viernes, 21 de abril de 2017

CRÍTICA: “PERSONAL SHOPPER” (Olivier Assayas, 2016)

       

"PERSONAL SHOPPER"  êêê


    El director francés Olivier Assayas tiene tras de sí una regular filmografía que comenzó a mediados de los ochenta con Desordre (1986) jugoso drama sobre unos jóvenes que quieren formar una banda de rock y que como no tienen medios roban los instrumentos y todo acaba en tragedia. Películas resultonas como El niño del invierno (1989) y París se despierta (1991) dos dramas sobre las consecuencias del amor, se alternan con experimentos notables como Irma Vep (1996) una sátira sobre el cine dentro del cine, films erráticos como Demonlover (2002) un absurdo neo noir, hasta llegar a la que es para mí la mejor producción de este cineasta: la serie televisiva Carlos (2010) sobre el famoso terrorista de los años setenta y ochenta que también tuvo su adaptación cinematográfica. Su penúltimo film, Sils María (2014) que cuenta también con la presencia de Kristen Stewart acompañada de Juliette Binoche, es un aseado drama que tiene como trasfondo el mundo del teatro.


    Personal Shopper sigue a Maureen (Kristen Stewart) una joven estadounidense en París que trabaja como asistenta del guardarropa de una celebridad. Aunque no le gusta su trabajo, es el único medio que tiene para pagarse la estancia en la capital francesa mientras espera una manifestación de Lewis, su hermano gemelo fallecido recientemente tras sufrir un ataque al corazón. Así, Maureen pasa algunas noches en una mansión vacía y comienza a recibir en su teléfono móvil extraños mensajes anónimos.


    Más que una clásica historia de fantasmas, aunque contenga algunas secuencias con apariciones espectrales, la nueva criatura de Olivier Assayas nos invita a reflexionar sobre la pérdida y el dolor, lo efímero de la existencia y su vacuidad, las insatisfacciones, la alienación y la hiriente soledad en un mundo en el que nos movemos de pantalla en pantalla y las nuevas tecnologías han devuelto a la gente a las cuevas, a refugiarse de un mundo hostil lleno de sinsabores y en donde el placer, también el llanto, es un desahogo solitario; la desnaturalización de las relaciones interpersonales y el aislamiento de una realidad cada vez más perturbadora, como comprobaremos en el tramo final.


     Como soy de los que piensan que la gente no cree en nada y sólo se interesa por vivir el momento, toda vivencia está presidida por un carácter de urgencia e inmediatez. Así, no hay pausa en la vida de Maureen (una Kristen Stewart que el día que deseche sus tics y muecas de niña estreñida se convertirá en una buena actriz), una mujer que vive entre el desasosiego de un trabajo insatisfactorio y estresante y el acoso del fantasma de su hermano que, desde su condición de médium que comparte con ella, la acecha y vive tras su aliento. Es tal vez lo más real de un mundo falso, lleno de lujos, imposturas y carencias afectivas.


   Assayas prolonga el misterio a través de la angustia de la protagonista, de su confusión e interrogantes. Desde la primera aparición de un ectoplasma en la decadente mansión hasta las adictivas conversaciones en el servicio de mensajería del iPhone, Maureen se pierde en un laberinto de espejos (o de pantallas) sin encontrar más salida que la desesperación, la insistente y latente sensación de que una presencia fantasmal sigue sus pasos y la abraza en la noche con la gelidez de un íncubo.


    Pero es que a medida que se desarrolla la trama, la vemos a ella vagar por la ciudad y las exclusivas tiendas como si de un espectro se tratara; sus contactos cotidianos son breves e insustanciales y su melancolía de alma en pena parece pertenecer ya a otro mundo. Un sangriento suceso final dará un giro a su vida y pondrá fin a su estancia en París para dirigirse al encuentro de su novio, al que sólo conocemos a través de videollamadas. Ha hecho falta una tragedia para que Maureen despierte a la realidad, pero allá donde vaya estará acompañada de su alma gemela…o la conciencia espiritual de en qué nos hemos convertido.  


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