinada edad. En los ojos de Rooney Mara hay más verdad que en
todas las líneas de diálogo, y es su hiriente desesperanza lo que nos hace
vislumbrar el vacío de su existencia.
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