Otro pestiño para la colección
“TAXI A
GIBRALTAR”
(Alejo Flash, 2019)
El tal Dani Rovira hace películas como churros y me temo que dentro de
pocos años contará con una filmografía parecida a la de Nicolas Cage pero aún
más zarrapastrosa. Incluso hay meses que coinciden en la cartelera dos estrenos
suyos, como fue el caso de Superlópez y Mi Amorperdido (así, todo
junto) lo que representa una verdadera tortura. En este nuevo pestiño titulado Taxi
a Gibraltar, que está dirigida por el argentino afincado en España Alejo
Flash (Sexo fácil, películas tristes, un film mucho más aseado que el
que nos ocupa), nos presenta a dos hombres desesperados en un loco viaje a
Gibraltar: León (Dani Rovira) un
taxista acosado por las deudas y enfadado con el sistema y el mundo en general,
y Diego (Joaquín Furriel) un
argentino tan encantador como embaucador que acaba de salir de la cárcel. En el
camino, se cruzan con Sandra (Ingrid
García Jonsson), una alocada joven que está espantada con la vida que lleva.
Tres personas sin rumbo que se embarcarán en la mayor aventura de sus vidas:
encontrar el cargamento de oro perdido en los túneles del Peñón de Gibraltar.
Una aventura en la que los tres descubrirán los verdaderos valores de la vida.
Alejo Flash nos presenta una road movie
que acapara todos los clichés posibles para armar una comedia blandita y
tontorrona partiendo de una leyenda urbana: los lingotes de oro escondidos en
los túneles de Gibraltar desde el asedio alemán a Gran Bretaña durante la
Segunda Guerra Mundial. Como premisa o MacGuffin cualquier cosa puede servir
siempre que la narración tenga una cierta coherencia, que algunas briznas de
humor salve de la quema el invento y que el formato road movie contenga alguna
lógica interna.
Nada de esto ocurre en Taxi a Gibraltar: chistes burdos sobre
la identidad o nacionalidad de los personajes, diálogos simples con escasa
gracia centrados en los problemas del taxista León, asfixiado por la hipoteca,
con un hijo en camino y la dura competencia de las VTC, o el pícaro argentino
al que da vida con poco chispa el argentino Joaquín Furriel, obsesionado con el
oro de Gibraltar. A ellos se unirá una novia que escapa de su propia despedida
de soltera. Un disparate que no aporta nada nuevo y para el que hay que dejar
suspendida la credibilidad en situaciones que provocan sonrojo. De las
secuencias con una mínima acción, mejor no hablamos.
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