sábado, 22 de diciembre de 2018

CRÍTICA: "COLD WAR" (Pawel Pawlikowski, 2018)


La obra maestra de 2018
“COLD WAR” êêêêê
(Pawel Pawlikowski, 2018)
     
   
    El director polaco Pawel Pawlikowski lo ha vuelto a hacer. Tras la magistral Ida (2013), un film que no sólo nos hizo recuperar las sensaciones de un cine perdido proyectando un volcán de emociones, también sirvió como sutil y dolorosa visión de los desolados parajes del alma, la imposibilidad del olvido y el error de transitar por el presente sin tener en cuenta el pasado, nos presenta una nueva obra maestra con la Guerra fría como telón de fondo. Cold War es una apasionada historia de amor entre un director musical, Wiktor (Tomasz Kot) y una aspirante a cantante, Zula (Joanna Kulig), son de diferente origen y temperamentos absolutamente incompatibles, pero el destino les condena a estar juntos.


    La acción nos sitúa en el marco hermético, desolador y asfixiante de la Polonia de 1949 (el relato se extingue en 1964 transitando también los escenarios de París y Berlín), cuyo control político, económico y social estaba bajo la mano de hierro de la Unión Soviética, un escenario en donde difícilmente pude aflorar algo que no esté contaminado por la angustia y la tristeza. Pero es allí donde comienzan una tortuosa historia de amor Wiktor (un músico a quien el gobierno le encarga que el folclore regional se convierta en un instrumento propagandístico más del régimen a mayor gloria de uno de los más feroces y sádicos asesinos de la historia, Stalin), y Zula a la que persigue un pasado tormentoso en el que estuvo a punto de matar a su padre para que cesaran sus abusos. Pero es un amor destinado a la perdición, un fatalismo que nace de las circunstancias represivas reinante en los países del Telón de Acero, pero también de la imposibilidad de conjugar dos vidas errantes que iluminan el amor, el deseo y el fracaso de una vida juntos.

   
   Cold War es una historia triste en una época triste en lo político y lo íntimo, plomiza, rebosante de burócratas, espías y asesinos. Lo reafirma la bellísima textura en blanco y negro que ancla la mirada en un paisaje gélido, afectado por las ruinas y las miserias de la reciente guerra. El dolor de una herida abierta en millones de almas devastadas. Wiktor se exilia en París, Zula seguirá formando parte de los coros y danzas lanzando odas al nuevo orden impuesto por Moscú. Y la cámara sigue de manera obsesiva su pasión y devaneos, en la distancia, en sus encuentros, en sus penurias y desvelos. En Cold War todo está impregnado de una cáustica melancolía, de una guerra fría en los vastos páramos de los corazones, del contigo ni sin ti tienen mis males remedio, del desgarro emocional de dos seres que inician, en una atmósfera de humo, alcohol, música y desesperanza, una aventura de destino incierto. Porque lo peor del amor, dijo Stendhal, es su incertidumbre. Con un control excelente del tiempo y la elipsis, estamos ante una historia de amor tan épica como trágica, dos amantes que se vacían y lo dan todo el uno por el otro hasta cruzar la oscuridad, en uno de los desenlaces más bellos y lacerantes que jamás se han visto en una pantalla. Obra maestra redonda, total y absoluta.

2 comentarios:

  1. A mí también me gustó mucho, aunque su carácter elíptico parece haber despistado a algunos espectadores.

    ¡Felices Fiestas!

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  2. Junto con Burning y Roma, han logrado subir el nivel de este año que se agota.
    Un abrazo.
    ¡Feliz Navidad!

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