“SONATINE”
Thriller - Japón, 1993 -
93 Minutos.
Director: Takeshi Kitano.
INTÉRPRETES: Takeshi Kitano/”Beat” Takeshi, Aya Kokumai, Tetsuo
Watanabe, Masanobu Katsamura.
Takeshi Kitano es la figura más
relevante y emblemática de la actual cinematografía japonesa, artista
polifacético -showman, pintor, poeta, director, actor- y auténtica
estrella multimedia en su país natal, sigue siendo, sin embargo, poco conocido
en Europa. Cuando en 1997 su película Hanabi
(Flores de fuego) se alza con el León de Oro en la Mostra de
Venecia, obtiene el reconocimiento occidental tanto de crítica como de público.
“Beat” Takeshi -nombre que adopta para sus intervenciones como actor- nace en
el año 1947, tras sus estudios de ingeniería se lanza a vivir como un hippy y
empieza a ensayar para ser actor cómico, más tarde un programa de televisión le
convierte en un fenómeno de masas. En el año 1983 trabaja como actor en ¡Feliz navidad, Mister Laurence!,
un film de su compatriota Nagisa Oshima. Su estreno como director se produce en
el año 1989 con Violent cop, a la que siguen Boiling point (1990), A
scene at the sea (1991), Getting
any? (1994), Kids return (1996) y la ya citada Hanabi. Por citar algunos de los
films que ha dirigido en el nuevo milenio
haré mención a El verano de Kikujiro
(1999) una comedia tontorrona e infantil, Brother
(2000) otra vuelta de tuerca a la temible yacuza, y Dolls (2002) un sentido canto a la belleza. El film más
destacable que ha realizado en la última década es Zaitochi (2003) sobre un
vagabundo ciego que resulta ser un maestro con la espada, aunque no está nada
mal la comedia negra Aquiles y la tortuga (2008).
Sinopsis: Murakawa (“Beat” Takeshi) es un violento gángster de la yacuza que
harto ya de la vida que lleva quiere cambiar y plantearse su retiro. Pero,
mientras tanto, su organización mafiosa le envía con sus hombres a Okinawa,
como refuerzo de una banda criminal en sus enfrentamientos con otro grupo de
hampones rivales, una lucha en la que muchos de sus hombres perderán la vida.
Murakawa y los supervivientes desaparecen y se refugian en una casa solitaria
cerca de la playa. Parece que el tiempo se ha detenido, los muchachos ocupan el
tiempo entre combates de sumo, cantando y jugando a la ruleta rusa, se
preguntan si esa quietud del retiro es sólo la calma antes de la batalla, o por
el contrario, su jefe , cansado y hastiado, ha iniciado ya la retirada.
Siempre ha ejercido en mí un hechizo
fascinante la contemplación en la pantalla de un hombre que camina, me gusta
especialmente seguir las huellas de un individuo andando entre la vorágine y el
tumulto de la gran urbe, transitando por las enormes y lujosas avenidas,
deambulando por oscuros e inquietantes callejones periféricos, por polígonos
industriales plagados de almacenes y talleres con persianas metálicas, de día y
de noche, alguien que camina perdido, abstraído, desafiante, por las
bifurcaciones de las entrañas de la ciudad. Desde que vi su primera película, Violent cop, esto fue lo que más
me llamó la atención. No hay nadie que sepa mostrar mejor que Kitano al
caminante -tal vez Scorsese en algunas secuencias de Taxi Driver, o tal vez Melville en El silencio de un hombre- fijando además toda la amplitud de
su mirada sobre el verdadero protagonista de la jungla. Lo cierto es que a
“Beat” Takeshi le gusta caminar, le gusta tanto como a Kitano filmarlo y a mí
contemplarlo.
Sonatine
es una obra maestra absoluta,
sigilosa, introspectiva, de una violencia poética y una brillante inspiración
visual e intimista. El diminuto cineasta japonés nos dibuja una playa limpia,
de arena blanca, un mar y un cielo azul reflejo de ese enclave idílico, en ese
marco paradisiaco destacan las negras pistolas como emblemas infernales,
eficaces instrumentos para robar con rapidez la vida. Murakawa sonríe con
placidez jugando a la ruleta rusa, el frío hierro contra la sien provoca en él
sólo una sonrisa, un guiño más que la ceremoniosa atracción de la muerte ejerce
sobre Kitano. Un director que sabe como pocos embelesar con las imágenes,
recrearse en el silencio con la naturalidad de un observador recluido.
La belleza como último confín. Belleza y
muerte, una constante no sólo suya, también de su compatriota el gran novelista
Yukio Mishima, almas gemelas en el país del sol naciente, donde el suicidio es
una ciencia. En Sonatine nada
es espectacular, los yacuzas se divierten, juegan y ríen alejados del peligro,
triste contraste para las visiones explosivas, los recuerdos sangrientos, el
daño en la memoria que golpea al escéptico Murakawa, haciendo evidente su
fracaso y su abandono existencial. Nada es gratuito o superficial en esta
historia; la relación que inicia con la mujer a la que libra de ser violada,
desemboca amargamente en el interior de un coche. Punto y final, mirada límite
de un héroe solitario y afligido. Grandioso ejemplo que nos muestra con nitidez
el cine como lo que simplemente es: un arte.
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