“LAS HORAS
MUERTAS” (AARON FERNÁNDEZ, 2013)
No sabía nada de este director mexicano que
debutó en el año 2007 con Partes usadas, un drama adolescente sobre la amistad
y con la inmigración como trasfondo. Sin embargo, cuando llegó hasta mi su
nuevo y hasta la fecha último trabajo no me sentí decepcionado, porque Las
horas muertas, que parte de un guión del mismo director, nos muestra de manera
bifocal una realidad social dentro de un país tan peculiar como México y a la
vez nos sumerge en una historia intimista recreando una magnética atmósfera.
La historia sigue a Sebastián (Kristyan Ferrer) un
adolescente de 17 años que se ocupa solo de administar un motel en la desolada
costa de Veracruz. Miranda (Adriana
Paz) es una mujer que le dobla la edad y que tiene encuentros ocasionales en el
motel con Mario (Sergio Lasgón) su
amante. Pero Mario siempre llega tarde a los encuentros amorosos, por lo que
Miranda tiene que esperarle. Durante esas horas muertas, Miranda y Sebastián se
van a conocer y poco a poco van intimando a pesar de que los dos saben que lo
suyo es una historia pasajera.
Sebastián se encarga del cuidado del
motel porque su tío está enfermo y pendiente exámenes médicos, pero si al
principio el trabajo le podía ofrecer alguna motivación, poco a poco la abulia
y la monotonía se van apoderando de sus días en el motel. Miranda, una agente
inmobiliaria insatisfecha con su trabajo puede representar un punto de
inflexión en su vida, pero también en la de ella, cuyos encuentros sexuales con
Mario son cada vez más rutinarios y distantes. Aaron Fernández explora esas dos vidas que confluyen en un apartado
motel donde las horas se hacen eternas, el atisbo de ilusión de un amor que se
nos antoja imposible debido a los prejuicios sociales y a la mala conciencia
por la castrante educación recibida; así la historia de amor de Sebastián y
Miranda está coronada por un halo tan especial como efímero.
Ni que decir tiene que la belleza
inmarcesible de Adriana Paz brilla como el reflejo de la luna en un lago, como el fulgor extasiante de una estrella Sirio. Pero también Kristyan Ferrer se
desenvuelve bien en un relato que bucea por las emociones y los estados de
ánimo de los personajes. Y es que Aaron Fernández hace uso de larguísimos
planos y dilatados silencios para capturar la lentitud del tiempo en un lugar
que parece fuera de la órbita terrenal, y hacernos vivir la vertiente más
enternecedora del sexo que no siempre sigue una lógica interna. Un film digno
con una muy estudiada narrativa.
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