viernes, 7 de diciembre de 2018

"EL CASCANUECES Y LOS CUATRO REINOS" (Lasse Hallström, Joe Johnston, 2018)


Faltaba la versión Disney
 EL CASCANUECES Y LOS CUATRO REINOS  ê
(Lasse Hallström, Joe Johnston, 2018)
    
  
   El cuento de E.T.A Hoffmann ha tenido múltiples adaptaciones desde la ya lejana película de animación soviética de 1973 El Cascanueces (Boris Stepantsev), algunas de ellas realizadas para la televisión y otras con personajes reales como la dirigida por Andrei Konchalovski en el año 2010. Para el arriba firmante, ese primer film fue el mejor seguido de la canadiense El Príncipe Cascanueces (Paul Schiblig, 1990). Poca cosa representa esta nueva adaptación codirigida (en partes) por el sueco Lasse Hallström y Joe Johnston. Veamos: Todo lo que quiere Clara (Mackenzie Foy) es la llave que abre una caja que contiene un regalo muy valioso de su fallecida madre. En la fiesta anual de los Drosselmeyer encuentra una pista que le lleva a la llave, pero esta desaparece en un mundo paralelo. Allí conocerá a Phillip (Jayden Fowora-Knight), a una banda de ratones y a los Tres Reinos: la Tierra de la Nieve, la Tierra de las Flores y la Tierra de los Dulces. Clara y Phillip tendrán que enfrentarse al Cuarto Reino, donde reside la cruel Madre Ginger (Helen Mirren) para recuperar la llave y devolver la armonía al mundo.

   
   Flojísima versión Disney del clásico y entrañable cuento que seguramente reventará la taquilla con un público infantil que si ya tienen un poco de criterio abandonarán la sala decepcionados por la birriosa calidad del invento. Y es que el guión no pasa de ser un mediocre pastiche que nunca se acopla a la elegante coreografía y los majestuosos efectos visuales que, con un tono colorista, dan forma a un fantástico decorado que acoge a personajes insustanciales, sin profundidad psicológica. Un desequilibrio evidente que hace que la presencia de nombres tan destacados como los de Helen Mirren, Keira Knightley y Morgan Freeman sólo figuren para dar caché a la función. Hablamos de más de 130 millones de dólares invertidos y dos directores (Hallström tuvo que dejar su sitio a Johnston porque lo que entregó no convenció a los productores) para tratar de construir el oscuro barroquismo salido del imaginario de Hoffmann, pero que con ambientación navideña no funciona como fábula metafórica sobre el tiempo y sus recónditos mecanismos y deriva en simples batallas épicas y paseos por reinos de fantasía. Para colmo, y como guiño a los popes de la integración racial, el Príncipe Azul es negro. Como diría Trapero, pues molt bé. 

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