Faltaba la versión Disney
“EL CASCANUECES Y LOS CUATRO REINOS”
ê
(Lasse Hallström, Joe Johnston, 2018)
El cuento de E.T.A Hoffmann ha tenido
múltiples adaptaciones desde la ya lejana película de animación soviética de
1973 El
Cascanueces (Boris Stepantsev), algunas de ellas realizadas para la
televisión y otras con personajes reales como la dirigida por Andrei
Konchalovski en el año 2010. Para el arriba firmante, ese primer film fue el
mejor seguido de la canadiense El Príncipe Cascanueces (Paul Schiblig, 1990).
Poca cosa representa esta nueva adaptación codirigida (en partes) por el sueco
Lasse Hallström y Joe Johnston. Veamos: Todo lo que quiere Clara (Mackenzie Foy) es la llave que abre una caja que contiene un
regalo muy valioso de su fallecida madre. En la fiesta anual de los
Drosselmeyer encuentra una pista que le lleva a la llave, pero esta desaparece
en un mundo paralelo. Allí conocerá a Phillip
(Jayden Fowora-Knight), a una banda de ratones y a los Tres Reinos: la
Tierra de la Nieve, la Tierra de las Flores y la Tierra de los Dulces. Clara y
Phillip tendrán que enfrentarse al Cuarto Reino, donde reside la cruel Madre Ginger (Helen Mirren) para
recuperar la llave y devolver la armonía al mundo.
Flojísima
versión Disney del clásico y entrañable cuento que seguramente reventará la
taquilla con un público infantil que si ya tienen un poco de criterio
abandonarán la sala decepcionados por la birriosa calidad del invento. Y es que
el guión no pasa de ser un mediocre pastiche que nunca se acopla a la elegante
coreografía y los majestuosos efectos visuales que, con un tono colorista, dan
forma a un fantástico decorado que acoge a personajes insustanciales, sin
profundidad psicológica. Un
desequilibrio evidente que hace que la presencia de nombres tan destacados como
los de Helen Mirren, Keira Knightley y Morgan Freeman sólo figuren para dar
caché a la función. Hablamos de más de 130 millones de dólares invertidos y dos
directores (Hallström tuvo que dejar su sitio a Johnston porque lo que entregó
no convenció a los productores) para tratar de construir el oscuro barroquismo
salido del imaginario de Hoffmann, pero que con ambientación navideña no
funciona como fábula metafórica sobre el tiempo y sus recónditos mecanismos y
deriva en simples batallas épicas y paseos por reinos de fantasía. Para colmo,
y como guiño a los popes de la integración racial, el Príncipe Azul es negro.
Como diría Trapero, pues molt bé.
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