“NÉMESIS” êêê
La ópera prima del director francés Christophe Deroo parece que no ha
convencido a demasiada gente. No obstante, y teniendo en cuenta que ha sido
rodada en 12 días en unas condiciones precarias y con un presupuesto mísero, a
mí me ha parecido una obra digna que podemos entender como un homenaje al cine
setentero y ochentero de John Carpenter, David Lynch y, sobre todo, a la
magistral El diablo sobre ruedas (Duel, Steven Spielberg, 1973) que a
pesar de ser concebida para la televisión se estrenó en muchos cines.
La acción nos sitúa en un caluroso y
atemporal día en el Desierto de Mojave (California). Una luz roja potente
ilumina el cielo. Mientras tanto, Sam
(Rusty Joiner) un agente comercial cuarentón, transita con su coche por una
carretera que cruza los parajes desolados en busca de clientes. El terreno es inhóspito
y su esposa no responde a sus llamadas. Para colmo, su coche se avería, por lo
que Sam se convierte en prisionero de un ambiente hostil y fantasmal. Solo y
sin poder contactar, comienza a caminar hasta llegar a un hotel. En la radio
escucha un programa de entrevistas. Es entonces cuando descubre que un asesino
pedófilo va dejando un reguero de cadáveres por el lugar. A su vez, empieza a
recibir mensajes amenazadores en su busca. De repente, todo el mundo le
persigue y quiere liquidarlo. Sam no sólo tiene que sobrevivir al árido y bochornoso
ambiente, también a la implacable caza que se ha iniciado contra él.
Presentada en el pasado Festival de
Sitges en la sección oficial de largometrajes y estrenada en Francia con el
título de Némesis, estamos ante uno de esos relatos que generan
reacciones extremas entre los aficionados al género, pero está claro que, entre
los que la amen u odien, a nadie dejará indiferente. Y no precisamente por su
carga de violencia ni sus destellos de imaginería, sino porque muchos
espectadores se preguntarán por el sentido último que esconde la trama y la
atmósfera paranoica que envuelve la función. Para disfrutar de Sam
Was Here hay que olvidarse de todo esto y centrarse en la acción, en la
progresiva angustia que se va apoderando del protagonista, convertido sin motivos aparentes en presa de unos lugareños enmascarados y víctima de una especie de
conjura sin saber a qué intereses responde.
Sólo así se podrá saborear un film en el
que Rusty Joiner realiza un gran tour
de forcé rodeado de un clima opresivo y un suspense que irá in
crescendo al tiempo que su vida se ve amenazada. Con una eficaz música
electrónica a cargo de Christine (homenaje a Carpenter), que pone énfasis a la
atmósfera psicotrónica y kafkiana que se ve asistida por el polvoriento y
desolador paisaje que crea en el protagonista una insoportable angustia emocional
y el vacío desgarrador que supone el no poder contactar con su familia, pero
que está constantemente presente con la visión de ese gran oso de peluche que
ha comprado para regalárselo a su hija el día de su cumpleaños. Nuestro héroe,
que parece salido de un episodio de Dimensión
desconocida, se verá abocado a un
final horroroso de resonancia hitchcocknina, un final en el que un extraño locutor
de radio asoma como el cerebro detrás de la infernal trama. Será su adiós a un
mundo desquiciado y sus inextricables avatares.
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