Basada en la magnífica novela homónima de Manuel Vicent y un
flojo guión firmado por Rafael Azcona, Son de mar está lejos de mis
películas favoritas de Bigas Luna,
el eterno erotómano (Bilbao, Caniche, Jamón,
jamón), un film que no logra atrapar el espíritu dramático y romántico
de la novela del escritor valenciano pero que tampoco calificaremos de
despreciable. Tal vez, ni siquiera Luna se lo propuso, aunque muchos en su
momento pensamos que si el texto estaba predestinado a contar con una
adaptación cinematográfica, sería el cineasta catalán quien la llevaría a cabo,
ya que cuenta con muchos de los elementos que conectan la obra literaria con el
universo de las últimas obras de Bigas Luna: el Mediterráneo, el erotismo, la
pasión, la gastronomía e incluso la especulación inmobiliaria que ya apareció
en Huevos
de oro. Se podría decir que es
una pieza absolutamente coherente dentro del engranaje último de la filmografía
de su autor.
Son de
mar nos sitúa a finales del verano en una pequeña localidad levantina bañada
por el Mediterráneo. Hasta allí llega Ulises
(Jordi Mollá) para trabajar de profesor de literatura en un instituto. En el
pueblo conoce a Martina (Leonor
Watling), una bella y sensual muchacha que trabaja con sus padres en la pensión
donde Ulises se ha instalado. Los jóvenes se casan y tienen un hijo, pero poco
después Ulises desaparece enigmáticamente en el mar mientras pescaba. Martina
vuelve a casarse con Alberto Sierra (Eduard Fernández),
un rico constructor.
Son
de mar es un film calculadamente esteticista. La excelente luz de José Luis Alcaine hace brillar de forma
intensa el hermoso y soleado escenario bañado por el Mediterráneo y resulta
ideal para desarrollar las lúbricas pasiones del director creando una atmósfera
cálida y serena y dibujando preciosas postales. Las escenas eróticas se ven
potenciadas por la presencia sublime y estimulante de Leonor Watling, atrapada
en las escalas de una relación amorosa triangular y en un espacio rebosante de
simbolismo sobre la cultura mediterránea, en donde, como siempre, tiene un
papel predominante la gastronomía. Así, Son de mar huele a paella, a sepias
y a naranja, también al salado sabor del sexo bañado en aguas cálidas. La personalísima mirada de Bigas Luna (tras
la fallida Volaverunt), gira de nuevo
al universo que le llevó a filmar sus obras más populares en la última década,
y pone todos sus sentidos en construir un historia de amor, pasión y sexo sobre
el aparataje incierto de un relato que fluctúa entre la oda romántica y la
tragedia helena, donde el mar se convierte en un personaje más que separa
o anuda a los tres amantes. Ejercicio
lírico y fábula homérica de exaltación sentimental y deseos incendiados que
convierte a Martina en el alma de la película, en un tótem sagrado, en la
sirena, frágil, angelical, cercana y carnal que espera el abrazo ardoroso y
ansiado del amante.
¡Qué guapa, Leonor Watling!
ResponderEliminar¡Maravillosa!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar