En esta ocasión con la excusa de los
tejemanejes de la mafia rusa asentada en Londres y transitando el género noir,
como ya hiciera en su anterior y excelente trabajo, Una historia de
violencia (2005), y en otras ocasiones inundando el universo de la
ciencia-ficción con la estética y la filosofía de la nueva carne (ese mundo
habitado por extraños parásitos, enfermedades venéreas, carne en continua
mutación y excéntricos comportamientos sexuales), el realizador canadiense David
Cronenberg (Toronto, 1943) es un caso peculiar dentro del actual panorama
cinematográfico, porque con un increíble dominio, dejando atrás aquella etapa
que le valió ser coronado como “El rey del terror venéreo”, ha sabido
reformular el thriller imprimiendo al género un sello personal y
haciendo uso de una maestría y una precisión envidiable. Cuando pasen los años
y exégetas e historiadores de este invento repasen de manera sesuda la
trayectoria de este autor, destacarán el giro -o trazo- de esta nueva fase que,
aparentemente, cubre de cemento los despojos de laboratorio, dependencias
obsesivas y transmutaciones, para abrirse camino por laberintos donde
perseguimos sombras más reales -si cabe más siniestras-, tal vez procurando
subrayar que la edad y el grado de sensatez adquirido han llevado al cineasta a
decantarse por historias más lineales e inteligibles. La reflexión es errática
si pensamos en esos calificativos como sinónimos de cine meramente comercial,
Cronenberg no ha mutado, su talento atormentado sigue rastreando las llagas de
un mundo en tinieblas, la naturaleza oscura, torturada del alma y su imposible
liberación.
Promesas del este se abre de forma magistral con dos escenas de violencia demoledoras. En la primera, asistimos al chapucero asesinato de un hombre con una navaja barbera en una peluquería. Seguidamente, una adolescente embarazada, Tatiana (Sarah-Jeanne Labrosse) entra en una farmacia gravente herida y perdiendo mucha sangre. Tatiana es trasladada urgentemente a un hospital donde fallece después de dar a luz un bebé, sus únicas pertenencias son un diario escrito en ruso y entre sus páginas la tarjeta de un restaurante. Anna (Naomi Watts) la comadrona que atendió a la chica en el parto, está intrigada por saber las confesiones escritas en el diario, por lo que siguiendo el rastro de la tarjeta, concierta una cita con Semyon (Armin Mueller-Stahl) un anciano de apariencia respetable y trato afable que utiliza el restaurante como tapadera para las actividades criminales de una organización mafiosa afincada en Londres. Semyon tiene un hijo crapuloso y con males pulgas, Kirill (Vincent Cassell), que siempre va acompañado de un hombre de confianza que además ejerce como chófer, Nicolai (Viggo Mortensen). Los caminos de Nicolai y Anna acabarán cruzándose de forma fatal cuando comiencen a conocerse los horrores sexuales descritos por Tatiana en el diario, una prostituta de catorce años al servicio de los mafiosos, la verdadera implicación de Semyon en su muerte y el interés de Nicolai por ascender dentro de la familia mafiosa.
A veces las historias más terribles ocurren en navidad, ese es el
espacio temporal en donde el director sitúa su desgarrador relato, otra
historia de violencia, redención, traición sin límite y falsas identidades. Promesas del este es una majestuosa obra maestra que, como una muñeca rusa, esconde secretos
-en ocasiones inconfesables-, personajes que surcan anhelos y suspiran en
soledad por la ausencia, concernidos por
los desengaños y la evocación melancólica. El maestro Cronenberg confirma su
gran momento de forma y sus especiales dotes para el thriller tomando
como base un rotundo libreto firmado por Steve Knight y la exultante luz creada
por Peter Suschitzky, que retrata de manera sórdida y romántica un Londres
umbrío, como un circuito cerrado donde todas las voces acaban ahogándose en el
Támesis. La película pasa como un suspiro, cada plano, cada fotograma
desprende un poder hipnótico de imposible inhibición, las imágenes surgen
vigorosas acompañadas de una narrativa sublime, al hilo de que cada sílaba,
cada gesto, cada mirada, tiene un interés crucial, una cascada de emociones que
no parece tener fin, ni deseamos que lo tenga.
Nos encontramos ante un excelente ejemplo de cine que combina la mirada
de autor (exponiendo diáfanamente los rasgos de su personalidad), con el tirón
en taquilla, para cuyo fin se hace especialmente atractivo su elenco, con un
disoluto Vincent Cassell al que le importa más la riqueza y el poder que la
lealtad y los lazos familiares, una Naomi Watts deslumbrante en su lánguida y
sencilla belleza, y cómo no, un Viggo Mortensen pulcro e imponente desplegando
mil matices, debatiéndose desde el interior de su trágica e impasible figura
-ese compendio cartográfico en que ha convertido su cuerpo- entre sus dilemas
morales y la emotividad... Y todo sin perder la calma.
Más alla del
excelente diseño de producción o la soberbia puesta en escena, de la magnífica
dirección de actores, más allá de que todo resulte convincente y de lo que,
mayestáticamente, se le supone a artistas de este calibre, la película contiene
una escena que brillará entre los fastos de la historia cinematográfica y será
estudiada minuciosamente en las escuelas de cine: Nicolai (genial el duro
Viggo) enfrentándose desnudo en una sauna a dos asesinos a sueldo chechenos,
una bestial pelea rodada con hiriente, dolorosa nitidez y que dura cuatro
intensos minutos. Y eso que Cronenberg no busca nunca el clímax poderoso, le
basta con diseccionar las relaciones para que aflore la tensión y los
sentimientos, enredados en una atmósfera de violencia soterrada marcada por
unos códigos de moralidad tan turbios como el espíritu de los nuevos tiempos.
Magistral, señor Cronenberg.
Impecable. Una gran película.
ResponderEliminarUn abrazo.
Correcto. La dupla Cronenberg y Mortensen nos regaló dos películas magistrales: ésta y Una historia de violencia, y otra interesante, Un método peligroso. Esperemos que la próxima vez que un proyecto les una sea con igual acierto.
ResponderEliminarUn abrazo.