"BETTY BLUE" (Jean-Jacques Beineix, 1986)
Jean-Jacques
Beineix logró un gran éxito en las taquillas francesas partiendo de un
guión propio basado en la novela de Philippe Dijan que narra la historia de Betty (Bétrice Dalle) y Zorg (Jean-Hugues Anglade) una pareja
de apasionados amantes que viven en una cabaña en la playa. Él es un manitas
que se gana la vida haciendo pequeños trabajos que le permiten sufragar los
gastos diarios y pagar las facturas. Su vida tranquila y pacífica transcurre
trabajando en unos bungalows de la playa y escribiendo en su tiempo libre. La relación
con Betty es al principio puramente sexual, pero con el paso de los días, Zorg
será consciente de que su bella y salvaje amante se empieza a descontrolar, que
la mujer que ama y desea enferma lentamente.
Sabemos que Betty dejó su trabajo de
camarera porque su jefe la acosaba, ahora ella anhela una vida mejor. Un día,
el jefe de Zorg le encarga que pinte 500 bungalows que están en la playa,
aunque él le hace creer a Betty que sólo es uno. Cuando ella se entera del
número real, entra en cólera. Su airada respuesta no se hará esperar y le pinta
el coche de rosa al jefe de Zorg, al que acusa de abuso y sobreexplotación a su
compañero. El deterioro mental de Betty causa dolor e impotencia en Zorg.
Con el título original 37º le matin, Beineix dirigió
esta historia de una pasión obsesiva, de un amor enfermizo que con tres horas
de metraje en la versión del director representó un hito y paradigma del cine
de autor postmoderno de los 80, un relato en donde las escenas de sexo y desnudos
representan un refugio ante la soledad y una metáfora sobre la indefensión más que
una oda festiva al erotismo.
Enorme
historia de amor en la que Zorg lo da todo por la persona amada, y juntos
recorrerán el sendero del deseo y la locura, un trayecto impredecible en donde
Betty impone la vitalidad, la energía, la luz y los sueños hasta que la deriva
de su enfermedad psíquica la hace cada vez más vulnerable y frágil. Es lo que tiene el amour fou, que nunca se
sabe por qué derroteros acabará bifurcándose. Pero es tan romántico y tentador dejarse
arrastrar por la vida intentando desbrozar un camino cuyo final se adivina tan
poético como trágico.
Con Betty Blue el espectador comprende
que finalmente la amistad se impone al amor, que quizás éste sea un sentimiento
más fuerte y sincero. Betty y Zorg se beben la vida a tragos como si no
existiera un mañana, pero el drama sobrevuela aunque nunca afecte o domine al
amor puro y verdadero. Con grandes interpretaciones de la pareja protagonista y una impresionante
fotografía de Jean-François Robin sirve para dar énfasis a un fresco sobre el
sentimiento espiritual y carnal llevado al paroxismo, sin normas ni prejuicios,
lejos de convencionalismos, un amor empujado por la imperiosa necesidad de
derribar muros allí donde el tiempo agoniza en su letargo. Una de las películas
más rabiosamente románticas de los 80.
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