Huevos de oro y falo de hormigón
Huevos de oro es la
historia de un braguetazo, un relato sobre la ambición desmedida en los años
del ladrillo, la especulación inmobiliaria y el culto a la riqueza. Benito González (Javier Bardem) deja
Melilla tras terminar la mili y sufrir un desengaño amoroso. Decidido a
triunfar, nadie puede interponerse entre él y sus grandes sueños. Para
conseguirlo, se casa con Marta
(María de Medeiros) la hija de un rico banquero, que le servirá de trampolín
para construir un gran rascacielos en Benidorm, que es lo que más desea, un
símbolo, tan hortera como él, de la riqueza acumulada. Todo empieza a ir mal
cuando los líos de falda le traicionan, pues además de seguir manteniendo una
relación extramarital con su antigua novia, Claudia (Maribel Verdú) que se convertirá también en amante de su
suegro, la obra del edificio será paralizada debido a la falta de permisos y la
baja calidad de los materiales empleados. La avaricia de Benito y su filosofía
de los doses: dos huevos, dos mujeres, dos casas, dos coches, dos Rolex… acabará
pasándole factura y siendo arrastrado por una bailarina fogosa, Ana (Raquel Bianca)
a Miami, donde vivirá una vida anodina y mísera.
¿Sabes por qué los españoles están siempre de
mal humor? Por los garbanzos, lo garbanzos dan mala leche y a mí me encantan.
En mi labor de
seguir revisionando la obra del fallecido Bigas
Luna, un director por el que siempre he sentido debilidad, una simpatía sin
límites, le toca el turno a Huevos de oro, segunda entrega de la
Trilogía Ibérica tras Jamón, jamón (1992), y de las tres,
la película que contiene la crítica más enfática sobre cuestiones políticas y
sociales, sobre una manera de prosperar y una época, los años del pelotazo
inmobiliario en los que florecieron los constructores sin escrúpulos que,
ayudados por políticos corruptos, se montaron en el dólar a través de una
burbuja especulativa y una fiebre de expansión económica que escondía un gran
timo, un lacerante espejismo. El último gran erotómano de nuestro cine, le
sirve a Javier Bardem uno de los
mejores papeles de su iniciática carrera para construir una fábula moral sobre
el enriquecimiento rápido y el poder proyectando un paralelismo entre su sueño
de construir el rascacielos más alto dela ciudad y la virilidad de un trepa grosero
y hortera llamado Benito, un garrulo, zopenco machista que usa a las mujeres
como objetos de los que presumir y lograr sus objetivos.
“No sé cómo me he podido enamorar de
alguien a quien le gusta Julio Iglesias y que se llama Benito”
A Bigas Luna interesa muy poco tratar
con sutilidad a unos personajes vomitivos que saben que van a despertar nula
empatía en el público, de ahí que la caricatura sea la opción elegida con la
convicción de que no puede haber nada exquisito ni sofisticado en una pléyade
de individuos que sólo son meros instrumentos para el sorprendente ascenso de
ese macho ibérico arribista, cateto, egocéntrico y palurdo al que le gusta oler
los sobacos femeninos velludos. Tontos útiles que tienen que soportar sus
horribles gustos, excentricidades, manías y sus hirientes humillaciones, un
registro en el que se mueve como pez en el agua Javier Bardem.
“En lugar de depilarte
tanto podías usar más el bidé”
Desplegando su
habitual simbolismo fálico, con una peculiar puesta en escena e incluyendo
imágenes oníricas de un alucinado surrealismo daliniano, Huevos de oro es una cinta desmesurada,
tan dolorosa como entrañable, una sátira lacerante, una tragicomedia grotesca y
excesiva que a fuerza de exacerbar el mito del self-made-man ibérico, retratado
desde una distancia premeditada, se impone como una mordaz denuncia que levanta
acta sobre la más cruda realidad: los métodos mafiosos utilizados por los
lobbies financieros, empresariales y políticos para hacer grandes fortunas en
las últimas décadas, sin atender a ningún principio salvo sus propios intereses.
¿Por qué tienes dos
Rolex? Si tengo dos huevos ¿por qué no puedo tener dos Rolex?
El itinerario que
sigue Benito (Melilla, Benidorm, Miami), desde lo más bajo hasta llegar a la
cima para comprobar que más dura será la caída, rebosa caspa nacional y
cutrerío, y a uno no le queda otro remedio que sonreír con la estampa de Bardem
vestido con un batín de leopardo, en calzoncillos, con una barretina y sus dos
Rolex… y, como fondo, ese escenario crepuscular del Benidorm de los 90, ciudad
costera icónica de la construcción desaforada, la cultura del ladrillo y la
corrupción endémica existente en aquella bella región mediterránea. Huevos de oro es,
intencionadamente, una colección de tópicos hipervitaminados, de situaciones
repelentes y chabacanas, con diálogos que rozan el ridículo y mediocres
interpretaciones de un reparto que, salvo Bardem, no se toman la función en
serio, pero que nos regalan una retahíla de generosos desnudos que ponen una
nota picante a una ciénaga por donde sólo se mueve escoria humana y que acabará
derivando en la moraleja de “cada cual tiene lo que se merece”, con esa patética
escena final de Benito llorando mientras arranca el bidé. Papelito para Benicio
del Toro que aparece acreditado como Benisio. En fin, edificación descontrolada,
corrupción, sexo compulsivo, cutrerío, paella, mariscos y deportivos rojos. Un bonito
belén, vaya.
Aunque está siempre a un paso de la caricatura, Luna y Bardem imprimen convicción a esta tragedia, que contempla la cultura del pelotazo y la fiebre del ladrillo anticipándose una década a su momento álgido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Correcto. Y, además, pudimos disfrutar de la visión de los lozanos cuerpos desnudos de Maribel Verdú y Raquel Bianca, que no eran moco de pavo en 1993. Queda confirmado que entonces gozábamos de una mentalidad más libérrima. Nos damos cuenta ahora, que sufrimos esta sociedad tan gazmoña y encolerizada. ¡Pobres hijos míos!
ResponderEliminarUn abrazo.